Occidente debe decir «Je suis Asia Bibi». por Giulio Meotti. Gatestone Institute

La sentencia de muerte contra Asia Bibi es como la nube radiactiva de Chernóbil: contamina todo a su alrededor. Tras la detención de Asia, su marido, Masih, y sus hijos se escondieron. Han cambiado de casa quince veces en cinco años. Ni siquiera pudieron asistir a las audiencias judiciales del caso. Es demasiado peligroso para ellos. El marido se vio obligado a dejar su trabajo.

El crimen de Asia fue utilizar el mismo vaso de agua que sus compañeras musulmanes. Fue condenada a muerte por ser cristiana y tener sed. «Has contaminado nuestra agua», le dijeron las musulmanas. «Conviértete al islam y redímete de tu sucia religión».

Asia respiró profundamente y respondió: «No me convertiré. Creo en mi religión y en Jesucristo. ¿Por qué debería ser yo la que se convierta y no vosotras?».

El 8 de noviembre de 2010, tras solo cinco minutos de deliberación, Asia Norín Bibi, en virtud del artículo 295 el Código Penal paquistaní, fue sentenciada a muerte en la horca. La masa aplaudió el veredicto. Asia se encontraba sola y rompió a llorar. Junto a ella había dos policías visiblemente satisfechos. En los días siguientes, 50.000 personas en Karachi y 40.000 en Lahore tomaron las calles blandiendo una imagen de Asia con la soga alrededor del cuello. Dicen que no descansarán hasta que no sea ahorcada o fusilada.

Asia Bibi y dos de sus cinco hijos, antes de que fuera condenada a muerte en 2010 por ‘blasfemia’.
Recientemente, los islamistas paquistaníes se agruparon para exigir la ejecución inmediata de esta mujer que ha estado en la cárcel durante 2.500 días. Los temores por la vida de Bibi –la primera mujer cristiana sentenciada a la horca acusada absurdamente de blasfema– han crecido tras la ejecución de Mumtaz Qadri, el asesino del gobernador del Punyab, Salman Tasir, un valiente reformista musulmán que pagó con su vida su muestra de apoyo a Asia Bibi. En ocasiones, los abogados que defienden a personas acusadas de blasfemia también son asesinados.

El difunto ministro para los Asuntos de las Minorías Shahbaz Bhati también apoyó a Asia Bibi, y se aseguró de que fuese trasladada a otra celda, donde ahora una cámara vigila que no sufra ninguna violencia. Fue una decisión fatal para Bhati. Un terrorista bloqueó su vehículo cuando salía de casa de su madre y lo asesinó a plena luz del día. Todo el mundo sabía que la sentencia de muerte se iba a ejecutar tarde o temprano.

La Fontana de Trevi de Roma se acaba de iluminar de rojo para recordar a los mártires cristianos como Bhati.

Las protestas callejeras contra Asia Bibi han continuado desde la ejecución de Qadri, el pasado 29 de febrero. Un alto cargo del Gobierno del Punyab dijo que se había reforzado la seguridad de Bibi después de que varios informes de los servicios de inteligencia alertaran de que grupos islamistas estaban intentando matarla dentro de la cárcel para vengar la ejecución de Qadri.

Estas amenazas son el motivo de que varias organizaciones de derechos humanos hayan exigido que la apelación de Asia, que ha sido postergada hasta ahora, se lleve a cabo en una celda bajo estrictas medidas de seguridad. Cualquier traslado debe permanecer en secreto, porque los islamistas están preparados para aprovechar la menor oportunidad para ir a por ella.

Para comprender el martirio inminente de Asia hay que leer el libro que escribió con la periodista francesa Anne Isabelle Tollet, titulado ¡Sacadme de aquí!

Asia Bibi debe hacerse su propia comida para evitar ser envenenada. Incluso los guardias la amenazan de muerte. Nunca sale de su celda, y nadie tiene permiso para entrar a limpiarla. Tiene que limpiarla ella misma, y la cárcel no le facilita ningún producto de limpieza. Junto a la cama, en la pequeña celda, que mide tres metros, está lo que los guardias, para burlarse de ella, llaman «el baño». Consiste en una tubería que sale de la pared y un agujero en el suelo. Así ha sido su vida en los últimos cinco años, como en la cripta de un cementerio.

Entretanto, los islamistas acaban de subir la recompensa por su cabeza hasta los 50 millones de rupias (678.000 dólares). Su abogado explicó que muchos cristianos acusados de blasfemia son asesinados en sus celdas antes de que puedan siquiera ir a juicio.

Asia Bibi jamás ha matado a nadie. Pero para el llamado sistema judicial de su país ha hecho algo mucho peor, el mayor de los crímenes, la atrocidad más absoluta: ofendió –presuntamente– al profeta musulmán Mahoma. Los asesinos y los violadores son tratados mejor que ella.

Es la indolencia y la avaricia de Occidente lo que ha condenado a muerte a Asia Bibi. Nadie en Europa ha llenado las calles por esta valiente mujer para pedir su liberación, o protestado contra las leyes anticristianas de Pakistán. Incluso el papa Francisco ha guardado silencio. El paradigma de esta reticencia han sido los doce segundos que el Papa ha pasado cara a cara con el marido y la hija de Bibi en la plaza de San Pedro. Francisco apenas se acercó a los dos, mientras que su predecesor, el papa Benedicto XVI, demandó públicamente muchas veces su liberación.

El presidente de Estados Unidos, Barak Obama, siempre lleno de emociones retóricas y ecuménicas, jamás ha dicho una palabra sobre la persecución de los cristianos, ni pedido a sus aliados paquistaníes que liberen a Asia Bibi. Y, citando al periódico francés Le Figaro, los europeos suelen estar «ansiosos» de tener «movilizaciones, peticiones y manifestaciones de todo tipo, pero en este caso, nada de nada».

Durante mucho tiempo, incluso los grandes medios estadounidenses han guardado silencio sobre las matanzas anticristianas, que son martirizados cada cinco minutos. Este silencio lo rompió una valiente disidente del islam, Ayaan Hirsi Ali, que ha dedicado a este martirio masivo un magistral artículo en Newsweek. Las principales iglesias protestantes de Estados Unidos, demasiado ocupadas demonizando a Israel, también guardan silencio. En Francia ha sido imposible siquiera patrocinar un acto cuya recaudación iba a ser donada a favor de estos cristianos. La operadora del metro de París rechazó un anuncio a favor de estos cristianos, aunque tras las protestas retiró el veto. Todas las ONG seculares europeas como Oxfam guardan igualmente silencio, dejando la defensa de los cristianos a organizaciones heroicas como Barnabas Fund.

Los occidentales están acostumbrados a pensar en esos cristianos distantes como si fueran un vestigio del colonialismo, y se muestran sordos ante sus súplicas y trágicas historias. Entretanto, la Cristiandad está siendo erradicada de su propia cuna. La repugnancia por nuestra cobardía moral se ve compensada por la admiración hacia estos cristianos, como Asia Bibi, que siguen practicando su fe el territorio que quiere expulsarlos de la historia. Pero la cobardía occidental tendrá su castigo.

La guerra contra los blasfemos ya ha tenido graves consecuencias en Europa, donde decenas de periodistas, dibujantes y escritores han sido condenados a muerte por otra versión del mismo crimen cometido por Asia Bibi: la islamofobia. Los fieles católicos como Asia Bibi ha sido perseguidos por las mismas razones, y por las mismas personas, que asesinaron a los laicistas impenitentes de Charlie Hebdo. Y el ISIS, que acaba de destruir la emblemática iglesia del reloj de Mosul (donada por la esposa de Napoleón III), destruiría con mucho gusto la catedral de Chartres, uno de los mayores tesoros de Francia.

La liberación de esta analfabeta paquistaní, madre de cinco hijos, no afecta solo a una remota comunidad cristiana. Nos afecta a todos. ¿Es mucho pedir a los occidentales un poco de claridad moral y que se manifiesten bajo el lema Je suis Asia Bibi?La sentencia de muerte contra Asia Bibi es como la nube radiactiva de Chernóbil: contamina todo a su alrededor. Tras la detención de Asia, su marido, Masih, y sus hijos se escondieron. Han cambiado de casa quince veces en cinco años. Ni siquiera pudieron asistir a las audiencias judiciales del caso. Es demasiado peligroso para ellos. El marido se vio obligado a dejar su trabajo.

El crimen de Asia fue utilizar el mismo vaso de agua que sus compañeras musulmanes. Fue condenada a muerte por ser cristiana y tener sed. «Has contaminado nuestra agua», le dijeron las musulmanas. «Conviértete al islam y redímete de tu sucia religión».

Asia respiró profundamente y respondió: «No me convertiré. Creo en mi religión y en Jesucristo. ¿Por qué debería ser yo la que se convierta y no vosotras?».

El 8 de noviembre de 2010, tras solo cinco minutos de deliberación, Asia Norín Bibi, en virtud del artículo 295 el Código Penal paquistaní, fue sentenciada a muerte en la horca. La masa aplaudió el veredicto. Asia se encontraba sola y rompió a llorar. Junto a ella había dos policías visiblemente satisfechos. En los días siguientes, 50.000 personas en Karachi y 40.000 en Lahore tomaron las calles blandiendo una imagen de Asia con la soga alrededor del cuello. Dicen que no descansarán hasta que no sea ahorcada o fusilada.

Recientemente, los islamistas paquistaníes se agruparon para exigir la ejecución inmediata de esta mujer que ha estado en la cárcel durante 2.500 días. Los temores por la vida de Bibi –la primera mujer cristiana sentenciada a la horca acusada absurdamente de blasfema– han crecido tras la ejecución de Mumtaz Qadri, el asesino del gobernador del Punyab, Salman Tasir, un valiente reformista musulmán que pagó con su vida su muestra de apoyo a Asia Bibi. En ocasiones, los abogados que defienden a personas acusadas de blasfemia también son asesinados.

El difunto ministro para los Asuntos de las Minorías Shahbaz Bhati también apoyó a Asia Bibi, y se aseguró de que fuese trasladada a otra celda, donde ahora una cámara vigila que no sufra ninguna violencia. Fue una decisión fatal para Bhati. Un terrorista bloqueó su vehículo cuando salía de casa de su madre y lo asesinó a plena luz del día. Todo el mundo sabía que la sentencia de muerte se iba a ejecutar tarde o temprano.

La Fontana de Trevi de Roma se acaba de iluminar de rojo para recordar a los mártires cristianos como Bhati.

Las protestas callejeras contra Asia Bibi han continuado desde la ejecución de Qadri, el pasado 29 de febrero. Un alto cargo del Gobierno del Punyab dijo que se había reforzado la seguridad de Bibi después de que varios informes de los servicios de inteligencia alertaran de que grupos islamistas estaban intentando matarla dentro de la cárcel para vengar la ejecución de Qadri.

Estas amenazas son el motivo de que varias organizaciones de derechos humanos hayan exigido que la apelación de Asia, que ha sido postergada hasta ahora, se lleve a cabo en una celda bajo estrictas medidas de seguridad. Cualquier traslado debe permanecer en secreto, porque los islamistas están preparados para aprovechar la menor oportunidad para ir a por ella.

Para comprender el martirio inminente de Asia hay que leer el libro que escribió con la periodista francesa Anne Isabelle Tollet, titulado ¡Sacadme de aquí!

Asia Bibi debe hacerse su propia comida para evitar ser envenenada. Incluso los guardias la amenazan de muerte. Nunca sale de su celda, y nadie tiene permiso para entrar a limpiarla. Tiene que limpiarla ella misma, y la cárcel no le facilita ningún producto de limpieza. Junto a la cama, en la pequeña celda, que mide tres metros, está lo que los guardias, para burlarse de ella, llaman «el baño». Consiste en una tubería que sale de la pared y un agujero en el suelo. Así ha sido su vida en los últimos cinco años, como en la cripta de un cementerio.

Entretanto, los islamistas acaban de subir la recompensa por su cabeza hasta los 50 millones de rupias (678.000 dólares). Su abogado explicó que muchos cristianos acusados de blasfemia son asesinados en sus celdas antes de que puedan siquiera ir a juicio.

Asia Bibi jamás ha matado a nadie. Pero para el llamado sistema judicial de su país ha hecho algo mucho peor, el mayor de los crímenes, la atrocidad más absoluta: ofendió –presuntamente– al profeta musulmán Mahoma. Los asesinos y los violadores son tratados mejor que ella.

Es la indolencia y la avaricia de Occidente lo que ha condenado a muerte a Asia Bibi. Nadie en Europa ha llenado las calles por esta valiente mujer para pedir su liberación, o protestado contra las leyes anticristianas de Pakistán. Incluso el papa Francisco ha guardado silencio. El paradigma de esta reticencia han sido los doce segundos que el Papa ha pasado cara a cara con el marido y la hija de Bibi en la plaza de San Pedro. Francisco apenas se acercó a los dos, mientras que su predecesor, el papa Benedicto XVI, demandó públicamente muchas veces su liberación.

El presidente de Estados Unidos, Barak Obama, siempre lleno de emociones retóricas y ecuménicas, jamás ha dicho una palabra sobre la persecución de los cristianos, ni pedido a sus aliados paquistaníes que liberen a Asia Bibi. Y, citando al periódico francés Le Figaro, los europeos suelen estar «ansiosos» de tener «movilizaciones, peticiones y manifestaciones de todo tipo, pero en este caso, nada de nada».

Durante mucho tiempo, incluso los grandes medios estadounidenses han guardado silencio sobre las matanzas anticristianas, que son martirizados cada cinco minutos. Este silencio lo rompió una valiente disidente del islam, Ayaan Hirsi Ali, que ha dedicado a este martirio masivo un magistral artículo en Newsweek. Las principales iglesias protestantes de Estados Unidos, demasiado ocupadas demonizando a Israel, también guardan silencio. En Francia ha sido imposible siquiera patrocinar un acto cuya recaudación iba a ser donada a favor de estos cristianos. La operadora del metro de París rechazó un anuncio a favor de estos cristianos, aunque tras las protestas retiró el veto. Todas las ONG seculares europeas como Oxfam guardan igualmente silencio, dejando la defensa de los cristianos a organizaciones heroicas como Barnabas Fund.

Los occidentales están acostumbrados a pensar en esos cristianos distantes como si fueran un vestigio del colonialismo, y se muestran sordos ante sus súplicas y trágicas historias. Entretanto, la Cristiandad está siendo erradicada de su propia cuna. La repugnancia por nuestra cobardía moral se ve compensada por la admiración hacia estos cristianos, como Asia Bibi, que siguen practicando su fe el territorio que quiere expulsarlos de la historia. Pero la cobardía occidental tendrá su castigo.

La guerra contra los blasfemos ya ha tenido graves consecuencias en Europa, donde decenas de periodistas, dibujantes y escritores han sido condenados a muerte por otra versión del mismo crimen cometido por Asia Bibi: la islamofobia. Los fieles católicos como Asia Bibi ha sido perseguidos por las mismas razones, y por las mismas personas, que asesinaron a los laicistas impenitentes de Charlie Hebdo. Y el ISIS, que acaba de destruir la emblemática iglesia del reloj de Mosul (donada por la esposa de Napoleón III), destruiría con mucho gusto la catedral de Chartres, uno de los mayores tesoros de Francia.

La liberación de esta analfabeta paquistaní, madre de cinco hijos, no afecta solo a una remota comunidad cristiana. Nos afecta a todos. ¿Es mucho pedir a los occidentales un poco de claridad moral y que se manifiesten bajo el lema Je suis Asia Bibi?

NOTAS

http://es.gatestoneinstitute.org/8160/pakistan-cristianos-asia-bibi

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