Observatorio en primavera. Un sueño hecho realidad

Por José María Arévalo

(Acuarela de José María García Fernández, “Castilviejo”, en la actual exposición de la galería “Espacio 36” de Zamora )(*)

Es preciso que se lo recuerde: en la ribera opuesta a la cabaña de Ignacio- mi observatorio en las cuatro estaciones-, con mis amigas oropéndolas, aparecieron los primeros brotes que pronto serían verdes. Pudieron leer parte del poema inmortal “El cantar de los cantares”. Y algunos de mis sueños frecuentes. Hechos, casi, realidad. En llegando a este punto de “desde mi observatorio”, he de comunicarles, que entro gozoso en la nueva Estación. Sólo oficial.

En tierras de la Meseta, “nueve meses –ya saben- de invierno y tres de infierno”. Que el invierno vaya de capa caída, en absoluto quiere decir-coincida o no con “el zaragozano”-, que la primavera haya irrumpido en el valle que contemplo desde mi observatori; ni en las laderas de Peñalba; ni en el páramo…

No sé en qué año estoy, ni falta que hace. El invierno de un año cualquiera, dio los postreros coletazos; el penúltimo “cordonazo”; las penúltimas nieves y ventiscas; sucesivas cencelladas; nieblas que tapan con extraña gorra blanca, los rocíos y escarchas en valles y cotarros…

Mas el castellano que se precie de serlo, habrá distinguido por barruntos, que está al llegar. Desde mi observatorio en la cabaña de Ignacio, hablé con la oropéndolas; oí cómo el pico-carpintero, tras el vuelo pendular entre los chopos y álamos de la ribera de la Dehesa, se posaba (adhería) en el álamo viejo, y con precisión de artista, practicaba el orificio perfecto que sería su casa; y la de pico-carpintero madre, con la numerosa familia de pico-carpinterillos.

Desde mi observatorio, miro, contemplo y medito. Como el oso que inverna en sueños que ningún humano sabe, así la naturaleza que veo, desde el observatorio. El valle despierta. Bellísimo despertar, que en duermevela primero, auspicia lo que, no tardando, será espléndida realidad.

Para quien no ama lo que ve, son auspicios sólo, que le pasarán inadvertidos. Desde mi observatorio amo intensamente los primeros bostezos primaverales. No es impedimento esta forma tan prosaica de expresar el grandioso despertar, para que se me vengan a las mientes algunas de las estrofas del cántico espiritual de san Juan de la Cruz, inspiradas en el ya referido poema en artículos anteriores El cantar de los cantares:

Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos…

Y es, que desde mi observatorio, el Dios-sol que tuviera por el Todopoderoso Raposo “el viejo”, comenzó –siendo sólo parte- a dar luz, vida y calor al todo en este valle, ribera del Duero, que contemplo en silencio. De metal precioso el agua que discurre abajo en meandro de plata, invita en susurros nemorosos a que la brisa que perdió la gran friura invernal, se torne en silbo amoroso. El que en rachas tibias toma todos los calores con que inicia la nueva Estación en el páramo, y baja por la gran cárcava en silbo amoroso desde el cerro. El mismo camino que siguieron, torrenciales, las aguas durante lo más crudo del invierno.

Henchido de amor, similar “musa” (o eso creo) a la que iluminó a san Juan de la Cruz a componer el Cántico espiritual entre el alma y el esposo, me lleva al Magníficat. Lo medito y lo canto agradecido.

Como soñar cuesta poco, y desde mi observatorio los sueños vienen solos, anticipo parte del Cántico espiritual del que les anticipé una estrofa. Digo, si no estaría san Juan de la Cruz por estos pagos…

Esposa

1. ¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
2. Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.

3. Buscando mis amores…,

“Pregunta a las criaturas”
4. ¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.

“Respuesta de las criaturas”
5. Mil gracias derramando
pasó por estos Sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
“Esposa”
6. ¡Ay, quién podrá sanarme!
Acaba de entregarte ya de vero:
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.
7. Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
8. Mas ¿cómo perseveras,
¡oh vida!, no viviendo donde vives,
y haciendo porque mueras
las flechas que recibes
de lo que del Amado en ti concibes?
9. ¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?

10. Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.
11. ¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!
12. ¡Apártalos, Amado,
que voy de vuelo!
“El Esposo”
Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma.

“La Esposa”
13. Mi Amado, las montañas…,

14. la noche sosegada
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
15. Nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mil escudos de oro coronado.
16. A zaga de tu huella
las jóvenes discurren al camino,
al toque de centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.
17. En la interior bodega
de mi Amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía;
y el ganado perdí que antes seguía.
18. Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa;
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa:
allí le prometí de ser su Esposa.
19. Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.
20. Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido;
que, andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada.
21. De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas
en tu amor florecidas
y en un cabello mío entretejidas.
22. En solo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello,
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.
23. Cuando tú me mirabas
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo
que en ti vían.
24. No quieras despreciarme,
que, si color moreno en mi hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mi dejaste.
25. Cogednos las raposas,
que está ya florecida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hacemos una piña,
y no parezca nadie en la montiña.
26. Detente, cierzo muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto,
y corran sus olores,
y pacerá el Amado entre las flores.
“Esposo”
27. Entrado se ha la esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado.
28. Debajo del manzano,
allí conmigo fuiste desposada.
allí te di la mano,
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada.
29. A las aves ligeras,
leones, ciervos, gamos saltadores,
montes, valles, riberas,
aguas, aires, ardores
y miedos de las noches veladores,

30. Por las amenas liras
y canto de serenas os conjuro
que cesen vuestras iras,
y no toquéis al muro,
porque la esposa duerma más seguro.
“Esposa”
31. Oh ninfas de Judea!,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales,
y no queráis tocar nuestros umbrales

32. Escóndete, Carillo,
y mira con tu haz a las montañas,
y no quieras decillo;
mas mira las compañas
de la que va por ínsulas extrañas
“Esposo”
33. La blanca palomita
al arca con el ramo se ha tornado
y ya la tortolica
al socio deseado
en las riberas verdes ha hallado.
34. En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.
“Esposa”
35. Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte ó al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.
36. Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos
37. Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí, tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:
38. El aspirar del aire,
el canto de la dulce Filomena,
el soto y su donaire,
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena
39. Que nadie lo miraba,
Aminadab tampoco parecía,
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vista de las aguas descendía.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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