Humanismo y Cirugía. 1. ¿Quién es el hombre?

Por José María Arévalo

(Acuarela de Antonio Sanchís Cortés en amantesdelaacuarela. blogspot.com)(*)

Con el título “Humanismo y Cirugía: Grandeza y servidumbres de una profesión”, pronunciaba, el pasado 27 de febrero de 2004, el Doctor don José Rabadán Jiménez, catedrático de Cirugía de la Universidad de Valladolid, una interesantísima conferencia que constituía su discurso de recepción pública como académico de número de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid, a la que tuve el honor de asistir, invitado por el nuevo académico, compañero de Universidad y buen amigo mío desde hace muchos años. Sus profundas apreciaciones sobre la realidad humana y el sentido de la vida, y especialmente sobre la relación médico-enfermo, me han parecido asunto de gran actualidad, que motiva iniciemos esta serie para recoger sus palabras, como lo hemos hecho con los discursos de ingreso en otra Academia vallisoletana, la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, del arquitecto Javier López de Uribe, del pintor vallisoletano García Benito y del arqueólogo y catedrático de Prehistoria de la Universidad de Valladolid, Germán Delibes de Castro.

Tras una amplia introducción de saludo y agradecimientos, abordaba el Dr. Rabadán un primer apartado que titulaba “¿Quién es el hombre?”. Tras señalar que el homo sapiens es el único animal capaz de hacer preguntas, algunas de las cuales le obsesionan, se refiere a una cita de J. R. Ayllón (“Desfile de modelos”, Ed. Rialp, Madrid, 1998) en la que plantea que una de aquellas resulta inevitable, clave de todas las demás, siempre en el fondo del saco de las grandes cuestiones: ¿para qué los hombres?. “Existen respuestas evidentes para preguntas de otro tipo. Pero por el contrario no hay respuesta evidente para esta pregunta inevitable.

La respuesta no es sencilla, ni fácil, ni rápida. Tampoco es la razón científica quien puede contestarla, por esa limitación fundamental de la ciencia que Heidegger y Wittgenstein expresaron de forma lapidaria: la ciencia no piensa. Platón advierte que sólo averiguaremos «para qué los hombres», si somos capaces de entender qué es el hombre”.

“En su libro «Teoría de la inteligencia creadora» (Ed. Anagrama, Barcelona, 1993), Marina ha dejado una página espléndida que nos acerca a la solución de la pregunta inevitable. Dice este autor: «Nuestro antepasado de frente huidiza y largos brazos caza el bisonte en el páramo. Atraviesa corriendo un paisaje de olores y pistas. Arrastrado por el rastro, salta, corre, gira la cabeza, explora, husmea. La presa es la luz al fondo de un túnel. Sólo existe esa atracción feroz y una sumisión sonámbula. Sólo sabe que la ansiedad se aplaca al seguir aquella dirección. No caza, se desahoga. No persigue un bisonte: corre por unos corredores visuales y olfativos que le excitan. No hay nada que pensar, porque aún no piensa. Su cerebro calcula y le impulsa. Está sujeto a la tiranía del ‘Si A… entonces B’.

Hasta aquí la descripción que hace, el citado autor, de la conducta del homínido en la caza del bisonte. El homínido, que funciona a impulso de sus instintos, no tiene más remedio que perseguir ciegamente a la presa que tiene ante sus ojos Y que se cruza en su camino. El hombre no se reconoce dentro de los homínidos. Sin saber cómo se ha producido un salto increíble. La oscura caverna de los instintos ha sido iluminada desde dentro por la inteligencia. Marina sugiere «que la transfiguración ocurrió un misterioso día, cuando al ver el rastro detuvo su carrera, en vez de acelerarla, y miró la huella. Aguantó impávido el empujón del estímulo. Y, de una vez para siempre, se liberó de su tiránico dinamismo».

Desde entonces, los estímulos han perdido su control totalitario. En un giro copemicano, las riendas de la conducta han sido tomadas por la subjetividad libre. La secuencia necesaria «Si A… entonces B», ha sido reemplazada por la posibilidad incalculable del «Si A… entonces B, C, D…, o cualquier otra cosa, o todas a la vez, o ninguna de ellas». El salto increíble ha sido la aparición de la subjetividad, de la libertad inteligente, de la autoconciencia que hace posible el autocontrol. El conocimiento científico no consigue explicar esta novedad. La ciencia nos dice que en el mundo sólo existen partículas físicas carentes de conciencia Y de intención. Pero el hombre forma parte de ese mundo, y a la vez es un ser consciente y libre.

«Sólo un animal inteligente y libre es capaz de ver la realidad como tierra en la que pueden germinar unas semillas invisibles que llamamos posibilidades»‘. Los metales no piden ser convertidos en automóviles. El agua no es energía eléctrica, Sin embargo, el hombre inventa en la realidad esas y otras muchas posibilidades inverosímiles. «La libertad inteligente se convierte así en una fabulosa hormona de crecimiento administrada a la realidad», como muy certeramente ha señalado Ayllón. Quienes piensan que las funciones propias de la conciencia humana son sólo producto de la evolución y se explican simplemente por un sistema neuronal más complejo, tienden a poner en paralelo en el tiempo, la evolución de los fundamentos neuronales, el desarrollo de la inteligencia y las expresiones culturales. En el limitado campo de observación de que gozamos -que abarca unos pocos miles de años, lo que resulta ridículo en relación a los lentos tiempos de la evolución que se miden en millones-, podemos observar que personas procedentes de culturas muy primitivas se adaptan perfectamente a culturas mucho más evolucionadas y complejas, con tal de que hayan sido implantadas muy jóvenes (Lorda, J. L., “Para una idea cristiana del hombre”, Ed. Rialp, Madrid, 1999). “

“Afirma Lorda –continúa el Dr. Rabadán- de manera clarividente que «aunque un hombre crecido fuera del ámbito cultural tiende a comportarse de una manera próxima a un animal; ningún animal crecido en un ambiente cultural humano se comporta como un ser humano». Sólo con un largo proceso de selección, que ha durado muchos miles de años, se han logrado animales domésticos que manifiestan fenómenos de adaptación a la convivencia física con la especie humana, pero permanecen totalmente impermeables a los contenidos de su cultura. Conviven con ella, pero no la comprenden. Sé bien que este tipo de análisis puede despertar una serie de reticencias cuando uno se deja llevar por prejuicios materialistas. De otra parte también se plantea un problema de método, cuando se trata de manejar una realidad tan sutil como es la inteligencia, que difícilmente se somete a las condiciones del método experimental con sus comprobaciones y medidas objetivas.

Mientras que la fisiología humana es perfectamente analizable y por tanto ser objeto de comparación con las demás especies animales, su psicología resulta, fuera de aspectos periféricos, inmanejable para la experimentación propiamente científica. Por eso sólo cabe describirla en términos fenomenológicos, es decir, trascendiendo los criterios positivos de objetividad y dando lugar a la introspección. En definitiva se trata de estudiarla no tanto dentro del ámbito científico-experimental, como dentro de la filosofía. Por eso pudo decir Aristóteles con toda su autoridad que «un gran saber procura muchos puntos de partida».”

Interrumpimos en este punto la reseña de la conferencia, que reanudaremos el próximo martes, en el momento en que el profesor Rabadán señalaba cómo el estudio del hombre considerándolo como únicamente animal lo reduce de manera considerable, pero el análisis que lo considera como algo exclusivamente espiritual, tiene también efectos no menos perniciosos.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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