Mis amores. Novios formales

Por Carlos de Bustamante

(Árboles. Acuarela de Aure Gallego)(*)

Me confesó Ricardo que si tan breve iba a ser siempre el amor como el transcurrir del tiempo este primer día, su amor por María sería como un suspiro. Porque como un suspiro se le hicieron las horas que pasaron juntos, hasta la dolorosa separación que le devolvió a la Vega. Atisbo de tristeza que la sólida base (el amor) lo transformó en fundada esperanza.

Esta vez no fue un sedante total contemplar de cerca el valle, ni las Derroñadas, el monte, las riberas, ni las laderas. Mitigó, no obstante, la pena tremenda de haber dejado en la capital una parte, y parte importante, de sí mismo. La natural alegría de su madre y la manaza de Rodrigo en el hombro, hicieron que en la profunda oscuridad de Ricardo por haber dejado a María, se viera un puntito de luz: la de un amor también imborrable por el campo, la naturaleza y el entorno, que enseguida le atrapó.

El limpio amanecer, iluminó a los dos hermanos caminando, escopeta en ristre, por la gran cárcava, que, “como arroyo que entre flores se desata”, serpea por las laderas de Rocalba desde casi la misma puerta de la iglesia hasta las estribaciones del “Monte del Menor”. Tal era la abundancia de codornices al agrego de junqueras y abundante vegetación junto al tímido regato, que tras un tiroteo espectacular y la percha y el morral lleno de caza, pero vacío de munición, hubieron de regresar al caserío de la aún más “Verde” en la otra orilla.

***

Ante el asombro de Rodrigo, Ricardo propuso a su madre durante la comida compartir por semanas (una sí y otra no) éstas últimas vacaciones entre la Vega y la ciudad. Con sonrisa benevolente, llena de agudeza, accedió con una única condición: no utilizar -¡qué sabias las madres!- la casa familiar en la plazuela de san Pablo. Aunque no disponía de medios económicos para pagar la estancia en régimen de pensión u hotel, Ricardo accedió agradecido la autorización formal otorgada por su madre. Cómo solucionar el pequeño problema, ni sabía, ni nada me dijo de que le preocupase; pensó sólo, henchido de gozo, que de nuevo vería ¡durante toda una semana! a la su pelirrojilla.

Sin apenas pisar la estación, una carrera “de nada”, le llevó hasta las inmediaciones del mirador donde María proseguía con la interminable labor. Bajó enseguida. Después del primer beso fugaz el día de la buena nueva, tomarse de la mano era señal inequívoca de formalidad en el recién estrenado noviazgo. Ricardo fue lo que hizo, tomar de la mano a María y encaminar los pasos hacia el Paseo, menos concurrido de comadres, de la Alameda. Todo cuanto tenía que decir a María, se le borró de golpe y durante mucho rato no hizo otra cosa más que mirarla larga y profundamente. Así los dos, se dijeron todo. Sin reloj para medir el tiempo, su sombra que tan bien conocía, indicó a Ricardo, que aun sin apenas darse cuenta, se les había hecho la hora de regresar a casa.

-¿Dónde vas a comer? –le preguntó María, que pese al arrobamiento, pisaba más en la tierra que el atolondrado Ricardo.

La respuesta estaba clarísima en la cara de haba del cadete enamorado.

-Vamos enseguida por la calle Jesús, que me parece haber visto allí un sitio bueno, bonito y barato -dijo María tomándole otra vez suavemente de la mano de la que por sólo unos instantes, ¡eternos!, Ricardo se había desprendido.

Si mal no recuerdo, y creo que no, Ricardo me dijo que se llamaba restaurante-bar “La Oficina”. Preguntaron. Sin dejar de mirarles fijamente, el dueño les dijo:

-“¿Una o dos personas?”

El intenso rubor de María le dio la respuesta.

Campanillas de plata en sus risas, repicaron en la carrera hasta el portal de la casa de María. La estremecedora caricia en las manos, fue la despedida, formal, hasta la tarde.

El bellísimo amanecer en las laderas de Rocalba, era nada con la aparición de su pelirrojilla acicalada para el paseo. La sonrisa, amable, de las comadres del barrio les acompañó hasta iniciar el camino del Parque Grande.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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