El retorno de Espinete

Por Javier Pardo de Santayana

( Espinete en Barrio Sésamo)

“Espinete» es, naturalmente, un erizo. Y los erizos son en realidad muy poco conocidos. Todo el mundo sabe, sí, lo que son, pero no hay tantos – más bien pocos, supongo – quienes han visto uno suelto por ahí, y menos aún – supongo también – quienes tienen un erizo en casa.

Pues en mi jardín montañés yo tengo una familia por lo menos. La descubrí una noche en que, como es habitual, mi perra “Pizca” salió a darse un garbeo. Al cabo de un rato empezó a oírse un ladrido continuo e insistente. “Ésta ha visto algo y nos llama para que lo veamos también nosotros” – me dije entonces – así que agarré una linterna y me dirigí hacia el punto del que parecía proceder aquel sonido. Entonces, allí, entre la hierba, en un rincón al que no llegaba ni el resplandor de las estrellas y la luna, pude ver un bulto redondeado alrededor del cual se desplazaba nerviosamente en círculo la perra, que parecía desear hincarle el diente o empujarlo con sus patas delanteras. Se veía que el miedo a herirse con aquel montón de púas aceradas no la dejaban decidirse a hacerlo. “Pizca” estaba, sí, como electrizada y al mismo tiempo atenazada por los nervios, así que me costó agarrarla; pero una vez que pude hacerlo y acariciar su fina lana blanca se tranquilizó del todo entre mis brazos.

La escena se ha repetido siempre que hemos soltado a nuestra perra por la noche sin esa correa de que ella tanto gusta, sólo que el lugar donde aparece el “bicho” – nombre por el que conoce ella al erizo – suele ser distinto cada vez. Se ve que el animal sale de noche para alimentarse y la perra lo encuentra allá donde aparece en su camino gracias a la potencia de su olfato. Ah, y otra cosa: casi siempre se le ve acompañado por lo que supongo es una cría. Así que ya no sacamos a “Pizca” por la noche si no es atada a su correa de siempre, aunque la posibilidad de encontrarnos con tan humilde amigo de la oscuridad compensa la desaparición desde hace años de otros animales que fueron en otro tiempo habituales en aquel lugar, como el sapo, el grillo-topo o los gusanos de luz.

Ahora, hace unos días, en este apacible rincón de la Campiña baja de Guadalajara en el que paso la mayor parte de mi tiempo desde hace ya más de trece años he tenido la alegría de encontrar otro erizo en el jardín. Fue no hace mucho, en uno de esos días de calor intenso de finales de julio y en las proximidades de la piscina. Fue casi por casualidad, pues el encuentro se produjo coincidiendo con un breve retorno entre los muchos “ires y venires» veraniegos que me aconsejaron anotar los cambios en el calendario.

“¡Javier, mira aquí!” oí exclamar a mi mujer recién salida aún del agua. Se trataba de un erizo que hozaba al pie de una escalera de traviesas, como si buscara algún insecto o un hueco donde descansar. Esto era una novedad en mi jardín de acá, así que llamamos a nuestros pequeños vecinos para que lo vieran. Luego le hice varias fotografías para mandarlas a los nietos, hecho lo cual el mencionado bicho desapareció. “Pizca” oliscaría con interés el recorrido unos minutos, pero quizás por estar ya vieja no insistió tanto como nos tenía acostumbrados.

El día siguiente, de mañana, otra voz de mi mujer que me avisaba: creía que era una tortuga de nuestros vecinos. Flotaba en la piscina y se movía desesperadamente. Pero no; no era la tortuga que desapareciera a los vecinos hace tiempo, sino el mismo erizo del día anterior que nadaba intentando salirse del agua. Y afortunadamente estábamos allí para sacarlo, pues de no haber estado nuestro erizo habría acabado por ahogarse. Así que metí un rastrillo en el agua y lo saqué.

Ni que decir tiene que plasmé con mi cámara la escena del bicho nadando y también otra en que ésta cuelga de una de sus fuertes púas. En ella se le ve como es cuando no está oculto en una bola, o sea, a cara descubierta: con sus ojitos redondos, su hociquillo puntiagudo y sus pequeñas patas casi envainadas debajo de su piel.

Finalmente regalamos el erizo a otros vecinos, que lo acogieron con expectación y regocijo, pues estos animales tienen fama de limpiar los jardines de insectos asquerosos. Ahora nos dicen que ya no lo encuentran por allí, y eso que sus nuevos amos echaron, como hacen ahora casi todas las familias jóvenes, demasiado cemento en la parcela con el objeto de evitar siegas y podas, así que no dejan muchos rincones naturales que hicieran de escondite. Creo que han puesto al erizo el nombre de “Espìnete”, cosa lógica y normal para una generación que fue educada con el fondo musical de “Los payasos de la Tele” y las aventuras de Epi y Blas.

Yo pienso que estas sí que son buenas noticias, y doy gracias a Dios por poder encontrar un erizo vivo y coleando a pocos metros del mi cuarto de estar.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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