Nuevas imágenes de Mozambique. Paellas en Marracuene

Por Javier Pardo de Santayana

( Escenas africanas. Acuarela de Ana Muñoz en Google) (*)

Les diré que desde que llegamos a Maputo no hemos parado ni para rerspìrar. Así que casi nada más bajarnos del avión ya subíamos al cuatro por cuatro para cruzar la frontera de Ressano y visitar el Kruger y sus comarcas circundantes. Luego, una vez regresados a la capital de Mozambique, nos fuimos enredando en las frenéticas actividades de nuestros familiares y sus compañeros expatriados. De verdad, no creo que haya un lugar como éste en cuanto a intensidad de relación social enfocada con sentido y espíritu de permanente iniciativa: en los pocos días de nuestra actual estancia no sé ya cuantas veces nos habremos visto unos a otros por razones de índole diversa; en este caso para visitar una modesta escuela en Marracuene, cuya distancia a Maputo me resulta difícil de estimar toda vez que el tiempo empleado en recorrerla es notablemente desproporcionado si lo comparamos con Europa.

Ya el primer tramo, conocido de nosotros por coincidir con el que lleva hasta el club hípico, exige contar con buen estómago sobre todo si se viaja en la parte trasera del vehículo. Mas después de él aun queda por soportar un largo viaje que ahora ha de hacerse siguiendo la obra en construcción que, en manos de una empresa china, debiera convertir esta gymkana en una comunicación homologable. Creo que fue hace tres o cuatro años cuando me referí en el blog al ambicioso y suculento plan ofrecido por Pekín al desarrollo de los países africanos. Supongo que éste será uno de los muchos.

El caso es que, tras muchos saltos y bandazos, alcanzada ya una vía asfaltada en Marracuene, tendremos que encontrar la desviación hacia la escuela. Y, como nos pasamos, recurriremos a la guía a pie de un simpático niño que encontramos arrastrando sobre un suelo poco propicio para la velocidad un cochecillo casero hecho de alambres y con cuatro pequeñas ruedas sacadas de Dios sabe donde.

La escuela de Marracuene a que aludimos es uno de esos inventos africanos que a los europeos nos sorprenden tanto. Por lo visto, el colegio “oficial” solo hace tres turnos diarios de tres horas cada uno, así que los alumnos del lugar corren el riesgo de deambular el resto del día sin otra cosa que hacer que aquello que se les venga a la cabeza. Así que a una buena señora con la que tuve ocasión de conversar, religiosa según creo, se la ocurrió crear una espacie de escuela complementaria que ahora es apoyada ilusionadamente por el grupo de mujeres iberoamericanas. o “latinas”, según reza. Ahora se trataba de ofrecer a la escuela unas espléndidas paellas. Y allá fuimos; yo naturalmente como único hombre acompañante y en mi sufrida condición de abuelo.

El resultado, espléndido: una ocasión extraordinariamente formativa para nuestros nietos, y para nosotros una experiencia africana de primera. Cuando uno ve esas aulas absolutamente desnudas, con un suelo de tierra y ventanas sin cristales, carentes de cualquier mobiliario que no sea una pizarra alabeada donde difícilmente agarrará la tiza, se da cuenta de que cualquier cosa significa mucho aquí. Se cae en la cuenta, por ejemplo, de lo que en tales circunstancias supone, como recurso socializador para la escuela, el poseer un balón que reúna a mayores y pequeños en un terreno improvisado y con unas porterías de fortuna. En tal sentido algunos avances parecen significativos. Los dos cubículos tienen ya piso de hormigón y hay un par de pequeños edificios relativamente decentes que se completan con una elemental cocina que alimentará a los niños razonablemente.

En esta ocasión una señora colombiana aporta una cocinilla de plástico y una casita del mismo material con sus ventanas y puertas: un regalo casi mágico para estos niños, que contienen sus impulsos naturales y esperan pacientemente – como si no se lo creyeran del todo – a que se les invite a inaugurarlos; muestra en todo caso de la buena educación que allí se inculca. Una educación que les hará acudir con orden y en silencio a recoger sus platos de paella y a esperar sin chistar sentados en unas largas mesas a que éstas sean completadas y se haya pronunciado la oración de acción de gracias. Los mayores acercarán las sillas a los más pequeños para evitar que en el trance se les caiga al suelo el contenido de sus platos de cartón. Luego llegaría el gran momento del reparto de tartas de bizcocho y chocolate – “o bolo” en portugués – para culminar de la mejor manera la jornada y provocar un agradecimiento cantado en varias lenguas por los niños de la escuela, ahora clamorosamente en pie.

En fin, mucha emoción y una conmovedora faceta de la realidad africana redondeando una indispensable visión del Mozambique que, naturalmente, nuestros niños – el mayor de ocho y el menor de cinco – vivieron plenamente integrados con los mozambiqueños allá donde les correspondiera por su edad o su estatura.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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