Hace cinco mil años. 4. Prácticas ganaderas de la Edad del Cobre en el Duero Medio

Por José María Arévalo

(Acarreo. Acuarela de Jesús Meneses)(*)

En el artículo anterior recogíamos, de la conferencia del arqueólogo Germán Delibes de Castro, en su discurso de ingreso como académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, de Valladolid, cómo la investigación arqueológica considera posible pero muy poco probable que para arrastrar los primeros trillos se recurriera a la tracción humana, y que el reconocimiento de trillas permite entrar de lleno, en uno de los temas estrella de la arqueología prehistórica europea, como es el surgimiento de la tracción animal, con el uso también de carros y arados.

En nuevo apartado, “La «revolución de los productos secundarios», el conferenciante explicaba que “los datos de El Casetón -en Villalba de los Alcores- son los primeros que en la Península Ibérica pueden relacionarse más o menos directamente con dicha cuestión, pero no sucede lo mismo en la Europa templada, al norte de los Pirineos, donde desde finales del IV milenio abundan los testimonios relacionados con ella. A veces son ruedas macizas de fresno o de roble, como las descubiertas en distintas turberas de los Países Bajos, Alemania, Francia y Eslovenia, las que denuncian la existencia de carruajes. Y otras, es posible saber, incluso, que se trataba de carros de dos ejes, gracias a pequeñas maquetas de barro como las depositadas en las tumbas húngaras de Budakalász, de la cultura de Baden, o a la representación de tales vehículos tanto sobre cerámica (un vaso de la cultura de los Vasos de Embudo procedente de Brnonice, en Polonia) como insculpidos en las estelas de piedra de los Alpes.”

“También implica pensar en tracción animal la agricultura de arado. Uno de tales aperos, que antecede en el tiempo a los formidables ejemplares de madera de la Edad del Bronce descubiertos en Lavagnone, a orillas del lago de Garda, procede del yacimiento calcolítico búlgaro de Ezerovo. Se trata, sin duda, de un hallazgo excepcional, pero cada vez lo son menos las huellas de roturaciones de esta época que, providencialmente, se conservan bajo viejos túmulos funerarios (¿testimonio de una ritualización del trabajo agrícola?) como ocurre en el valle de Aosta, en el sitio de Saint Martin de Corleans, o en el de South Street, en Inglaterra. En todo caso, la repetida representación en Val Camónica, en los Alpes centrales italianos, de arados de los que tiran parejas de bueyes permite pensar que aquel tipo de labranza no era excepcional hace cinco mil años. Y no cosa distinta, en cuanto a sopesar la notoriedad por entonces de la tracción animal, denota el hallazgo reciente de los dos patines perfectamente articulados de una narria, así como de un yugo de cuernos, los primeros de fresno y este de encina, en Chalain 19, un yacimiento lacustre del Jura francés en el que se dan condiciones extraordinariamente favorables para la preservación de la madera.

El aprovechamiento de otros recursos de los animales domésticos que no son la carne y que, además del tiro, como acabamos de ver, incluyen la lana, la leche y el abono, se inscribe en un fenómeno que Andrew Sherratt bautizó, valorando su trascendencia, como la «Revolución de los Productos Secundarios». Y es que el acceso a una nueva energía, no humana, iba a alentar una «segunda generación» de economías agrarias en Europa. La lógica académica sostiene que el epicentro de estas innovaciones estuvo en Mesopotamia, desde donde se habrían difundido en todas las direcciones, pero, como apunta Pierre Petrequin, cada vez parece más necesario tener presente la posibilidad de que algunas de tales novedades florecieran independientemente y en puntos distintos como respuesta a obvias necesidades funcionales.”

Comienza ahora el profesor Delibes un nuevo capítulo, “La sofisticación de las prácticas ganaderas de la Edad del Cobre en el Duero Medio”. “Interrogarnos –dice- por quién tiraba de los trillos en El Casetón de la Era, que es la cuestión a la que conduce el discurso anterior, obliga a revisar la relación que los hombres de la Edad del Cobre del sector central de la Meseta tenían con sus reses, lo que también proporciona un sugestivo punto de vista de cara a conocer las costumbres campesinas del momento. Las fuentes para abordar dicha empresa son las colecciones faunísticas colectadas en los basureros tanto del propio yacimiento de Villalba de los Alcores como de un nuevo recinto de fosos, Las Pozas en la vega del Duero zamorana, cuya excavación tuve la fortuna de acometer hace más de tres décadas. Y la disciplina de análisis aplicada ha sido la zooarqueología que, aparte identificar los animales a los que corresponden los huesos recuperados, los clasifica por sexo y edad a fin de acceder a las pautas de sacrificio, y pondera asimismo el dato de las regiones anatómicas representadas con vistas a reconstruir los patrones de descuartizamiento, esto es, los criterios seguidos en la camiceria

Una primera cuestión a reseñar es que la gran mayoría de los restos esqueléticos (en tomo al 75%) y un porcentaje muy elevado de su peso (el peso se considera un valor más representativo que el número de restos a la hora de calcular la posible cantidad de carne aportada) corresponden a animales domésticos, de donde se deduce que la caza sólo aportaba una pequeña parte de la biomasa consumida. Así y todo, se cazaban asiduamente conejos y liebres, ciervos, corzos y jabalíes, también algunas aves, y de forma excepcional felinos, como el gato montés y el lince. Más llamativo es constatar la existencia de uros o toros salvajes, de gigantesca cornamenta, dos metros de alzada y alrededor de mil kilos, hoy definitivamente extinguidos tras la muerte del último ejemplar en Polonia el año 1627. Ya hubo ocasión de ver, a partir de los datos palinológicos de El Casetón, cómo la acción de los cultivadores calcolíticos se tradujo en un Progresivo aclarado del bosque en los alrededores de los poblados; sin embargo la representación en la muestra de animales antropófobos y muy forestales como el uro, el corzo o el lince parece indicativa de que, a cierta distancia de los hábitats, sobrevivían espacios de monte cerrado relativamente vírgenes.

El estudio de los ciervos de Las Pozas revela una caza indiscriminada, que afectaba por igual a machos y hembras y que tampoco respetaba especialmente a los animales más jóvenes, pues en la muestra figura un gabato que por edad – cinco meses – y teniendo en cuenta que los partos de “Cervus elaphus” se producen entre mayo y septiembre, debió sucumbir entre octubre del mismo año y marzo del siguiente al de su nacimiento. La zooarqueología puede contribuir también, pues, a descifrar la estacionalidad, la época del año en la que se produjo la captura de las presas, aunque en nuestro caso esta información sea solo de importancia relativa Una vez reconocido que los poblados eran sedentarios y permanecían ocupados ininterrumpidamente a lo largo de años.

La explotación ganadera se centraba en el vacuno, los ovicaprinos y el cerdo. Los perros -unos gozquecillos longevos de talla no muy distinta a la de un foxterrier- deambulaban por el poblado según delatan los restos de caninas. Y existen dudas de si los caballos, bastante comunes tanto en El Casetón como en Las Pozas, eran ya domésticos o todavía salvajes, aspecto sobre el que no se ponen de acuerdo ni los estudiosos de estas colecciones, Carlos Femández y Arturo Morales, ni los de otros yacimientos de la misma época que los nuestros de la provincia de Ávila.

Si antes, al aludir a la caza, subrayaba el carácter más o menos indiscriminado de la actividad, al hablar del ganado el término a utilizar es planificación, porque los hombres lejos de gestionar las cabañas pensando en el mero aporte cárnico de los animales, como decía, idearon estrategias de explotación distintas y de mayor complejidad según los beneficios secundarios perseguidos en cada variedad animal. En el caso de toros y vacas, cuyas alzadas eran muy inferiores a las de la actualidad (110 cm de media en la cruz), es reseñable que la gran mayoría de los ejemplares de los que se tiene constancia -conforme denota un desglose por cohortes de edad basado en el estudio de la dentición- fueran sacrificados ya de adultos, con más de tres años, y en no menor medida que algunos de ellos -ahora las que hablan son las epífisis de las vértebras- superaran los seis. Si el objetivo era solo la carne ¿qué sentido tenía seguir alimentando a aqnellas bestias más allá de los dos años, que es cuando alcanzaban su máximo peso? No cabe otra respuesta que la determinación de aprovechar ciertos recursos que no exigían el sacrificio del animal y que, en el caso del vacuno, sólo podían ser la tracción, la obtención de abono y la producción de leche. De momento, esta tercera posibilidad no ha podido verificarse en Las Pozas y en El Casetón de la Era por falta de información suficiente sobre el sexo de los animales, pero indirectamente encuentra respaldo en el hallazgo en ambos yacimientos de queseras o encellas de barro y, desde otro punto de vista, en los altos porcentajes de vanadio -fruto de un consumo regular de productos lácteos- detectados en los huesos de mujeres y niños del enterramiento calcolítico del Cerro de la Cabeza, en Ávila.

La situación de los ovicaprinos es equiparable, pues casi toda la muestra corresponde de nuevo a animales adultos. Por lo que parece, aquellas gentes no se permitían el lujo de paladear un lechazo (el más joven de los corderos sacrificados tenía seis meses), y de la edad avanzada de las ovejas al morir se deduce que sólo se pensaba en el aprovechamiento de su carne tras años de producir leche y lana, esta última con dudas porque en la Península Ibérica no hay testimonios seguros de su utilización anteriores a la Edad del Bronce.

Ante la duda de si los caballos, unos caballos relativamente bajos (140 cm en la cruz), eran “Equus ferus” y no “Equus caballus”, esto es, ante la posibilidad de que sean salvajes, el tercer puesto entre las especies domésticas se le adjudica al cerdo. Calificado por algunos antropólogos como «despensa estante», lo primero por su exhaustivo aprovechamiento cárnico y lo último por ser animal inapropiado para el desplazamiento, jugó un importante papel en la alimentación calcolítica y, a diferencia de ovejas o vacas, según el estudio de Las Pozas, solía ser sacrificado (sólo en una de las muchas mandíbulas estudiadas, correspondiente a un verraco, consta la erupción del tercer molar, M3) antes de adulto. He ahí la explotación diferenciada de un animal que únicamente ofrecía expectativas cárnicas y que en la muestra disponible se distribuye en tres cohortes de edad muy claras: por un lado, lechones sacrificados al mes; por otro, animales de 10 o 12 meses, y, por último, gorrinos de aproximadamente dos años. Además, si las cifras no están sesgadas, por cada individuo de la cohorte de menor edad se mataban cuatro de la siguiente y ocho de la tercera, siempre, en cualquier caso, individuos subadultos. Pero tal vez lo más destacable es que, de acuerdo con las edades estimadas, el sacrificio de las tres cohortes coincidía en la misma época del año, abriendo la posibilidad, en opinión de Morales, de que fueran fechas que, como el San Martín de nuestros días, tuvieran algo de acontecimiento social y religioso. He ahí una nueva hipótesis de trabajo sobre la que trabajar en el futuro, por ejemplo analizando posibles gestos ceremoniales en los que se reserva algún protagonismo a los restos de suidos.”

Interrumpimos aquí el discurso del profesor Delibes de Castro, que continuaremos reproduciendo la próxima semana, en el que se da repuesta a la pregunta, en el marco de esta sofisticada ganadería, de quién arrastraba los trillos, de la que avanza que “sólo por exclusión, intuimos que se trataba del ganado vacuno”.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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