Rincones con fantasma. 44. Plaza y convento de Santa Ana

Por José María Arévalo

( Este es el pozo que queda, de los cuatro que hubo en el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, que por sus capiteles podría ser del segundo cuarto del siglo XVI, y pertenecer a la primitiva construcción, ya que las monjas llegaron a esta ciudad el 18 de diciembre de 1595, tras conseguir la aprobación de Felipe II a este nuevo emplazamiento de la comunidad, de fundación real) (*)

Juan Carlos Urueña Paredes continúa el último capítulo, “Zona de la Plaza Mayor”, del itinerario que sigue en su libro “Rincones con fantasma. Un paseo por el Valladolid desaparecido”, que estamos reseñando, con el apartado que titula “Santa Ana”, en el que dedica breves líneas a la plaza y al convento que le da nombre, por lo que completamos la información sobre ambos con varios artículos de la web Vallisoletvm.

“La plaza de santa Ana –dice Urueña- es una de las más bonitas de la ciudad por sus edificios y su sereno ambiente. La familia Boniseni tuvo en ella un enorme palacio que, según Pinheiro, tenía nada menos que 390 habitaciones. Pero el edificio más importante de la plaza es el que le da nombre: el monasterio de santa Ana. Procede del fundado en 1281 por los condes de Carrión en la localidad palentina de Perales, del que varias de sus monjas se trasladaron a Valladolid en 1594. La condesa de Carrión, doña Catalina, era hija de los reyes don Alfonso y doña Sancha, por lo que la comunidad ha sido siempre considerada como de fundación Real, y a ese carácter aludieron para conseguir en 1779 que el monarca Carlos III se hiciese cargo de la reconstrucción del entonces ruinoso edificio. De estas obras se encargaría el arquitecto real, Francisco Sabatini. El monasterio cuenta con numerosas obras de arte repartidas entre su interesante museo y su iglesia, que posee varias pinturas de Goya”.

Por su parte Vallisoletvm, en su número de Noviembre de 2009, incluye el siguiente artículo que titula “Plaza de Santa Ana y Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana”, citando como fuente “Las Calles de Valladolid”, de Juan Agapito y Revilla.

“Por estar muy cerca –explica Vallisoletvm- esta plaza del convento de Trinitarios calzados, en la calle de Doña María de Molina, se la llamó «plazuela de la Trinidad» y así se lee en escritura de 30 de abril de 1523 del Hospital de Esgueva, con casas en la calle San Lorenzo, y así figura en el plano de 1738; pero se hizo en ella de nueva planta, en el mismo siglo XVIII, el convento de religiosas de Santa Ana, y empezó a llamársela «plazuela del Real Monasterio de Santa Ana», como ya se la rotuló en el plano de 1788, y es claro, por la brevedad quedó en «plaza de Santa Ana», oficial desde 31 de Marzo de 1843.

( La Plaza de Santa Ana desde Zúñiga . Acuarela de José Mª Arévalo) (*)

El convento de esta advocación tuvo su origen por traslado de las religiosas de Perales a esta ciudad, en 1596, y protegido por el favor real, se construyó por completo de nuevo, por planos de Sabatini, terminádose las obras en 1787, siendo su inauguración solemne el 1º de Octubre del mismo año.

Aun quiso adornar la iglesia el rey Don Carlos III, con ciertas obras de importancia y encargó la pintura de seis lienzos, tres a Don Ramón Bayeu, que son los de los altares del cuerpo del templo del lado del Evangelio, y otros tres a Don Francisco de Goya, que son los simétricos de aquellos en el lado de la Epístola.

( El lado norte de la plaza de Santa Ana. El soportal que aún existe en el extremo de la plaza, casa esquina a la calle de San Lorenzo, ya existía en 1743 ) (*)

En esta plazuela tuvo sus casas, debieron de ser las situadas entre Zúñiga y Doña María de Molina, la rica familia de los Boninseni, y en las cuales contó el portugués Pinheiro da Veiga en 1605 hasta 270 aposentos. Muchas habitaciones ma parece; pero allá él. Esas casas se quemaron el 24 de septiembre de 1736, y en ellas tenía un buen taller Pedro Correas, maestro ensamblador y tallista. Sacaron S.M. de San Lorenzo y le tuvieron en la calle de Zúñiga, cantando la letanía de los Santos. La casa se reconstruyó, y antes de ser modernizada, recientemente, sirvió de oficina de telégrafos. Tenía entonces cierto aspecto de mansión señorial.

Fué la «plazuela de Santa Ana» punto muy transitado en otros siglos, por ser paso más corto para desde la Plaza Mayor ir a visitar a la Virgen de San Lorenzo, patrona coronada de la ciudad, y a presenciar las comedias, pues al principio el teatro tuvo su entrada por la calle de San Lorenzo. El soportal que aún existe en el extremo de la plaza, casa esquina a la calle de San Lorenzo, le había en 1743, y sirvió para colocar en él el altar para la fiesta de la procesión que celebraba la cofradía de la Pasión el 27 de octubre, con motivo de colocar el Santísimo en su iglesia después de adornarla y pintarla de nuevo.

( Plano de 1738 de la plaza de Santa Ana ) (*)

Desde 1978 tiene su sede en este convento el Museo de San Joaquín y Santa Ana. En su colección se incluyen importantes ejemplos de pintura de la Escuela Castellana del siglo XVI, esculturas de los siglos XIII, XVI y XVIII, así como ornamentos litúrgicos. Entre ellos cabe destacar la escultura de Santa Ana en la fachada de la iglesia, datada en el siglo XVI y procedente del antiguo edificio. En el interior de la iglesia destacan las pinturas de Ramón Bayeu y Francisco de Goya que cuelgan de sus laterales, así como sus retablos, una de las joyas del museo. También cuenta con una de las más importantes colecciones de imágenes del Niño Jesús de toda España”.

Sobre el museo ampliamos con el artículo, también de Vallisoletvm, titulado “Museo de San Joaquín y Santa Ana. Tres Goyas en Valladolid, de Diciembre de 2011, que cita como fuente “Valladolid, ciudad (Crónicas de ayer y de hoy)” de Luis Calabia Ibañez.

( Plano de Ventura Seco de 1788 ) (*)

“En el convento de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid se conservan tres cuadros obra de Francisco de Goya. La razón de pintar Goya para Valladolid se debe a que cinco meses antes de ser inaugurado dicho convento ninguno de los cuadros de su viejo templo se acomodaba a las dimensiones de los nuevos retablos. La monjas suplicaron al rey, y entonces Sabatini, en una comunicación, propuso que «en caso de acceder su majestad a la solicitud de la comunidad, podrán encargarse las seis que se necesitan (se refiere a las pinturas) a los pintores don Ramón Bayeu y don Francisco de Goya, respecto de que gozan sueldo y tengo confianza de su habilidad; a quienes luego se les pase la orden, daré las dimensiones y noticias que necesiten para su desempeño».

En el primer periódico de Valladolid, (Diario Pinciano), coetáneo del tiempo en que era construido el convento, se publicó prolijamente la solemne inauguración del templo. El «diarista» dijo en qué habian consistido los actos, sin hacer referencia a las obras de arte que entraron entonces en aquella santa casa. El rico inmueble, asomado al Pisuerga para solaz de las mujeres enclaustradas, fue proyectado por el «arquitecto mayor don Francisco Sabatini, mariscal de campo de sus reales ejércitos», y dirigió las obras don Francisco Valsania.

( Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana) (*)

Solo andando el tiempo se supo que dentro de aquel recoleto edificio existía un museo de cierta importancia, que, poco a poco, por necesidades insoslayables y muchas veces harto perentorias de escasez, iba perdiendo importancia. A principios del siglo XX todavía se guardaba una capa pluvial orlada de perlas, óleos abundanes y buenas tallas.

El primer historiador de Valladolid, Sangrador Vítores (1854), rompió el fuego en favor del recuerdo de extraña manera, sin embargo; las pinturas de «la derecha son obra del distinguido Francisco de Goya, y las de la izquierda, del no menos célebre, don Ramón Bayeu».

Araujo Sánchez publicó en su día una carta de Goya a su amigo Zapater, que es muy conocida, con fecha 6 de junio de 1787: «Para el día de Santa Ana an de estar tres quadros de figuras del natural colocados en su sitio y de composición, el uno en tránsito de San Josef, otro de San Bernardo y otro de Santa Ludgarda, y aún no tengo empezado nada p´ tal obra y se a de acer porq lo ha mandado el rey, conq mira si estaré contento. La mulas buenas, la berlina buena, y no voy en ella aunq la he estrenado»… Es extraño que este mismo autor dudase después de la posibilidad de terminar una obra en tan corto espacio de tiempo – Santa Ana es el 26 de julio-.

( Muerte de San José. Cuadro de Goya en el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana) (*)

El argumento de tal duda cae por su propio peso, considerando que once años más tarde los frescos de San Antonio de la Florida los realizó Goya en cuatro meses. Y si para tan importante obra bastó ese tiempo, no andaría muy apretado para ultimar los tres cuadros de Valladolid, por más que el monasterio no fuera inaugurado en la fecha prevista, sino mucho después. Goya, acuciado y preocupado por tantos encargos como se cernían sobre su cabeza y pesaban sobre su popularidad creciente, terminó el trabajo «porque se lo había mandando el rey». Quizá fuera el último encargo de Carlos III.

Los cuadros de Valladolid son muy clasicistas, pero al propio tiempo tan modernos que todavía sorprenden al espectador, abrumándole de emoción. Es aquella la época gris plata -familia del duque de Osuna- y estos efluvios que pasan a través de los rayos del sol en el «Transito de San José» impregnan de unción a una escena de exaltación de valores religiosos.

( San Bernardo y el pobre. Cuadro de Goya en el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana ) (*)

De las tres telas, no obstante, puede parecer la de «Santa Ludgarda» la más admirable. Aquella hermosa virgen cisterciense, arrodillada en éxtasis delante de un crucifijo al que se está encomendando, es un bello lienzo, aun reconociendo que el discreto tenebrismo disminuye el encanto, en busca, acaso, de ese sentimiento piadoso, que era su preocupación.

…Análogo brío en delicadeza y suavidad de policromía, y con ciertos errores de dibujo tapados a fuerza de oficio, el cuadro de «San Bernardo y San Roberto» bautizando a un joven impedido, completa el tríptico de los Goya de Valladolid. Podemos ver estos cuadros junto con otras obras en el museo de San Joaquín y Santa Ana, sito en el interior del monasterio”.

( Santa Ludgarda. Cuadro de Goya en el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana) (*)

Finalmente reproducimos un curioso artículo, “El pozo del Monasterio de S. Joaquín y Santa Ana, de Octubre de 2012, en Vallisoletvm, que no cita autor pero incluye in fine: “Agradezco a Sor María Luisa del Convento de San Joaquín y Santa Ana la información y fotografías facilitadas”. “El monasterio –comienza- de San Joaquín y Santa Ana, no estuvo siempre en Valladolid, ni siempre se denominó con el mismo nombre. El emplazamiento de origen o de fundación fue la localidad palentina de Perales. Fue la segunda fundación femenina en España de la orden del Cister; la primera fue el monasterio de Nuestra Señora de la Caridad en Tulebras de Navarra. Desde sus inicios en 1260, transcurrió su devenir histórico en dicha villa, hasta que al correr nuevos aires en la iglesia y surgir el deseo de reforma, en el siglo dieciséis, se decidió su traslado a la ciudad de Valladolid, al mismo tiempo que surgía en el interior de la comunidad el deseo de abrazar la Recolección, una forma más austera de entender su hasta ahora consagración a Dios.

Las monjas de Perales deseosas de este espíritu de reforma, más las que se las unieron de otros monasterios con los mismos ideales y provenientes principalmente de Castilla, llegaron a esta ciudad el dieciocho de diciembre de 1595. Antes el abad don Francisco de Reinoso había conseguido la aprobación de Felipe II, a este nuevo cambio de emplazamiento de la comunidad. A partir de ese momento dejó de denominarse de Nuestra Señora de la Consolación, para pasar a ser su nombre de San Joaquín y Santa Ana, y esto según dicen las crónicas por una revelación que tuvo una monja, que el monasterio debía de denominarse y tener por titulares a los padres de la Santísima Virgen Maria es decir a San Joaquín y Santa Ana.

Para su acomodo, y después de buscar en la ciudad decidieron ocupar las casas que don Antonio de Salazar, regidor de la corte, les vendió. Unas casas entre la parroquia de San Lorenzo y el convento de los Trinitarios; a ningunoa de estas entidades les gusto la nueva vecindad, y pusieron impedimentos todos los que supieron, no queriendo que tuvieran misa publica, al parecer todo se debía a un tipo de interés económico, debido a las limosnas de las que pudiera necesitar y conseguir el nuevo monasterio. Todo fue inútil, y las monjas consiguieron sus propósitos.

La casa que habitaron debía de ser señorial y contar con un patio columnado que sirvió de claustro. Hay elementos que aún hoy nos indican restos del primitivo edificio; como el pozo del interior del claustro, las cuatro columnas que soportan el tejadillo y otra columna descubierta en uno de los paños del primer claustro. Por sus capiteles podrían ser del segundo cuarto del siglo XVI. Por tanto podrían pertenecer a la primitiva construcción.

Actualmente se sigue conservando este pozo en el denominado patio de los Laureles, por ser esta especie de árbol el que ha prevalecido en los últimos siglos, ni siquiera en mil novecientos sesenta y cinco cuando los árboles por las heladas y nevadas se helaron y agostaron, sirvieron para erradicarlos pues en los años siguientes empezaron a dar retoños, y a prosperar algunos de ellos, hasta que se hicieron adultos. Este pozo es y ha sido el más prominente de todos los pozos con los que ha contado el monasterio, ya que ha llegado a albergar, en su interior, unos cuatro pozos todos ellos para aprovisionarse de agua las monjas; estuvieron en funcionamiento todo el tiempo que de ellos tuvo necesidad la comunidad, es decir, hasta la llegada de la canalización del agua corriente, en los edificios. El suelo del patio esta empedrado con cantos rodados, el brocal lo componen ocho losas de piedra reunidas dando forma de circunferencia, está flanqueado por cuatro columnas blancas con sus basas y todas de iguales capiteles, un tanto dañados por el paso del tiempo. Estas columnas soportan un entablamento de madera sobre el que se alza un tejadillo pequeño pero suficiente para cubrir el brocal del pozo, todavía consta de la polea, la soga y el cubo de metal, aunque hace tiempo que no se le da uso.

Sin embargo el agua que se sacaba de los pozos era cristalina y su última utilización era aprovechar su frescura, debido a su profundidad, para refrescar las botellas en el día de la celebración de Santa Ana, cuando se hacía mucha fiesta y novenario que actualmente sigue celebrándose. A mediados del siglo XX no había neveras y era un modo común y artesano de enfriar las bebidas. El pozo queda como testigo del paso del tiempo, del devenir de los días de las vidas de las hermanas que han vivido en este recinto su entrega a Dios, que se han sucedido con el paso del tiempo. Por aquí pasaron Madre Evangelista, fundadora de Casarrubios del Monte – el mes próximo será introducida su causa de beatificación-, también la marquesa de Canales con cuyo capital se reedificó el monasterio, o la madre Ángela Francisca de la Cruz, que llegó a esta casa desde el Otero en León, para defender su causa ante la inquisición. Pero queda el pozo, espectador mudo de todos los cambios que con el tiempo se han ido produciendo. Ahí, enclavado en la edificación, que ya cuenta con doscientos veinticinco años, que se inauguro el 1 de octubre de 1787, diseñado por Sabatini, arquitecto real de Carlos III, en un estilo neoclásico, donde también Goya dejo su impronta con tres pinturas en la iglesia, frente por frente con otras tres pinturas de su cuñado Ramón Bayeu”.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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