Juan Pablo II y la caída del muro. 2. Una revolución del espíritu

Por José María Arévalo

( Vaticano. Acuarela de Pablo Rubén López Sanz, en Facebook) (*)

Con motivo de la canonización de Juan Pablo II el pasado día 4, he recordado, como les contaba la semana pasada, mi compromiso de profundizar en la decisiva influencia del gran papa polaco en la caída del telón de acero, que asumí en el artículo que dediqué a su beatificación, en el 2011. “El drama del pontificado de Juan Pablo –dice George Weigel en “Testigo de esperanza”, la mejor biografía que sobre aquél se ha escrito- suele dividirse en dos actos. En el primero, el Papa lucha contra el comunismo, y su postura queda confirmada por la revolución de 1989 y el fin de la Unión Soviética en 1991.” El segundo se refiere a su defensa de la familia y la vida del no nacido, a lo que sí se refirió el papa Francisco en la homilía de la canonización. En realidad Weigel considera esta división poco acertada, como veremos más adelante. Pero sigamos ahora, apoyados en la narración de su biógrafo, Weigel, que iremos espigando para sintetizar, con los sucesos que motivaron la caída del telón de acero, que se precipitan desde el viaje del Papa a Polonia en junio de 1979 (había sido elegido Papa el 16 de octubre de 1978).

Estamos en Czestochowa, y Weigel refiere : “Dijo Juan Pablo que la vida, el testimonio y la muerte de san Estanislao a manos del poder estatal arbitrario habían introducido una gran verdad en los fundamentos de la historia y la cultura polacas: que las leyes promulgadas por el Estado deben subordinarse a la ley moral inscrita por Dios en la naturaleza y en el corazón humano. La ley moral «impone una obligación a todos, súbditos y gobernantes por igual». La crisis de la modemidad sólo podía ser resuelta previo reconocimiento de esa ley moral porque sólo cuando se reconocía la ley moral «[podía] respetarse y reconocerse universalmente la dignidad de la persona humana». El aniversario de san Estanislao, concluyó el Papa, también exigía a los polacos pensar en sí mismos y en su país «dentro del contexto europeo».

Existía –continúa Weigel con las palabras del Papa- una manera razonable de hablar de «Europa Occidental» y «Europa Oriental», pero no era la del Telón de Acero. «A pesar de que en el territorio europeo existan distintas tradiciones en su parte oriental y su parte occidental, en ambas vive la misma cristiandad, que tiene sus orígenes en el mismo Cristo, acepta la misma Palabra de Dios y está vinculada con los mismos doce apóstoles.» Aquella «genealogía espiritual» era lo que convertía a Europa en «Europa». La unidad del episcopado polaco, que llevaba tanto tiempo al servicio de la nación y de su unidad, debía ser puesta al servicio de una responsabilidad más amplia. Sí, porque «la cristiandad debe renovar su compromiso con la unidad espiritual de Europa. No bastan razones económicas y políticas. Debemos ahondar y llegar a razones éticas».
(…) Esa misma tarde, Juan Pablo predicó la unidad a través de la reconciliación entre naciones, en una misa para otro millón de peregrinos de la Baja Silesia. Para los hombres de Varsovia y Moscú, el discurso de Jasm Góra, donde el Papa vinculaba la libertad religiosa y la integridad nacional de Polonia a la causa de la unidad europea, sólo tenía un significado posible. Sin mencionar siquiera la palabra «Yalta», Juan Pablo II se había colocado a sí mismo y a la Iglesia en contra de la división de Europa posterior a 1945. Aquel hombre era una amenaza contra las posiciones comunistas, precisamente porque desplegaba unas armas a las que el comunismo era muy vulnerable. El ubicuo eslogan del Partido Comunista, “El Partido es para el pueblo”, seguía presente en muchos edificios del país. En una de las pancartas se había añadido furtivamente un codicilo: “… pero el pueblo es del Papa”.

Más adelante sigue desvelando el efecto de las intervenciones en el trascendental viaje de Juan Pablo, como Papa, a su país de origen, a su tierra. El Papa apelaba por igual a las conciencias de creyentes y no creyentes. Con su oposición a una «vida deshonrosa», Juan Pablo revivía una antigua tradición cultural polaca relegada al olvido por el comunismo: «La ética del sacrificio, en cuyo nombre nuestros abuelos y padres nunca dejaron de luchar por la dignidad nacional y humana.» Era un llamamiento a la renovación moral del país, dirigido a todos, y Juan Pablo lo había formulado sin desprecio a la oposición; y es que, en el nivel de profundidad moral al que sin descanso intentaba dirigir las reflexiones de su pueblo, el adversario no era el comunismo, sino la propia letargia de ese pueblo que, por consentimiento tácito o manifiesto, permitía la continua imposición de una forma ajena de control político al país.

Era el análisis de “Persona y acción” – la tesis de Wojtyła- reelaborado para una audiencia multitudinaria. La solidaridad y la oposición constituían fuerzas matrices esenciales de una vida humana madura, y la libertad de pensar por uno mismo debería llevar al compromiso con el bien de los demás. Lo expresó con sencillez un corresponsal occidental, laico al ciento por ciento: «La palabra que lo describe todo es, ineludiblemente, amor. [El Papa] lo recibe del país, tal como en la historia sólo lo han tomado los liberadores y los dictadores, pero de algún modo devuelve el peligroso don, dejando en un lado a un hombre intacto, y en el otro a millones de personas que vuelven a sus casas con mayor respeto a sí mismos. »

A pesar de que jamás descendiera a la polémica o las maniobras partidistas, lo cierto es que Juan Pablo estaba realizando una especie de referéndum nacional. El resultado quedó claro apenas iniciada su peregrinación. Se había desatado una revolución del espíritu. Y a continuación, Weigel describe el efecto del viaje del Papa, bajoel título “De la solidaridad a Solidarnosc”. Cuatrocientos cuarenta y ocho días después de que Juan Pablo II despegara del aeropuerto de Balice, situado en las afueras de Cracovia, un electricista salido del paro, Lech Walesa, usaba un enorme bolígrafo rematado con la imagen de un Papa sonriente (reliquia de la peregrinación papal de junio de 1979) para firmar un acuerdo en el astillero Lenin de Gdansk. El gobierno comunista de Polonia accedía a reconocer la legalidad del primer sindicato independiente y autogestionado del mundo comunista. Se llamaba Solidamosc, «solidaridad». ¿Puede decirse que la experiencia de solidaridad de los nueve días de Juan Pablo en 1979 hizo posible el nacimiento de Solidamosc en 1980?.

Weigel se pregunta qué había pasado en aquél viaje que pudiera provocar consecuencias tan tracendentales. “Una nueva autoestima, una nueva experiencia de dignidad personal y la firme decisión de no dejarse intimidar más tiempo por «el poder»: ésos fueron los frutos de la peregrinación papal, tanto para los creyentes como para los no creyentes. Si, como defiende el historiador Norman Davies, «la esencia de la experiencia polaca moderna [pre-Solidamosc] es la humillación», fue Juan Pablo II quien libró a sus compatriotas de ese peso. Con ello posibilitó un movimiento de autodefensa social con base amplia y no violento.

En el momento de la fundación del sindicato, Józef Tischner dijo que “Solidamosc” era «un bosque inmenso plantado por conciencias que han despertado». Esas brújulas morales personales habían sido formadas en primer lugar, y en circunstancias muy difíciles, por el trabajo de los padres, los catequistas y el clero. Como dijo Mieczyslaw Malinski, viejo amigo del Papa, los hombres de la huelga de Gdansk habían sido los niños a los que él e innumerables sacerdotes polacos habían impartido la primera formación religiosa y moral en iglesias heladas, durante la Gran Novena del cardenal Wyszynski. El despertar de las conciencias del movimiento de Solidaridad tenía muchos padres y madres, pero había sido Juan Pablo II quien, en junio de 1979, había dotado a esas conciencias de un filo cortante de determinación, dándoles permiso para ejercitar en público el derecho al juicio moral.

En un nuevo capítulo que titula Weigel “La historia en cámara rápida”, resume la sucesión de fracturas del régimen soviético que se producen a continuación. “Lo que parecía inmutable desde la Segunda Guerra Mundial (la hegemonía soviética en el último gran imperio político y el dominio comunista en los Estados vasallos de ese imperio) empezó a cambiar con asombrosa rapidez en abril de 1988. Considérense los acontecimientos que fueron sucediéndose, o mejor dicho atropellándose:

El 8 de abril, la Unión Soviética anuncia su retirada de Kabul, renunciando así a su última aventura imperial, la invasión y ocupación de Afganistán.

El 29 de abril, Mijaíl Gorbachov se entrevista con los dirigentes de la ortodoxia rusa, reconoce el papel del cristianismo en la historia de Rusia y promete que una nueva ley sobre la libertad de conciencia tendrá en cuenta las inquietudes de los creyentes en un Estado oficialmente ateo.

El 23 de agosto se producen manifestaciones en las repúblicas de Lituania, Letonia y Estonia, como protesta contra la anexión a la URSS de que habían sido objeto en 1940 los tres Estados, anteriormente independientes. No habían pasado ni tres meses desde esas manifestaciones y el Sóviet Supremo Estonio ya declaraba la primacía de sus leyes sobre las de Moscú, dando el primer paso hacia la reivindicación de la independencia de las repúblicas bálticas.

El 7 de diciembre, Mijaíl Gorbachov anuncia fuertes recortes en el ejército soviético. Se aceleraba, mientras tanto, la transformación de la Europa Central comunista y el Imperio soviético externo.

El 25 de abril de 1988, en la ciudad polaca de Bydgoszcz, una huelga de trabajadores actúa de detonador a una nueva ebullición en el país. Durante los meses de abril y mayo se producen huelgas en Nowa Huta ylos astilleros de Gdansk, y se exige la legalización de Solidaridad. Siguen manifestaciones en Varsovia, Cracovia, Lublin y Lódz, en las que jóvenes obreros y estudiantes corean una consigna con reminiscencias de la peregrinación papal de 1987: «No hay libertad sin Solidaridad.» Con “ese” mayúscula o minúscula, el mensaje del Papa había sido recibido.

El 22 de mayo, János Kádár, rector de los destinos del Estado húngaro desde que los tanques soviéticos aplastaran la revolución anticomunista de 1956, es sustituido a la cabeza del Partido Comunista Húngaro por Károly Grósz, reformista de la nueva generación. Por necesidad, ya que no por convicción democrática profunda, Grósz y sus colegas están dispuestos a plantearse la reconstrucción política del país.

El 16 de agosto hacen huelga los mineros de la Alta Silesia, y las huelgas de apoyo se propagan por todo el país. Como último recurso para devolver las aguas a su cauce, el gobierno pide ayuda a Lech Walesa. Walesa propone dar fin a las huelgas, y el 3 de septiembre la mayoría de los huelguistas se reintegran a su trabajo.

El 10 de octubre, la jerarquía del Partido Comunista Checoslovaco experimenta una profunda remodelación. El 23 de noviembre, cambia el equipo de gobierno húngaro. Menos de dos meses más tarde, el 1 de enero de 1989, el régimen húngaro anuncia su consentimiento a una oposición formada por partidos políticos.

Una semana después, el 18 de enero, el general Wojciech Jaruzelski anuncia que Solidaridad volverá a ser reconocida legalmente como sindicato independiente y autogestionado. Anteriormente, el régimen había intentado convencer a la Iglesia de que representara «a la sociedad» en unas negociaciones para establecer nuevas directrices políticas y económicas en Polonia, pero la Iglesia polaca se había negado a desempeñar el papel que le asignaba el régimen. Su actitud rompió el atolladero y Solidaridad volvió a ser reconocida como interlocutora del gobierno, siete años después de que éste creyera haber relegado al olvido a la oposición politicosindicalista.

El 6 de febrero de 1989 se inicia en Polonia la mesa redonda de negociaciones. El resultado, a los dos meses, es un acuerdo para celebrar elecciones semilibres. El treinta y cinco por ciento de los escaños del parlamento se decidirá por sufragio, así como la integridad de una nueva cámara, el senado. El acuerdo se firma el 5 de abril, y prevé elecciones para el 4 de junio.

Solidaridad designó a doscientos sesenta y un candidatos al parlamento, e hizo que en todos los carteles de la campaña aparecieran los aspirantes dando la mano a Lech Walesa (que no se presentaba). Al pie de las fotos, un sencillo comentario manuscrito del electricista de Gdansk: «Tenemos que ganar.»

El día de las elecciones proporcionó a «la sociedad» una deliciosa oportunidad de rechazar al «poder» de la más personal de las maneras. El gobierno, inepto hasta el fin, había decidido que el voto se hiciera por eliminación. En las papeletas constaban los nombres de todos los candidatos, y el votante expresaba sus preferencias tachando los que no le gustaban. Del Báltico a los Tatras, y de Wroclaw a Przemysl, millones de polacos se dieron el gusto enorme de ir tachando uno por uno los nombres de los candidatos comunistas. Cada raya era un gesto de desprecio a aquella gente que llevaba gobernando más de cuarenta años en nombre de su comprensión superior de la historia.

Fue un triunfo total para Solidaridad, que después de la segunda vuelta del 18 de junio ganó todos los escaños democráticos del Sejm y noventa y nueve de los cien del nuevo senado. (…). El 24 de agosto, tras el fracaso del candidato de Jaruzelski a primer ministro, fracasara en la formación de gobierno, el presidente encomienda la tarea a uno de los miles de direntes de Solidaridad que había encarcelado casi ocho años antes, Tadeus Mazowiecky. El primer jefe de gobierno no comunista de un pais del Este, que toma posesión el 12 de Septiembre. Polonia ha empezado el camino hacia la libertad.”

La próxima semana continuaremos, de la mano de Weigel, la sucesión de hechos y su interpretación. Sobre todo de la famosa entrevista entre Juan Pablo II y Gorbachov, en el encuentro, en el propio Vaticano, del 1 de diciembre de 1989.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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