Teherán: esto va en serio

Teherán: esto va en serio

(David Ignatius).- Lo que está sucediendo en las calles de Teherán es una lección de lo que hace historia: no son las armas ni la policía secreta, en último término, sino la disposición de cientos de miles de personas a arriesgar sus vidas para denunciar la injusticia. Eso es lo que derrocó al shah de Irán en 1979, y ahora es lo que sacude a los mulás.

Esto es política al desnudo -gente desarmada que desafía a soldados armados- y es el material del que se fabrican las revoluciones. Si tendrá éxito en Irán o no es imposible de predecir, pero este movimiento ya ha puesto contra las cuerdas a un régimen presumido.

Para comprender por qué está asustado el régimen, hágase esta pregunta: ¿cuántos de los concentrados en las manifestaciones de kilómetros de longitud a lo largo de la Avenida Vali-e Asr eran científicos nucleares iraníes — o sus hermanos, o primos? Leímos que la hija mayor del candidato presidencial en la oposición Mir Hossein Mousavi es físico nuclear, pero ¿cuántos más hay?

¿Y cuántos Guardias Revolucionarios contrariados, y veteranos de guerra?

Nadie lo sabe, y esa es la idea: el régimen debe de estar asustado ante las fuerzas que ha desatado. Contra más ataca a su propio pueblo, más vulnerable se vuelve.

Si se toma perspectiva, se puede ver un proceso similar en ciernes por todo el mundo musulmán en la actualidad. Los partidos musulmanes y sus aliados han sufrido derrotas electorales durante los últimos años en Argelia, Irak, Jordania, Kuwait, el Líbano, Marruecos y Pakistán. El grupo más radical de todos, al-Qaeda, ha alienado a sus antiguos partidarios en todas partes en las que ha intentado echar raíces.

Las razones de estas derrotas políticas varían de un lugar a otro. En algunos países, los radicales musulmanes se han excedido y dado lugar a una respuesta entre la opinión pública; en otros, han sido percibidos como tímidos y corruptos. Pero existe una temática común: «Los partidos musulmanes no han convencido a la opinión pública de tener más respuestas que los demás,» explica Marina Ottaway, directora del programa de Oriente Medio de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional.

El Presidente Obama acertaba al pronunciarse cuidadosamente acerca de los acontecimientos en Irán durante la primera semana de protestas. Pero es hora de que manifieste su solidaridad con los iraníes que tan valientemente se están echando a la calle todos los días. Puede hacer eso sin aparentar entrometerse si elige sabiamente sus palabras.

Obama debe invocar el deseo iraní de justicia, que fue una temática convincente de la revolución. Debe citar los propios antecedentes de reforma política de Irán, que se remontan a Ciro el Grande, cuya declaración de derechos humanos fue cincelada en la Columna de Ciro en el 539 A.C. Debe citar la constitución iraní de 1906, que estableció elecciones y libertades básicas. La democracia no es una imposición estadounidense sino una tradición iraní.

«Claramente tenemos que estar en el lado correcto de la historia,» dice Karim S, de la Fundación Carnegie y consejero informal de la Casa Blanca. Pero advierte de que «si intentamos introducirnos en el drama iraní interno del momento que se está desarrollando, podríamos minar de manera involuntaria a los que intentamos consolidar.”

La agenda de «acercamiento» de Obama a Irán debe esperar por ahora. No debe renunciar a su oferta de conversaciones, sino permitir que se asiente. Dejar que los iraníes persigan a Occidente durante algún tiempo: son ellos los que necesitan legitimidad.

El mayor regalo que Occidente puede hacer al pueblo iraní es mantener abiertas las vías de comunicación. El régimen quiere censurar no sólo la cobertura de la prensa exterior sino el tráfico en la red. América y sus aliados pueden contrarrestar ese apagón. Podemos forzar el acceso de banda ancha a Irán vía satélite, o a través de las conexiones existentes a lo largo de la frontera Irán-Irak, desde Basora hasta Sulaymaniyah. Si el mundo sigue mirando, los manifestantes se sentirán reforzados, y los mulás serán vigilados.

La pesadilla del régimen se está haciendo realidad hoy. Durante los últimos años, los líderes de Irán han temido una «revolución de color,» siguiendo el modelo de Georgia o Ucrania. ¿Sabe qué? Está sucediendo. Los mulás se enfrentan a un dilema: si hacen concesiones, parecerán débiles. Si toman medidas represivas, avivarán aún más el movimiento. Es exactamente la elección a la que se enfrentó el shah y su policía secreta en 1978 y 1979.

La simple realidad es que los dictadores represores de Irán han forzado su jugada. Al manipular los resultados electorales, han generado una respuesta popular. Los iraníes votan ahora en la calle y con su sangre. El régimen culpa a la intromisión occidental; no caerá esa breva. Esto es real.

© 2009, Washington Post Writers Group

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