Vivir es un asombro

Por Javier Pardo de Santayana

( Valle en Sierra de Guadarrama. 1870. Óleo de Carlos de Haes, en pintura.aut.org.29x 40 ) (*)

Ya escribí no ha mucho sobre la visión y la impresión que del tiempo se tiene con la edad. Lo cual contribuye al desconcierto que produce el ver las cosas de forma diferente a como uno las vio a lo largo de su vida. Algo difícil de explicar, mas que quizá responda a la perplejidad sentida cuando uno empieza a ver la vida, no ya como algo natural, es decir, como algo que es como es porque siempre ha sido así, sino como una extraña y sorprendente historia en la que uno irrumpió en un momento determinado de la eternidad para desempeñar un cierto papel durante un tiempo y desaparecer después sin casi dejar huella.

La historia sucede en un planeta pequeño como un grano de arena, casi imperceptible en la inmensidad de este universo que, según ahora nos dicen, pudiera ser incluso uno más entre muchos. Y ahí está uno, sorprendido de que en tan extraño mundo sea posible, no ya la supervivencia, sino la propia vida.

Por una parte, me siento una excepción. ¿Cómo habré venido yo a parar aquí? ¡Menuda suerte! exclamo, por ejemplo, al contemplar el espectáculo de una noche estrellada. Porque la probabilidad de existir es aún menor que la de que a uno le toque el gordo de la lotería. Y sin embargo – este es mi mayor asombro – ¡qué poca conciencia suelen tener los hombres de su evidente condición terrícola!

El caso es que, desde hace cierto tiempo, yo veo todo con asombro. Por ejemplo, la complejidad del ser humano, formado en el vientre de otro y dotado de una enorme serie de complicadísimas funciones que constituyen un conjunto de increíble perfección: un todo único que funciona sin mediar la voluntad de cada ser. Y observo cómo estas funciones – el cuidado de la salud, la alimentación, la reproducción y tantas otras – exigen adoptar costumbres y usos que se integren en la vida personal y social con tratamientos concretos y enormemente elaborados. Pero tengo las intuición de que, en el fondo, todo podría ser esencialmente aleatorio; que, siendo como es de una forma concreta, bien pudiera haber sido de otra manera diferente.

O sea que la propia existencia, de seguro cierta y no fruto de la imaginación, se nos ofrece como una curiosa historia en la que uno se encuentra dentro sin saber muy bien por qué: algo que si es para mí evidente, no parece serlo, en cambio, para la generalidad de los mortales, que toman su existencia con la mayor naturalidad, es decir, como si su historia fuera algo tan normal y dado por supuesto, que les mueve a resumir toda la condición cósmica del hombre al nivel de cosas tan terrestres en el fondo como los derechos y deberes del ciudadano que pisa las aceras o contempla la televisión.

Yo, personalmente, tengo la suerte de vivir en un entorno de naturaleza viva. Me basta con subir sólo unos metros para llegar al Llanomonte y contemplar el valle del Jarama desde la altura; de alcanzar con la vista toda la extensión de la Sierra del Guadarrama, y llegar a vislumbrar, de un lado, Somosierra, y, del otro, Gredos. Y abarcar con mis ojos toda la inmensa bóveda del cielo.

Entonces me parece constatar que, efectivamente, lo que estoy contemplando es, sencillamente, la piel de un planeta donde tengo el privilegio de vivir. Y que, superado como estoy por la grandeza y el exotismo de mi condición humana, nada entendería en realidad si careciera de la visión religiosa que me aporta una cierta intuición de la realidad cósmica del hombre. O sea que los hombres sencillos – es decir, carentes de soberbia -, que reconocen el misterio y están dispuestos a asumir la humildad de la esperanza que les aporta la revelación, resultan ser más sabios y conectar mejor con la verdadera realidad de su existencia que quienes se creen tan listos que rechazan toda trascendencia.

Constato, sí, que, ante algo que, como el universo, ni siquiera es consciente de su propia existencia, la presencia del hombre y de su pensamiento da a éste su auténtico sentido al percibir la belleza y la emoción de lo creado. Pues, en efecto, aun reconociendo la mínima realidad del ser humano, tengo la impresión de que, en realidad, poco sentido tendría el universo si Dios no nos hubiera puesto aquí.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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