Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Borja Montoro en Libertad Digital el pasado 30 de Abril) (*)

Ustedes coincidirán conmigo en que la condición oficial de autoridad exige una cierta contención del proceder. Quiero decir con esto que si uno tiene determinadas responsabilidades públicas no podrá permitirse algunas cosas que los demás haríamos con la mayor naturalidad.

De entrada, alguien sacará punta a cualquier fotografía que a uno le tomen, y para ello no será siquiera necesario que ésta resulte abiertamente ridícula o grotesca; bastará con hacer chanza del más mínimo detalle para desatar la hilaridad de un público previamente trabajado para que el fotografiado parezca propicio a la caricatura.

Ahora vemos, por ejemplo, como uno de los ministros más generosamente entregados a la reparación de los daños económicos causados a nuestro maltratado país es convertido en objetivo diario de toda clase de gracietas y comentarios jocosos previa identificación de sus rasgos faciales con sus decisiones, poco agradables, por cierto, para el contribuyente, pero encaminadas a evitar una catástrofe total.

Lo que no es de extrañar a la vista de la calidad de la justicia, pues si ésta es como es para las cosas serias, no vamos a pedir peras al olmo de nuestros sufridos ciudadanos, fácil pasto para tan arteras maniobras. Otro ejemplo sería lo ocurrido hace unos días con el responsable de la más alta de las instituciones futboleras; esto sí, con una diferencia: a éste no hubo que buscarle su lado más ridículo, puesto que él mismo lo exhibió cumplidamente. Y para ello empezó metiéndose en jardines.

Verá usted: si a usted le piden que se moje y diga a cuál de los dos máximos goleadores del mundo usted prefiere, y es autoridad reconocida que debe mantener la neutralidad más exquisita, lo más normal será que evite herir susceptibilidades y conteste que le gustan muchísimo los dos, ya que plantear tal cosa es como preguntarle a un niño el consabido «dinos, nene, a quién quieres más, ¿a tu papá o a tu mamá?».

El caso es que lo que hizo este señor no fue eso ni por el forro. Él no sólo mostró su decidida predilección por uno de ellos, sino que ridiculizó al otro con argumentos que se permitió ilustrar con una especie de número de music-hall a imitación del famoso «Chiquito de la Calzada», humorista descubierto en un concurso de televisión que rompió todos los moldes de la risa con una combinación de timitos, expresiones, gestos y andares peculiares que luego sería repetida hasta la saciedad por los españoles de todas las nacionalidades, edades y clases sociales. Y esto asombra en una autoridad mundial del balompié; o sea del deporte por antonomasia: esa mina de dinero y de polémicas que alimenta nuestras más tórridas pasiones.

No es de extrañar, por tanto, que el personaje, ya de por sí «polémico» por naturaleza, se confirmara definitivamente como objetivo preferido de protestas y suspicacias en el mundo del deporte rey, porque la gente se pregunta: ¿Cómo es posible que un hombre de mundo, bregado en las lides mediáticas y astuto urdidor según se dice de pequeñas maniobras subterráneas, haya caído en tan casposo y gratuito error?

La verdad es que no lo sé. Pero según las malas lenguas, el rostro del prócer futbolero lucía un sospechoso enrojecimiento, así que no hubo que esperar mucho para que los arreboles fueran atribuidos a un exceso etílico.

Yo, por mi parte, me limito a constatar la publicidad gratuita que otorgó sin proponérselo a nuestro humorista cuando, agotada su bien ganada popularidad de antaño, su estrella ya comenzaba a declinar.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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