Por Javier Pardo de Santayana

( Vieja estación. Acuarela de José A. Marticorena Veloso en Facebook) (*)

Demasiadas marranadas. Demasiada vileza. Esto es lo que hoy voy a sacar a colación con la intención de que tanta suciedad no quede sin denunciar como debiera por mi parte.

No ha mucho recordábamos los terribles hechos del once de marzo del año dos mil cuatro. Y afortunadamente su evocación, que no celebración, fue ocasión de mostrar unidad entre las víctimas superando la implacable politización de siempre. No estuvo mal, sino todo lo contrario, un gesto que aportaría bálsamo y buenas palabras ese día para no echar ya más leña al fuego. Muchos se han esforzado en rechazar cualquier intención de abrir de nuevo el caso poniendo en duda el resultado oficial de las pesquisas; según ellos no habría que enredar más, sino, por el contrario, echar tierra definitivamente sobre un pasado incómodo. Sólo algunos dijeron que sí, que estaba bien la cosa y que había que evitar toda polémica, pero que se echaban de menos el examen de conciencia y el propósito de enmienda de quienes se aprovecharon de ello; que ya no cabe soslayar la vergüenza de lo que luego sucedió. En fin, que quienes actuaron con mala fe en esa ocasión no debieran salir del paso sin reconocerlo, o al menos, sin sufrir la repulsa de los ciudadanos no contaminados por el furor sectario.

Y es que, no me cansaré de repetirlo, para hundir al adversario se estableció un indigno procedimiento operativo. Quienes habían anunciado un comportamiento moderado – civilizado diría yo – pusieron en marcha su «agitprop» particular para achacar al gobierno cualquier mal que aconteciese en el futuro: la culpa de cualquier tragedia sería imputada a la cuenta del gobierno y se movilizarían los adictos y los «medios». Así fue con un barco que navegaba por las proximidades de las costas españolas y se rompió en dos partes: como el hecho poco tenía que ver con una decisión gubernamental, se utilizaron las medidas adoptadas para evitar mayores males, tachadas poco menos que como asesinas. La que armaron con eso ustedes lo conocen: «nunca mais» fue el lema que entonces aplicaron y arrinconaron luego cuando no convino. Así lo que debió ser motivo de orgullo nacional – la solidaria repuesta de la «ciudadanía», el éxito de una limpieza minuciosa y la impecable exhibición de respuesta tecnológica en la extracción del crudo remanente – degeneró en vergüenza y desunión. Luego, hasta los tribunales desacreditaron las críticas interesadas y sectarias que justificaron aquel comportamiento, pero esto poco importa a quienes actuaron tan taimadamente.

Algo parecido ocurrió tras el atentado de los trenes. Aún recuerdo mi propio asombro cuando constaté que el «¡asesinos!» que yo mismo repetía en aquella masiva manifestación a la que me sumé no se refería precisamente a quienes colocaron los explosivos en los trenes sino a nuestros propios gobernantes. No hubo entonces el consabido «no se descarta ninguna hipótesis» ni se comprendió la mención de una autoría que formularon incluso aquellos que solían recoger las nueces, que esa es otra. Se aplicó sin más la doctrina de la imputación, y los manipuladores se lanzaron a degüello. No se respetaría el mandato de silencio de la víspera de los comicios y serían asediadas las sedes del partido del Gobierno. Hasta gente de buena fe cayó en la trampa, y aún estamos pagando la factura: lo que debió reforzar nuestra cohesión en una respuesta solidaria se convirtió en causa de desunión y enfrentamiento. Como suele decirse vulgarmente, esto no tiene perdón de Dios que valga.

El final de la historia es que recientes investigaciones demostraron el falso fundamento de las críticas, ya endeble y torticero de por sí incluso en su formulación de inicio; mas eso casi no sale en los periódicos y menos en la televisión. Luego vino al espectáculo vergonzoso de aquel debate sobre una crisis de caballo negada a costa de la verdad para salvar los votos… Así que no hurguemos más en la herida si es preciso, pero que nadie siga aquí como si entonces no pasara nada.

Lo último no es negar una crisis interesadamente, sino aprovecharla. Sí, señores: aprovechar el mal de todos para medrar en la política. Un fulano español y su partido, con los indispensables cómplices, aprovechan una situación de riesgo extremo de quiebra nacional para, saltándose incluso la legalidad establecida gracias a la cual medran y cobran, romper la unidad nacional de cinco siglos. Unos y otros abusaron del poder para manipular la educación y los «medios» y manipularon la ignorancia para crear un ambiente de odio en beneficio propio. También utilizaron la «agitprop». Sacaron partido de la moderación de un pueblo que valora la paz y la tranquilidad y que incluso financió los sueños de grandeza del insensato admitiendo que su mal gobierno fuera compensado con préstamos y aportaciones económicas procedentes de todos los bolsillos porque, claro, los demás no tenían la culpa totalmente. Así los muy ladinos crearon un problema donde no existía y lo azuzaron hasta el actual extremo.

Como las ratas que salen a cubierta cuando olfatean el naufragio, ahora se lían la manta a la cabeza y se ponen al mundo por montera. Son los mismos del famoso tres por ciento, que quieren erigirse en héroes cuando en realidad son – no tengamos miedo a las palabras; si no, ¿para cuándo dejamos este término? – simples traidores a su patria.

He aquí un simple muestrario de las marranadas que ustedes y yo hemos padecido y seguimos, por desgracia, padeciendo. Vilezas impropias de una nación sana que estamos encajando sin atrevernos a denunciar abiertamente lo que realmente son; manejando eufemismos y sutilezas que encubren una realidad palmaria y nos hacen confundir los términos. No es de extrañar, por tanto, que hoy «política» sea ya sinónimo de doblez y de mentira, y que se haya producido el desprestigio de quienes, habiéndose comprometido a servir con verdad y lealtad a la Nación, se comportan con falsedad y falta de respeto aun conociendo la trascendencia de su ejemplo.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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