El encanto de la vulgaridad

Por Javier Pardo de Santayana

( Viendo escaparates en Madrid. Acuarela de Javier Zorrilla en acuarelasjavierzorrilla. blogspot.com.es) (*)

Este largo y caluroso verano he ido de un lugar a otro para acomodarme a las vacaciones de mis nietos. Un verano bastante atípico que en un momento determinado me hizo caer en el Madrid más castizo buscando algún sitio en que me imprimieran unos recordatorios de Primera Comunión de un día para otro y en plena canícula. Así una buena mañana me encontré inmerso en un ambiente muy especial: el clásico escenario veraniego en el que sobreviven dignamente al calor los madrileños de pura cepa y los inmigrantes adaptados a las circunstancias.

De pronto – lo confesaré – me sentí a gusto pensando en los demás, lo cual no es raro dada mi natural tendencia a ponerme en la piel de cualquier prójimo. Y pude percibir el encanto de la vulgaridad. Me di cuenta de lo agradable que era pasear por la mañana madrileña sin encontrar demasiada gente por la calle o caminando apresuradamente; sólo paisanos buscando bien la sombra y sin presión de responsabilidad alguna. El placer de andar simplemente tras las señas de un encargo y aprovechando la ocasión para disfrutar no sé muy bien de qué ni cómo.

Así pasé por delante de bares, tascas y restaurantes de barrio y recibí el intenso olor de las cocinas y de sus platos de cuchara. También leí los menús escritos con tiza y hasta con faltas de ortografía y me relajé a modo observando a los abuelos dejando transcurrir el tiempo sentados en los bancos de la acera y observando a las parejas de ancianos que caminan de la mano: un ambiente distinto del habitual de las prisas y las apreturas madrileñas, del bullicio comercial omnipresente y de los niños que vienen del colegio, del camión aparcado y de las pelmazas manifestaciones de la Puerta del Sol y la calle de Alcalá. La misma calle de la que ahora hablo ya en su prolongación, que es otra otra cosa diferente.

Efectivamente, constaté lo bien que me sentía asomado a un barrio típico del “Foro” en ese momento tonto de la canícula, cuando lo que habitualmente es tenido por serio e importante pierde su empaque para ofrecernos un bienestar barato de gente de verdad que vive, sufre y, sobre todo disfruta de algunas cosas mínimas.

Así que se me ocurrió algo que usted puede tachar quizá de estúpido, pero que yo reconozco entender bien. Se me ocurrió – aunque usted no se lo crea del todo – que quizá tuviera éxito organizar paquetes turísticos que ofrecieran precisamente esto: salirse de lo normal, es decir, de las escapadas a las playas malagueñas, a la China o a la Costa Maya, para experimentar lo que ahora llaman el “minimaslismo” pero en un grado extremo: una semana, por ejemplo, en la prolongación de la calle de Alcalá o en cualquier otro barrio típico y humilde para vivir un poco al estilo de la “Verbena de la Paloma” en su versión actual. No hacer nada que nos obligue a gastar una fortuna; no ir a ver pasar las ballenas jorobadas en el trópico ni exponer el cuerpo al sol mirando al mar con alguna bebida exótica de vistoso colorido en nuestras manos, no seguir un programa delirante en Pekín, sino, por el contrario, descubrir el placer de la vulgaridad: aquello que no cuesta un duro pero que para algunos es casi gloria pura, como beberse esa horchatita freca o esa cervecita espumosa en el momento clave en que ya brotó el sudor; comprarse incluso un buen botijo – si es que aún los hacen, que supongo que sí – y fiarse de las viejas fórmulas exponiéndolo al sol para que rezume y se enfríe el contenido. Convertirse, siquiera por unos pocos días, en ese ser humilde que valora cualquier cosa: la buena compañía, el silencio, la sombra, el paseo despacioso y tranquilo, el no tener que hacer nada de importancia. Sólo pensar y disfrutar de la existencia.

Saber, sobre todo, sacar el máximo partido a aquello que se encuentra. Sobrevivir al tedio. Y hacerlo como a contrapelo; como lo hace la gente sencilla que vive de milagro aprovechando el parón veraniego en el que parece que se detiene el tiempo y todo adquiere otro sabor distinto.

¿Conciben ustedes un placer más sofisticado que éste de convertirse en otro ser distinto?


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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