Asimetría ideológica, moral y estratégica. Oscar Elía Mañú

A estas alturas de la historia, produce sonrojo tener que recordar que Hamás es un grupo totalitario, con todos los elementos que han caracterizado en el siglo pasado a estos movimientos y partidos.

La consecución del poder mediante la violencia contra sus rivales, el terrorismo, la ocupación y militarización de la vida social palestina, la persecución violenta, la corrupción institucional caracterizan su acción política.

Como todo totalitarismo, es violento, racista y belicista. No proporciona sorpresas: Hamás nació para matar, deambuló durante años matando y, en el poder, sigue matando hoy.

La retirada israelí de Gaza en el 2005 no ha calmado su ansia sangrienta, como la anexión de los Sudetes no calmó la nacionalsocialista hace setenta años.

Como todo movimiento totalitario, Hamás explota las debilidades morales e ideológicas de la sociedad occidental, que ha pasado de ser reacia al uso de la fuerza a considerarla una aberración moral.

La sociedad abierta se descompone cuando se dobla sobre sí misma, se esconde y cree que la libertad es gratis.

Como los revolucionarios de antaño, las familias islamistas aprenden esta fundamental lección: Occidente es un tigre de papel.

No son sus ejércitos los que pierden las guerras, sino una sociedad moralmente débil, incapaz de soportar la visión de la violencia, que se lanza histérica contra sus gobiernos cuando la sangre llega a los telediarios.

Rodeado de países enemigos que claman por su destrucción, Israel no puede permitírselo.

En 2006, cerró su frente norte más mal que bien: Hoy Hezbolah sigue armándose, acumula mejor material y se prepara para la próxima ofensiva.

Al sur, la ayuda iraní inunda Gaza, no para comprar medicinas, sino para perfeccionar la carga explosiva, el alcance y la precisión de los cohetes de Hamás.

Entre ambos, Israel es un país acosado por la sombra nuclear y por un nuevo holocausto, televisado por Al Yazeera y celebrado desde Yakarta a Rabat. Sólo el uso de la fuerza impide la aniquilación del único país democrático de la zona.

Demasiado para una sociedad occidental que no soporta la visión de la sangre. Y cuando el no soportar la sangre se convierte en la gran patología de una sociedad, sus enemigos se frotan las manos y perfilan su estrategia.

Como Hezbolláh en el 2006, Hamás lanza cohetes desde los patios de las escuelas, almacena armamento en los sótanos de los hospitales y monta sus cuarteles a la sombra de mezquitas, bibliotecas y viviendas.

Sabe que los israelíes no llegarán aquí, y cuando lleguen, los muertos, todos los muertos, se cargarán sobe los hombros de Tel Aviv. Barra libre, pues, para la militarización masiva de toda la franja.

Así es como la asimetría ideológica deviene en estrategia. Por un lado, la democracia israelí trata de poner a los suyos a salvo de los cohetes, y pone toda su técnica al servicio de la salvaguardia de civiles palestinos.

Un principio moral guía a su infantería y a su fuerza aérea en Gaza: evitar muertes inocentes.

Mientras, el totalitario Hamás busca la muerte de cuantos más israelíes mejor, involucra a su población al máximo.

Convierte las cunas de los niños y las camas de los enfermos en campo de batalla, y los hospitales en espectáculo televisivo para el telediario de las tres.

Sabe que los civiles israelíes que mata sólo son llorados por éstos; pero los suyos inflamarán desde las portadas de los periódicos los ánimos occidentales.

No vencerá a las fuerzas armadas de Israel; doblegará las conciencias europeas, y serán éstas las que horrorizadas, forzarán a los israelíes a retirarse y dejar vía libre a un proyecto inhumano y cruel.

Hoy Israel libra la que probablemente sea la guerra más limpia de la historia de la humanidad.

Nunca como hasta ahora un país ha puesto tantos medios para salvaguardar a la población enemiga.

Pero lo trágico es que, enfrente, sus enemigos han convertido a la población civil palestina en una sanguinolenta arma moral con la que forzar a occidente a forzar a Israel.

En plena ofensiva terrestre, Israel busca pocos muertos enemigos, pero sus enemigos ansían muchos muertos amigos.

Hamás no vencerá al Tzáhal.

Su oportunidad está en sacrificar a los suyos, incendiar Gaza y mostrar a occidente las ruinas humeantes.

Es la guerra total, la continuación necesaria de todo totalitarismo, que se completa con la debilidad moral y de las democracias.

La lección histórica es clara: quien no está dispuesto a defenderse, está condenado a perecer, y occidente ha renunciado a defenderse de los devoradores de hombres del mundo.

Por suerte, Israel no lo ha hecho.

(Publicado en Época, enero de 2009)

Te puede interesar

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído