¿Por qué está EEUU combatiendo a los insurgentes del remoto Valle del Korengal?

¿Por qué está EEUU combatiendo a los insurgentes del remoto Valle del Korengal?

(David Ignatius).- El New York Times publicaba recientemente una viva crónica de guerra desde Afganistán. C.J. Chivers describía «el sangriento impase» que se desarrolla en el Valle del Korengal entre tropas estadounidenses y recalcitrantes guerreros tribales. El fotógrafo Tyler Hicks encajó una inolvidable instantánea de portada de un soldado estadounidense en una carrera desesperada por escapar de una emboscada en la ribera.

Pero me encuentro cuestionándome: para empezar, ¿por qué está Estados Unidos combatiendo a los insurgentes del remoto Valle del Korengal? La crónica describe al enemigo como «Talibanes,» pero dice que los locales están enfadados «en parte porque se dedican a la madera y el gobierno afgano prohibió casi toda la tala, dejando a los varones locales sin medio de ganarse la vida.” Al parecer no hay rastro de al-Qaeda en el valle, donde la gente es ferozmente independiente y practica su propio dialecto.

Aunque aplaudimos la valentía de los soldados estadounidenses, también debemos plantear la cuestión de fondo: ¿es éste un uso necesario o inteligente de la fuerza militar estadounidense? Cuando estuve en la zona hace un año, visité una base avanzada del ejército cerca de Asadabad que disparaba proyectiles de artillería de gran calibre al Korengal para mantener a raya a los guerrilleros locales. El rugido de percusión de los proyectiles lanzados era tan ruidoso que era difícil escuchar las declaraciones de los miembros del Equipo de Reconstrucción Provincial estadounidense, que explicaban sus esfuerzos por ganarse a la población local construyendo carreteras y escuelas.

La lucha en el Korengal ilustra un problema más general situado en el corazón de la estrategia del Presidente Obama para la Guerra de Afganistán. La estrategia se está inclinando en dos direcciones al mismo tiempo. Obama describía sus metas de guerra en términos limitados, evitar que al-Qaeda lance ataques contra Estados Unidos. Pero para lograr esa meta, abogaba por un esfuerzo de estructuración de la identidad nacional más amplio que se podría prolongar muchos años. En jerga militar, es una estrategia “enemigo-céntrica” que emplea tácticas de contrainsurgencia “población-céntricas.”

El problema no es tan abstracto para los jóvenes soldados destacados en el puesto avanzado del Korengal: ¿Son necesarias las patrullas estadounidenses y las salvas de artillería para detener a al-Qaeda en este yermo afgano? ¿O hay una forma mejor, más barata, y con menor pérdida de vidas afganas y estadounidenses?

Los altos funcionarios que redactaron la estrategia de Obama convienen en que sufre esta tensión inherente, pero dicen que es insalvable. Sostienen que una lucha de contrainsurgencia fructífera debe tener a la vez una faceta blanda de construcción de infraestructuras y una faceta dinámica de perseguir al enemigo. El desafío, dicen los funcionarios, reside en combinar los dos enfoques para dividir a la insurgencia. Si la estrategia funciona, dice una de las personas que colaboró en su redacción, Estados Unidos va a desmembrar a «la mafia» de los grupos insurgentes antes de que acabe la temporada de enfrentamientos del verano de este año o el que viene.

Para recabar el punto de vista afgano, me entrevisté la semana pasada con Ashraf Ghani, el que fuera ministro de economía entre 2002 y 2004 en el primer gobierno post-Talibán, que ahora es candidato a presidente. Es un caballero magistralmente elocuente que tiene un doctorado en antropología por la Universidad de Columbia y trabajó en el Banco Mundial. Probablemente tiene alguna posibilidad remota de ocupar el palacio presidencial de Kabul, pero tiene un análisis claro de lo necesario — por parte de estadounidenses y afganos, los dos — para encarrilar esta guerra mejor.

«Las decisiones han de tomarse en función de cómo se implementa la estrategia estadounidense — prácticas de contrainsurgencia, o dinámicas. Ahora mismo están intentando hacer las dos cosas a la vez,” dice Ghani. Él se decanta por la primera, y advierte de que «el trabajo de meses de misiones de contrainsurgencia se puede echar a perder por una acción dinámica.”

Ghani se presenta a cuenta de varios asuntos que es necesario abordar sin importar quién gane. Quiere mayor independencia afgana, la reforma del corrupto y débil gobierno del país, y un programa laboral. La definición del partidario Talibán promedio es, dice, «joven en paro.”

Me animaron los comentarios de Ghani en torno a la reconciliación con ciertos elementos de la alianza Talibán. Fíjese en Gulbuddin Hekmatyar, que forma parte de la mafia insurgente. Ghani ha leído cuatro libros escritos por Hekmatyar y afirma que el barbudo señor de la guerra tiene «una visión muy modernista.” También cita un libro nuevo del mulá Abdul Salam Zaeef, un líder Talibán que estuvo en Guantánamo entre 2002 y 2005. Ghani afirma que el mulá refleja la evolución de los Talibanes cada vez más distantes del yihadismo y más próximos al nacionalismo y el desarrollo.

La idea de hacer uso de la fuerza militar en exclusiva para barrer a los feroces miembros tribales de Afganistán es tan errónea a estas alturas por parte de América como lo fue para los británicos del siglo XIX o para los rusos de la década de los 80. Pero Ghani y los demás parecen ser serios con lo de construir un Afganistán moderno con ayuda estadounidense — un proceso largo y lento, pero totalmente meritorio.

© 2009, Washington Post Writers Group

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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