Apócrifo. 24.2. Purificación de Myriam

Por Carlos de Bustamante

( Ciudadela de Jerusalén. Acuarela de David Robert en “View the Holy Land”; odisea2008.com) (*)

Antes que nada, he de decirles que Tarsicio quien les escribe, si no analfabeto, tampoco es ningún sabio; ni versado siquiera en la Torá judía como todos los niños de mi tiempo en estas tierras. Tengo sólo en mi haber que cuanto sé, se lo debo a mi Madre Myriam y a José, mi padre y señor. Me lo enseñaron primero en Nazareth. Aquí en Belén luego, y siempre con el ejemplo de una vida de trabajo intenso que era oración. Más y mejor si cabe, cuando todo lo que hacían, trabajaban, estudiaban de leyes mosaicas o me enseñaban, lo hacían en presencia del Niño Dios nacido. Sea como fuere, si de carrerilla sabía poco, de Amor -y perdonen la inmodestia-, más que muchos sabios escribas o fariseos. Ninguno tuvo para ello mejor escuela. Valga sin embargo lo dicho por si en mi relato de los acontecimientos vividos hubiera algún error cronológico. De estos les pido disculpas; más que disculpas, si me faltase Amor. Sería imperdonable cuando Dios quiso que fuera testigo de excepción. Privilegiado.

Por este Amor, sentí una especie de rebeldía cuando mi Ama entró en el Templo para cumplir el rito judío de la Purificación de la Madre. Myriam, en este caso. Bien sabía yo, Tarsicio, esclavito libre, que la ley ordenaba tal requisito a las mujeres judías a los cuarenta días del parto. Pero sabía mejor que sin diferencias aparentes, todo en Myriam había sucedido de forma extraordinaria. Iahveh-Dios la llenó de gracias, porque podía hacerlo. Y lo hizo así. También en gracias, belleza y todas, todas, las virtudes. Porque si la Mujer que fue su Templo de nonato, fue luego su Madre. ¿Cómo no iba a querer, pues, que su Madre fuera perfecta? ¿Y cómo no hacerla así, si podía hacerlo? Y ¡vaya que si lo hizo! ¡A mí me lo van a decir…!

Como sabía que no tenía necesidad alguna de purificación ni otras zarandajas, la verdad -y con perdón- me cabreé un poco. Y me lo notó, claro. Sin reñirme, pero con lo que dijo y que pertenece a mi intimidad, me hizo saber, al igual de en lo que consistía el Amor, lo que realmente era la humildad.

Con ese conocimiento vi con claridad el significado del Magníficat dicho en casa de su prima Isabel:

“Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava. Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen”…


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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