Mientras el señor Soros era recibido en la Moncloa con absoluto secretismo, la UE realiza dos ejercicios de cinismo extremo: llevar ante la justicia una reforma de la judicatura polaca y la cumbre sobre inmigración.
A Polonia se le acusa, no se sabe en nombre de qué ni de quién, de no respetar la separación de poderes en el nombramiento de los jueces. Será que en el resto de Europa, empezando por España, se respeta. Polonia quiere jubilar a unos jueces provenientes de la dictadura. Bueno, España se cargó en tiempos de Felipe González el modelo judicial votado por las cortes constituyentes, con aquel famoso grito de Guerra: «¡Montesquieu ha muerto!»
Mientras tanto, el señorito Sánchez, aleccionado por el señor Soros, se dedica a decir chorradas sobre la inmigración, jaleado por la Merkel. Su argumento es tumbativo, definitivo e inapelable: «Lo hacemos sin elevar la voz». Eso, por lo visto, lo convierte en aceptable. Lo de decir chorradas y las chorradas, supongo. Es cierto que Sánchez y Pablo Iglesias, cada vez que toman una decisión lesiva para España, lo anuncian hablando bajito. Debe ser la nueva moda de la no-comunicación política.
La única esperanza que le queda a España es que al señor Soros le pasa lo mismo que a Francisco. A saber, que pierde todas las apuestas. Francisco apostó por el proceso de paz en Colombia y por Santos. Santos fuera. Apostó por el proceso de paz en Venezuela. Venezuela arde en guerra civil soterrada. Apostó contra el gobierno de Salvini. Salvini gana.
Soros empezó la guerra contra Al Assad en Siria y la perdió. Apostó contra Trump con todas sus fuerzas, y perdió. Apuesta por la invasión migratoria en Europa, gastando miles y miles de millones en propaganda, y consigue que todo el mundo se ponga en contra. Apostó contra Orban en Hungría, y Orban lo echó.
Con un poquito de suerte, dado que Soros apoya al independentismo catalán, a Pedro Sánchez y a Podemos… los hunde.