El 23 F de Pilar Urbano. 1. La “Operación De Gaulle”

Por José María Arévalo

( Viñeta de Nieto en ABC el pasado día 5) (*)

¿Sabían ustedes que cuando el 1 de junio de 1958, De Gaulle fue votado e investido primer ministro en la Asamblea Nacional, el acontecimiento fue precedido por una muy bien organizada operación cuyo código secreto era Operación Resurrección?. En aplicación de ella, en síntesis, los militares enviaron al presidente de la República un telegrama de advertencia, y después una carta con carácter de ultimátum, exigiendo la dimisión del primer ministro Pierre Pflimlin, amenazando con una sublevación militar si en un plazo de dos semanas el general Charles de Gaulle no era llamado a presidir el Gobierno. Pues tomen nota porque esto es lo que pudo también haber ocurrido en España, como cuenta Pilar Urbano en “La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar” -editado por Planeta-, con una “Operación De Gaulle” a la española que apoyaron en determinado momento algunos militares, el Rey, el PSOE, algunos ministros de UCD y probablemente también Santiago Carrillo; y que para evitarla dimitió Suárez justo antes del 23 F, día en que Calvo-Sotelo iba a ser investido Presidente del Gobierno en sustitución suya, y momento en que asaltó Tejero las Cortes. Pero ya antes había concluido la “Operación De Gaulle” u “Operación Armada”; el general Armada, que había impulsado el golpe de Tejero y Millans del Bosch para justificar el golpe democrático, trata de convencer –sin éxito- a Tejero de que recupere aquella “Operación De Gaulle”. Pero Tejero, claro, se niega a poner en el Gobierno a Felipe González y Carrillo, aunque sea bajo el mando, como Presidente del Gobierno, del propio general Armada. Quiere un Gobierno de solo militares. Así que fue Tejero quien acabó definitivamente con la “Operación De Gaulle”.

Hasta ahora pensaba que los dos grandes misterios de la España política más reciente eran el 23 F y el 11 M. El primero de ellos, para mí, ha quedado ahora desvelado. El revuelo que ha provocado el libro de Pilar Urbano, me ha llevado a aclarar lo que hasta ahora solo había retenido, como impresión, de las informaciones de prensa: que cuando los golpistas del 23 F adujeron que actuaban con el apoyo del Rey, algo había hecho éste que les había confundido. Los titulares sobre el libro de Pilar Urbano van estos días mucho más allá: “La publicación sostiene la tesis de que el entonces presidente Adolfo Suárez tenía «claro que el alma del 23-F» era el propio Monarca. Todo un factor de desestabilización de la vida política, del que la Casa Real no queda al margen”. No es así exactamente, no es eso el libro.

Se ha dicho que todo lo que cuenta ahora Pilar Urbano ya había sido publicado. Yo –como la mayoría de los españoles, creo- no lo sabía; quizá las anteriores publicaciones habían provocado menos revuelvo. Así que el mejor incentivo para meterme en el asunto fue el propio comunicado de La Zarzuela, el mismo día de la presentación del libro, el pasado día 3, que desmentía que el Rey hubiera participado en la denominada «Operación Armada», “como asegura la periodista Pilar Urbano”, y añadía que las conversaciones que se citan en el libro, con el expresidente Suárez y el Monarca como protagonistas, y sus supuestos enfrentamientos, son, “pura ficción imposible de creer”. También desmentían a la autora algunos miembros de los gobiernos de Suárez citados por ella como fuente: “El Rey nunca estuvo tras lo que la publicación denomina Operación Armada; nunca estuvo tras el golpe del 23-F y jamás fue el elefante blanco”; “Es el Rey y solo el Rey quien desbarata y acaba con el intento golpista”, aseguran Rafael Arias Salgado, Rodolfo Martín Villa, Marcelino Oreja y varios más, entre ellos Adolfo Suárez Illana.

También el expresidente González, otro de los personajes del libro, ha desmentido a la autora. «Tiene credibilidad bajo cero. Miente más que habla», declaró ayer. Urbano asegura que también él formaba parte de la Operación Armada, en cuyo gobierno figuraba como vicepresidente.

Sin embargo algo no me encajaba estos días en las declaraciones de unos y otros. Por un lado se mantiene que Pilar Urbano no dice nada nuevo, y por otro que no es cierto lo que escribe. Me parece una contradicción, y que la Casa Real tenía que haber salido mucho antes al paso de las informaciones precedentes, entre ellas textos de la propia Pilar Urbano ya editados. Lo pensaba oyendo a Luis Herrero y Jiménez Losantos comentarlo en Esradio. Si ambos coinciden en que no hay ninguna novedad, a mi no me cabe duda de que ya se había escrito. Herrero matiza que lo verdaderamente nuevo en el libro es un cuaderno de apuntes de Jaime Carvajal y Urquijo, del que dice la autora “ha tenido un detallazo de confianza conmigo: me dejó un buen lote de páginas de su diario, muy ilustrativas”.

No le gusta a Luis Herrero el género elegido para el libro, el biopic, calificativo tomado del cine. La película biográfica o biopic consiste en la dramatización cinematográfica de la biografía de personas reales. Efectivamente, “La gran desmemoria” incluye cientos de diálogos que –salvo los que están entre comillas, muchos de ellos tomados de declaraciones de los protagonistas, cuyas fuentes se citan en otros cientos de referencias- es evidente se han construido por la autora sobre hechos conocidos en general. A mí me ha quedado la sensación, al leerlo, de que no siempre queda claro lo textual de lo reconstruido, pero en conjunto resultan todos muy creíbles, ese es el mérito de la autora.

Pues bien –insisto-, si todo era conocido, ¿por qué los desmentidos ahora y no antes?. Quizá la dramatización de la Urbano es tan conseguida que da miedo. Y justo a la muerte de Suárez. Yo añadiría que los desmentidos, a su vez, mienten, que no es cierto lo que imputan al libro. No dice el libro exactamente que el Rey participara en la «Operación Armada», como desmiente la Casa Real sin precisar qué operación era ésta, y es imposible de creer que no hubiera enfrentamientos entre Suarez y el Rey como para tacharlos de “pura ficción imposible de creer”. Por otra parte hasta el PSOE ha reconocido que participó en un intento de gobierno de concentración de partidos, democrático pero sin elecciones.

“La propia Pilar Urbano –decía El Mundo el propio día 3- ha querido quitar hierro a la polémica sobre la actuación del Rey durante el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. «El golpe de Estado se produce no conociéndolo el Rey», ha repetido hasta tres veces la autora. El encendido debate en torno a este libro de 900 páginas surgió el pasado domingo tras una entrevista en EL MUNDO en la que la autora afirmó: «Para Suárez estaba clarísimo que el alma de la operación Armada fue el Rey y que nace en Zarzuela». Hoy, la septuagenaria periodista ha subrayado que el 23-F se compuso de «dos episodios muy distintos». Por un lado, esa operación Armada, una «operación de Estado» puesta en marcha en el verano de 1980 por el Monarca para sustituir a Adolfo Suárez por su preceptor, Alfonso Armada, dado el deterioro de la situación política, social y económica en España. Esa operación finalizó, según Urbano, el 11 de febrero de 1981, cuando el Rey decide que será Leopoldo Calvo-Sotelo, un civil, el que sustituya a Suárez. Según Urbano, «Armada ya tenía puestos los patines» y no aceptó la decisión del Rey. Así «se cuela, durante un fin de semana» el golpe de Tejero, el 23-F. Ese que el Rey no conocía y que paró a la una y cuarto de la madrugada del 24 de febrero con un mensaje en televisión vestido de capitán general de las Fuerzas Armadas».

Esos son los hechos fundamentales, que el libro describe con todo detalle. Para mí ha sido completamente nuevo lo de la operación de Estado del 80-81, la que se llamaría primero “Operación De Gaulle” y después “Operación Armada”. En el libro hay una primera referencia a otra “Operación De Gaulle” más o menos coetánea : “En pleno sobresalto por el estallido de paquetes bomba, en el verano de 1979, el presidente honorífico del PSOE Ramón Rubial dijo algo atroz, aunque no pocos lo pensaban. «Sólo hay una manera de liquidar a ETA: lo que se hizo en Francia, en tiempos de De Gaulle, con la OAS.» La autora del libro lo pone en relación con lo que años depués haría Felipe González.

Más adelante, el libro describe el inicio de “La Operación De Gaulle” con todo detalle, en el “Capítulo 4. Armada «interpreta» al Rey”. Creo que vale la pena transcribirlo.

“El comandante Cortina —Thor, dios del trueno, como alias secreto— era uno de los habituales informadores del Rey. Por supuesto, de sus visitas a La Zarzuela nunca quedaba rastro. Iba cuando tenía algo importante que transmitir. Sin pedir audiencia ni pasar por la caseta de control. Era el espía que entraba sin llamar. Él mismo reconocería que, durante el mes de febrero de 1981, el mes del golpe de Tejero, visitó al Rey en La Zarzuela once veces. Mucho que decirse, pues. [14. Sabino Fernández Campo confirmó a la autora la franquicia del comandante Cortina para acceder al Rey en La Zarzuela. Sobre las once visitas de Cortina al Rey en el mes de febrero de 1981, véase Jesús Palacios, 23-F, el Rey y su secreto, Libros Libres, 2010, pp. 28-29.]

El Rey y él se conocían desde los años de la Academia General Militar, fueron compañeros de la XIV Promoción. Lazos jóvenes inolvidables que se mantuvieron con los años. Cortina subía a palacio, desembuchaba lo nuevo interesante, y el monarca le oía sin parpadear. Cada año, entre Armada y Cortina organizaban para el Rey una cena informal entre compañeros de promoción, tapeando por Madrid. Había desde tiempo atrás un curioso triángulo de empatía entre el Rey, el general Armada y el comandante Cortina. La fidelidad de Cortina hacia Armada era parangonable a la de Armada hacia el Rey.

En la primavera de 1980, poco después de la moción de censura contra Adolfo Suárez, Cortina expuso al Rey una panorámica cruda de la situación:

—Tenemos un muerto por terrorismo cada dos días, queman banderas españolas todas las semanas, la economía no remonta porque el dinero es miedoso, el país vive desfondado, el agotamiento del Gobierno pesa, lastra…

En el Parlamento, más que una censura ha habido un ensañamiento y Suárez ha quedado muy tocado del ala, sin moral para mantenerse en vilo. Sabe que tiene a todos en contra. No cuenta ni con la gente de su partido, ¡una jaula de grillos peleándose entre ellos! Pero nada de eso, con ser malo, puede desestabilizar el sistema. Sólo el separatismo: que la codicia de las autonomías históricas y la envidia de las que han salido de fábrica a última hora puedan desguazar la integridad territorial de España. Entonces sí que se movilizarían las Fuerzas Armadas, porque es su competencia.

—Cortina solía hablar mirando al frente, como si leyera su discurso en el teleprompter. Y si el Rey no le interrumpía con alguna pregunta, continuaba recto por su raíl sin andarse por las ramas—. Entre los militares hay un… estado de cabreo, que sólo es preocupante cuando en sus reuniones sacan papeles, extienden planos y hablan en voz baja. Hay reuniones de generales y de coroneles juramentados; hay algunas movidas más o menos sobresaltadas, pero sin continuidad; hay iniciativas locoides tipo Tejero, pero no tiene unidades, no tiene gente; y hay un grupo que se reúne con cierta periodicidad, que va teniendo organización, y que podría estar maquinando una asonada, un golpe de mano, algo gordo, aunque tomándose tiempo. En ese grupo, además de unos cuantos coroneles del Estado Mayor, con buen cacumen, se ha detectado la presencia de varios generales, Iniesta Cano, Alvarado, Cabeza de Calahorra, Torres Rojas y el teniente general Milans del Bosch: si de la fase conspirativa pasaran a la acción, podrían darnos un serio disgusto en mayo.[ 15. Conversaciones de José Luis Cortina Prieto, ya coronel, con la autora. Véase también Pilar Urbano, Yo entré en el Cesid, Plaza & Janés, Barcelona, 1997, pp. 347-352.]

Quizá Cortina exageró deliberadamente o pintó el cuadro de los golpistas de mayo con unos perfiles demasiado abruptos, lo cierto es que el Rey se quedó bastante preocupado. Ya despidiéndose, rememoró la expresión de Tarradellas de que «convendría corregir el rumbo con un buen golpe de timón». Tocándose la sien, agregó: «Pensaré algo, Majestad… pensaré algo.» Se cuadró, inclinó la cabeza y salió de la estancia.

De los archivos del CESID, Calderón y Cortina desempolvaron un grueso dossier rotulado Operación De Gaulle, que se elaboró en 1977 y 1978, cuando dirigía el centro el general Bourgón. Contenía una compilación de informes y transcriptos de conversaciones en almuerzos, cenas y tertulias de políticos, empresarios, banqueros y directores de periódicos, organizadas por Luis María Anson en la Agencia EFE, por Carlos Ferrer Salat en la sede de la patronal CEOE o en domicilios particulares. Los comensales variaban, aunque siempre en el varillaje de los very important persons con capacidad de influencia y de incidencia social: banqueros como Emilio Botín-Sanz de Sautuola, Carlos March, Alfonso Escámez, Luis Valls Taberner, Alfonso Fierro, Ángel Galíndez, Rafael Termes; hombres de empresa como Carlos Pérez de Bricio, José María Cuevas, José Antonio Segurado o el propio Carlos Ferrer Salat; políticos de centro y de derecha: Salvador Sánchez-Terán, Pío Cabanillas, José Luis Álvarez, Landelino Lavilla, Manuel Fraga, Alfonso Osorio, Carlos Argos, Gabriel Elorriaga… Invitados fijos en esas sobremesas eran los militares Faura Martín, y Peñaranda y Algar, miembros del CESID, cuyo cometido era escuchar para luego transcribir lo que allí se había hablado y, periódicamente, redactar un «análisis de situación».

El arco temporal en que se desarrollaron aquellos encuentros abarcaba los sucesos de la reforma política, la legalización del PCE y de los sindicatos, el cambio de régimen, la Constitución y el arranque de las autonomías. Y las conversaciones tenían un fuerte tono crítico hacia lo que algunos comensales consideraban «debilidades entreguistas de Suárez y su Gobierno», y se concretaban en una inquietud por la parálisis económica, el auge reivindicativo de los sindicatos y el riesgo de una deriva federalista de las autonomías. El cúmulo de todo aquel material, despachado «a espita libre», aun sin tener una urdimbre conspirativa, sí destilaba una atmósfera enrarecida contra la actuación del Gobierno. Con sinceridad o con hipocresía, nunca faltaban en esos coloquios ampulosas defensas de la Monarquía, como «el gran bien que hay que proteger».

Lo que Cortina y Calderón buscaban en ese mamotreto de papel no eran las conversaciones transcritas, sino unos folios añadidos en una carpetilla al final, titulados: «Estudio teórico sobre la posible aplicación en España de la Operación De Gaulle, como corrector del sistema desde el propio sistema.»

El año anterior, en abril de 1979, estrenándose Rodríguez Sahagún como ministro de la Defensa, visitó el CESID, y fue entonces cuando se fijó en ese dossier. Lo hojeó por encima, mientras el director Bourgón le explicaba algo de su contenido, y al reparar en el título de la carpetilla adosada se puso muy serio.

—¿Qué significa esto de «corrector del sistema desde el propio sistema»?

—Es un ejercicio teórico, una de esas hipótesis de trabajo con que se calientan los sesos nuestros analistas —le respondió Bourgón, por no decir «no tengo ni idea».

—A juzgar por el peso, han gastado mucha sesera sus analistas haciendo esto. Envíemelo hoy o mañana al ministerio, quiero echarle un vistazo.

A la mañana siguiente, el dossier estaba en el despacho de Rodríguez Sahagún. Pero en el CESID quedó otra copia.

Suárez quiso leer algunas de las conversaciones. No eran lindezas las que ahí se decían de él. Le confirmó la animosidad que suscitaba entre los gerifaltes del capital y la hostilidad manifiesta de los directores de periódicos. Pero tanto a él como a Rodríguez Sahagún les preocupó la carpetilla: el recurso a un golpe militar para corregir el sistema, como corolario de lo dicho en todas esas cenas y comidas.

Citó a Anson y le llamó al orden muy severamente. No le cesó como presidente de EFE, pero le dijo con todas sus letras que una agencia nacional de noticias no podía seguir siendo un nido de conspiradores. [16. No se equivocaba Suárez. El 23-F y ya en la madrugada del 24 de febrero, en plena toma del Congreso de los Diputados, con quien Tejero hablaba por teléfono —a través de Juan García Carrés, porque las líneas estaban intervenidas—, indicando que había enviado un manifiesto, una soflama, era con la Agencia EFE presidida por Luis María Anson. En concreto, con alguien que respondía desde su despacho, disponía de varios números de teléfono, tenía dispositivos de grabación magnetotelefónica y utilizaba el plural de equipo («hemos hablado», «lo están pasando a máquina»); alguien que no era d e El Alcázar ni de ningún periódico acababa de recibir el manifiesto de Tejero para difundirlo en exclusiva… y llamaba «jefe» al golpista García Carrés. Véanse las dos conversaciones en Urbano, “Con la venia…”, ob. cit., pp. 191-193. Además, aunque Anson aseguró tiempo después que él no fue consultado, su nombre figuraba como ministro de Información en el Gobierno que Armada iba a proponer a los diputados.]

Por su parte, Rodríguez Sahagún hizo una limpieza drástica en la central de inteligencia: Juan María Peñaranda y Algar abandonó el servicio y se reintegró a la XII Brigada Acorazada de El Goloso como jefe del Batallón de Transmisiones y Zapadores; a Faura Martín se le invitó a pedir otro destino militar; y el director Bourgón López- Dóriga cesó de un modo discreto y consolador: ascendido a general de división, fue destinado bastante lejos, a la Comandancia General de Melilla. [17. Palacios, 23-F…, ob. cit., p. 174.]

Calderón y Cortina se enfrascaron en la lectura de la carpetilla «Estudio teórico sobre la posible aplicación en España de la Operación De Gaulle, como corrector del sistema desde el propio sistema».

Era una previsión «teórica» por si hubiese que remover de su puesto al presidente del Gobierno, por medio de una intervención militar correctora, sin violencia ni derramamiento de sangre, y sustituirle en el cargo por otro presidente no salido de las urnas. Para ello, era necesario generar un pretexto grave, simular una situación nacional de emergencia, una amenaza ficticia, que justificase «lícitamente» tal acción manu militari. Habría que provocar un estado de alarma, inventar una violación de la Carta Magna o un atentado contra alguna institución del Estado: un «supuesto anticonstitucional máximo» (en el argot, un SAM), que demandase un recurso a las Fuerzas Armadas a fin de forzar la renuncia o el cese del presidente Suárez, y conseguir la designación de un nuevo jefe de Gobierno. Todo en un mismo acto ensamblado y conjunto.

El estudio proponía, pues, un objetivo real: destituir a Suárez; pero utilizando engañosamente la coacción del Ejército al fingir una situación de peligro inexistente.

«Así fue la Operación De Gaulle…», seguía el texto del CESID. No. Así no fue la Operación De Gaulle en la que éste se inspiraba. No cabía comparación entre la España de 1980 y la Francia de 1958. El país vecino vivía en aquellos momentos en una depresión moral, económica y nacional tras la derrota francesa de Dien Bien Phu, la pérdida de Indochina, y la independencia de Marruecos y de Túnez; libraba la guerra de la independencia de Argelia y el Ejército se hallaba dividido por esa cuestión; y una tremenda polarización política enfrentaba entre sí a los ciudadanos. Además, la inestabilidad de la Cuarta República hizo que el presidente René Coty tuviera que cambiar de jefe del Gobierno tres veces en el último año…

En la Operación De Gaulle, cuyo código secreto era Operación Resurrección, la amenaza de golpe de Estado, de intervención del Ejército y de toma militar de París y otras ciudades francesas fue real. No una ficción. Los generales Jacques Massu y Raoul Salan, que comandaban las tropas francesas en Argelia, enviaron al presidente de la República un telegrama de advertencia, y después una carta con carácter de ultimátum, exigiendo la dimisión del primer ministro Pierre Pflimlin, amenazando con una sublevación militar si en un plazo de dos semanas el general Charles de Gaulle no era llamado a presidir el Gobierno.

Los conspiradores gaullistas no pretendían tomar el poder por la fuerza —«no hay que tomar el poder, basta con recogerlo», decía altivamente De Gaulle —; pero ¿acaso no era una fuerza coactiva la amenaza de un golpe de Estado? En esas condiciones, René Coty citó a los líderes políticos de diversos partidos y, excepto los grupos minoritarios radicales, socialistas y comunistas, la mayoría de los diputados aceptó el regreso de De Gaulle como «salvador de la patria» y le ofreció la presidencia del Gobierno con plenos poderes para elaborar una nueva Constitución, que derogaría la Cuarta República e instauraría la Quinta con él como presidente.

Eso sí, pese a ser una gravísima injerencia militar en las instituciones políticas, la «entronización» del general De Gaulle se revistió con los solemnes protocolos de la legalidad republicana. El 1 de junio de 1958, De Gaulle fue votado e investido primer ministro en la Asamblea Nacional.

Para aplicar la fórmula De Gaulle en España, el único punto de coincidencia era que en Francia los militares, los políticos y muchos ciudadanos de a pie querían echar al jefe del Gobierno Pierre Pflimlin e imponer al general De Gaulle; y que en España los militares, los políticos y muchos ciudadanos de a pie, o de trono, querían echar al jefe del Gobierno Adolfo Suárez. Todo lo demás habría que fingirlo, simularlo, inventarlo, o… provocarlo. Por supuesto, guardando las formas de la legalidad constitucional.

Cortina expone al Rey la Operación De Gaulle

Transcurridos unos diez días desde su visita anterior, el comandante Cortina volvió a ver al Rey. Fue entonces cuando le habló de la Operación De Gaulle. Le puso en antecedentes del grueso dossier elaborado en el CESID, que Suárez y Rodríguez Sahagún conocían. Y le dijo que esa Operación Resurrección a la francesa sólo muy remotamente podía servir de pauta.

—Bueno, ellos procuraron hacer las cosas legalmente, sin cargarse las fórmulas de su Constitución —dijo el Rey—; y aquí, se haga lo que se haga, tiene que hacerse así, sin salirse un milímetro de la Constitución.

—En nuestro caso, tenemos un hecho objetivo y un hecho circunstancial. — Cortina, sentado esta vez frente al enorme lienzo del gigante de Dalí, en el despacho del Rey, clavó sobre el óleo su mirada todo el tiempo de su disertación—. El hecho objetivo es que conviene a España que Suárez deje la presidencia del Gobierno. Conviene y, menos su familia y allegados, lo desea todo el mundo. Esa coincidencia general en querer la salida de Suárez es un factor nada desdeñable y facilitará muy mucho la operación. Y el hecho circunstancial es el posible golpe duro militar del 2 de mayo. Nos emplaza en el tiempo, nos obliga a actuar antes para neutralizarlo; pero a la vez nos sirve en bandeja la amenaza, la situación de peligro nacional, el supuesto anticonstitucional máximo que justificaría cualquier operación política «extraordinaria».

Para que los golpistas de mayo no entraran en acción, había que adelantarse un mes, mejor cuarenta días, con un antídoto, un contragolpe que saliera al paso de sus preocupaciones satisfactoriamente, y los dejase sin motivos para un alzamiento, quietos y «en su posición, descanso». ¿Qué antídoto satisfactorio? El golpe de timón, el corrector del rumbo: la dimisión de Suárez y… la formación de un nuevo Gobierno «especial» con un presidente también «especial».

Cortina abrió su portafolios, delgado, de color tabaco y con cierre de cremallera. Mientras sacaba unos folios y varias cuartillas sueltas, comentó casi en un susurro que había hecho «unas consultas jurídicas, constitucionales, en abstracto», y estaba «pendiente de otras más concretas», y siguió su exposición:

—Suárez está en su tiempo de ejercicio legal hasta marzo del 83 — siguió Cortina—. Puede atornillarse al sillón si le da la gana. De no producirse un accidente físico, sólo hay dos modos de provocar su desalojo: que en el Parlamento presenten contra él otra moción de censura, y esta vez la pierda; o que se marche por su propia voluntad. ¿Esto es posible? Esto es difícil, porque él se crece ante los cuernos del toro; pero no es imposible. Podría haber un plante compacto de sus barones y una petición firme… He oído que van a encerrarse juntos en algún lugar fuera de Madrid para poner las cuentas en claro. Ahí podría ocurrir algo. O quizá le organicen un cotarro los críticos en el próximo Congreso de UCD. Al parecer habrá más de una lista en competencia. Pero cabría también… —Cortina hizo una pausa, escogió una de las cuartillas que había sacado y leyó—: «Que Su Majestad el Rey jugase una carta, más allá de los poderes que le confiere la Constitución, pidiendo al presidente del Gobier no privadamente, con suave persuasión, su renuncia al cargo…»

El Rey frunció el ceño: —Yo eso podía pedírselo a Carlos Arias, porque le había nombrado yo, y aun así no fue nada fácil. Y a Adolfo en el primer Gobierno, porque también le había designado yo. Pero desde las elecciones del 77, nanay.

—Bueno, exponiéndole la amenaza de que un puñado de fanáticos estén dispuestos a la voladura del sistema que él mismo ha construido, cabe una apelación a su sentido del Estado, a su patriotismo como gobernante, a la grandeza del sacrificio personal de una retirada, por el bien del país. Incluso, la concesión de un cargo de eminencia, un título nobiliario, una salida digna de su persona y de su historia…

—Sí, puedo hacerle una sugerencia… ¿cómo has dicho antes?, ¿con suave…?

—«Con suave persuasión.» Él suele decir «me bastaría que el Rey me hiciera un gesto, un guiño, para salir por la puerta inmediatamente».

—Me parece más lógica la moción de censura; pero… y después, ¿quién?

—Exacto, ése es el meollo de esta operación. Quitar a Suárez, ¿para poner a quién? Si de lo que se trata es de parar en seco y cortocircuitar a los que preparan un gran golpe contra el sistema, el candidato que sustituya a Suárez no puede ser Felipe González, aunque le correspondería como líder de la oposición y es un hombre que tiene peso político, pero todavía está inmaduro, muy pegado al socialismo republicano, al populismo de izquierdas, a la pana… Sería una transición demasiado drástica. No tranquilizaría ni al Ejército, ni a la banca, ni a la Iglesia, ni a la gente más moderada. Esa moción de censura tendría que hacerse planteando a un candidato de otro perfil… Alguien que suscitase respeto, credibilidad, confianza, seguridad, que se le viera como a la persona capaz de empuñar el timón y dar el viraje. Como dije antes: un hombre especial para una situación especial.

Cortina apuntó ya la conveniencia de que fuese «una persona con prestigio, solvente, con auctoritas personal, independiente de los partidos y de la política… que podía ser tanto un civil — catedrático, economista, empresario—, como un militar demócrata». Y puesto que debía ser investido en el Congreso, lo prioritario era conseguir que lo aceptasen al menos 234 diputados, es decir, los dos tercios de la Cámara que tendrían que darle su voto.

Sin entrar en detalles, y siempre con la muletilla de apoyo «en opinión de nuestros analistas», expuso que la operación tendría tres fases sucesivas.

En la primera, se trataría de lograr que los dirigentes políticos y la gente de la calle tomasen conciencia de que se cernía la amenaza de un golpe de Estado, y que podían estar en juego la democracia y el sistema de libertades. Eso, en sí mismo, generaría un estado de alerta, incluso de alarma, favorable a la hora de aceptar una solución extraordinaria como sería un presidente del Gobierno extraparlamentario, porque probablemente no sería siquiera diputado ni senador. En esta primera fase, los periódicos podrían ser una bocina de gran importancia para crear ese estado de opinión.

En la segunda, habría que propiciar entendimientos personales entre los miembros de los partidos, que entonces estaban muy enconados, de modo que, llegado el momento, se pudiese componer un Gobierno de concentración, o de gestión, o de gran coalición, o de unidad; en todo caso, transicional. Este Gobierno tendría que trabajar mucho y en poco tiempo, pues debía garantizar que en 1983 se celebrarían las elecciones. Su cometido sería nada más y nada menos que sacar el país del atolladero: dureza a fondo contra el terrorismo, freno a la dinámica centrífuga de las autonomías y saneamiento estructural de la economía. Precisamente porque debía tomar medidas fuertes, incluso impopulares, era necesario que todos los partidos parlamentarios estuviesen comprometidos con ese Gobierno de transición y le dieran su respaldo.

En la tercera fase, cuando ya los líderes políticos hubiesen llegado a un acuerdo sobre el «hombre especial», la prensa podría volver a jugar un gran papel de marketing informativo, dando a conocer los rasgos y las virtualidades positivas de ese presidente in péctore.

El Rey había escuchado en silencio, sin salir de su asombro porque aquello estuviese ya tan ensamblado y tan estructurado en la mente de Cortina o, según él dijo, en la de sus «analistas». No opinó, sólo hizo unas advertencias:

—Todo dentro de la Constitución. Ni media coacción, ni media violencia. Y, aunque yo hablaré con el presidente Suárez… «con suave persuasión», sinceramente no creo que acceda a irse así como así. Por tanto, situados en el escenario de una moción de censura, lo que veo casi imposible es que estén poniéndose de acuerdo todos los diputados para votar en su contra, y a favor del que sea… y Adolfo, con todas sus antenas disparadas y sus radares de punta, y sin enterarse.

—Por supuesto, la censura tendría que pillarle en la ducha, y toda la negociación de votos debe hacerse muy sigilosamente: entiendo que es difícil hablar uno a uno con trescientos cincuenta tíos sin que haya filtraciones; pero tiene que ser, más que una operación discreta, una operación secreta.

Ese mismo día, a última hora de la tarde, el Rey comentó con Sabino Fernández Campo cuanto le había dicho el comandante Cortina.

A Sabino también le sorprendió que los del CESID tuviesen tan urdida ya la operación. «Prácticamente nos la dan hecha», dijo con cierta sorna. Y como notó al Rey bastante interesado y motivado, se permitió deslizarle un consejo:

—Es una jugada política de gran magnitud, pero es una jugada política. Cuanto más al margen se quede Su Majestad, mejor. Y sería bueno que todo eso del «independiente extraparlamentario» tuviese una buena fundamentación jurídica.

Sabino: «¡Por fin el Rey se ha caído del burro con Suárez!»

Poco después, el 5 de julio, tras visitar al Rey en La Zarzuela, Jaime Carvajal anotaba en su diario: «Encontré al Rey físicamente bien, más distanciado de Suárez y pensando en la posibilidad de un independiente (¿?).» [18. Jaime Carvajal y Urquijo, diario manuscrito, anotación del día 5 de julio de 1980.]

También en julio, el general José Ramón Pardo de Santayana, fue a La Zarzuela para charlar un rato con Sabino Fernández Campo. Eran compañeros y amigos, y habían coincidido en palacio desde 1976 hasta 1979, mientras Pardo de Santayana era el jefe de Estado Mayor del Cuarto Militar del Rey. Solían intercambiar información y «ponerse a la última». En esa ocasión, Sabino le dio una sorpresa:

—José Ramón, ¡cuántas veces hemos comentado que no nos gustaba nada que el Rey estuviese tan amigado con Suárez…! Bueno, pues por fin el Rey se ha caído del burro.

—¿Qué ha pasado? —No ha sido una cosa así, concreta, sino una sucesión de fallos, o de ir demasiado por su cuenta… El Rey ha estado muy condicionado por Suárez, influido por Suárez… hasta que se ha dado cuenta de que, desde hace algún tiempo, no está en lo que debe estar, o no tiene iniciativas, o se le han gastado las pilas. Sin quitarle ningún mérito a toda su gestión anterior; pero hay que vivir en presente, y al fin se ha dado cuenta de que Suárez ya no es el hombre que España necesita en estos momentos.
—¿Y qué puede hacer el Rey? No tiene los resortes de antes: quito, pongo…
—El Rey está pensando muy en serio que convendría que Suárez no siguiera. La solución es que se forme un Gobierno de concentración nacional o de coalición, presidido por un independiente. Ya hay una operación en marcha. ¿Quién te parece a ti que puede ser el presidente?
—¡Sabino, por Dios, no me hagas pensar! Yo de política ni sé ni quiero saber. No estoy en eso…
—Dada la situación, el presidente tiene que ser un militar.
—¿Un militar…?
—Armada.
—¡Ah, caramba!… Entonces, sí. Ése sí, porque es una persona que sabe de política, ha tenido mucha relación con políticos, lo ha hecho bien al lado del Rey, es muy inteligente… Y encima es gallego, una ventaja para saber por dónde vienen los tiros. Sí, Armada me parece bien.
—Pues mira, no lo cuentes, pero eso está hablado con muchos políticos. Hasta los socialistas estarían de acuerdo, aceptarían estar en un Gobierno presidido por Armada. [19. Sabino Fernández Campo a la autora. Véanse también, de Francisco Medina, Memoria oculta…, ob. cit., p. 285; y 23-F, la verdad, Plaza & Janés, Barcelona, p. 351; de J. Morán, entrevista al teniente general jubilado José Ramón Pardo de Santayana, en Diario de Mallorca, 7 de diciembre de 2009.] Y todos los líderes políticos acabarán entrando, porque se les pide que arrimen el hombro, sí, pero se les ofrece participar ya del poder, y a nadie le amarga un dulce.

De modo que, aparte de Sabino —que era miembro de la Casa—, dos testigos fiables y no concernidos, como el financiero Carvajal y Urquijo y el teniente general Pardo de Santayana, permiten afirmar que la primera noticia de un Gobierno de concentración, presidido por un independiente, y que éste fuera el general Armada, se dio en La Zarzuela y muy temprano, en julio de 1980, cuando Suárez todavía no había renovado el Gobierno de septiembre, ni había planteado y ganado su cuestión de confianza. «El Rey se había caído del burro…» Chusca expresión que describía el desencanto regio, la pérdida de confianza, el hastío, junto a la necesidad de pasar página y cambiar de protagonistas. En adelante, hiciera lo que hiciera Suárez, su ciclo político había terminado para el Rey.

Suárez, como bien describía Don Juan Carlos, «con todas sus antenas disparadas y sus radares de punta», conocía desde hacía meses los alientos a un golpe por parte de Emilio Romero, Josep Tarradellas, Luis María Anson, los tenientes generales Milans del Bosch, Merry Gordon, González del Yerro, Campano López; los generales Torres Rojas, Alvarado, Armada…; un grueso de los jefes y oficiales del Cuarto Militar del Rey; y el recién creado colectivo Almendros: una cofradía de personajes significados; la firma épica del teniente general De Santiago y Díaz de Mendívil; y un redactor de prosa tronante, el general Cabeza de Calahorra.

Había ordenado seguir la pista de aquel recado que Javier Pradera le envió desde El País: «Dentro del PSOE se está discutiendo la posibilidad de llegar a un acuerdo con los militares para quitar a Adolfo del poder, y eso si cuaja puede llegar a ser un golpe de Estado.» Y Juan José Rosón, Andrés Cassinello y Francisco Laína le tenían al tanto de unos contactos atípicos entre la plana mayor socialista y militares del antiguo SECED y del nuevo CESID. Cuando tuvo algo más que indicios, soltó al aire el pistoletazo de denuncia ante el séquito de periodistas que le acompañaba en su viaje a Lima en los días últimos de julio:

—Conozco la iniciativa del PSOE de querer colocar en la presidencia del Gobierno a un militar. ¡Es descabellada! [20. «Sorprendentes declaraciones de Rojas Marcos», en El Alcázar, 29 de julio de 1980; véase también Urbano, Con la venia…, ob. cit., p. 31.]

La Operación De Gaulle estaba en marcha y bien engrasada.”

Bueno, este relato no es más que el del principio de la Operación De Gaulle u Operación Armada, en la versión de Pilar Urbano, que para muchos no dice nada nuevo, pero para los españolitos de a pié es una sorpresa . Si nos quedan fuerzas, la semana que viene podemos analizar algo más de su desarrollo, que en definitiva es lo que incita al 23 F, de la mano de Pilar Urbano. Aunque yo les recomiendo que, mucho mejor, lean su libro con un poquito de paciencia. Como han podido comprobar con el texto que acabo de reproducir, tiene la fuerza de lo novelado, así que se lee con gusto.


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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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