El reto de Obama : Cerrar Guantánamo sin menoscabo de la seguridad estadounidense

El reto de Obama : Cerrar Guantánamo sin menoscabo de la seguridad estadounidense

(MICHAEL GERSON).- Los ataques han llegado con el ritmo constante de un reloj: 171 muertos en Bombay. Tic. 52 muertos en los atentados de Londres. Tac. 190 muertos en los atentados del cercanías de Madrid. Tic. 202 muertos en Bali, y 2.973 en Nueva York, Virginia y Pennsylvania. Tal vez éste sea el riesgo de vivir en el mundo moderno. O tal vez sea el segundero de un detonador.

Días después de los atentados de Bombay, la Comisión para la Prevención de la Proliferación de Armas de Destrucción Masiva y el Terrorismo anunciaba que un ataque terrorista nuclear, químico o biológico, es probable antes de que finalice el año 2013. «Nuestro margen de seguridad se está encogiendo, no ampliando,» concluía.

La gente tiende de manera natural a enterrar mentalmente los riesgos así. T .S. Eliot escribía: «Es difícil para aquellos que viven en las inmediaciones de la comisaría de policía creer en el triunfo de la violencia.”

Parte de la falsa impresión de seguridad está anclada en los siete años sin ataques terroristas adicionales en América, un triunfo en sí mismo frente a la violencia. Es difícil para un líder llevarse los méritos de un logro ausente, de la ausencia de fracaso. Pero en esto hay que reconocer el mérito.

La mayor parte de los métodos empleados en este esfuerzo han sido eficaces, aprobados por el Congreso y en gran medida no conflictivos; combatir el lavado de dinero, interceptar comunicaciones terroristas, reforzar la seguridad de la frontera. Estas medidas fueron contundentes pero en absoluto tan contundentes como los demás precedentes de tiempos de guerra: Abraham Lincoln secuestrando las ediciones de la prensa y encarcelando a los editores, o Franklin Roosevelt internando a 120.000 personas de ascendencia japonesa.

Pero algunos métodos diseñados para casos excepcionales, tales como el ahogamiento, fueron éticamente inquietantes y con el tiempo contraproducentes produciendo heridas ideológicas autoinfligidas en una lucha ideológica en gran medida.

Y no hay duda de que algunas de las injerencias en el poder ejecutivo por parte de la administración invitaron a represalias judiciales y socavaron el poder de los presidentes futuros.

El Tribunal Supremo anuló medidas de la administración en tres ocasiones en temas de detenidos porque funcionarios de la administración Bush dependieron en exclusiva de la autoridad ejecutiva para sus acciones.

Si la administración hubiera pedido el respaldo del Congreso a las comisiones militares en 2001, y después a las normas para retener a los combatientes, el marco legal resultante habría contado probablemente con la aprobación de los tribunales y probablemente, se hubiera aproximado más a los objetivos de la administración que a los resultados eventuales.

Hay una moraleja en esto para la administración de Barack Obama: en ocasiones el poder debe ser ejercido con mano izquierda para ser empleado de manera práctica.

Pero esta lección no debe ser practicada permanentemente. Ocupar la presidencia también es asumir la responsabilidad de la seguridad de los estadounidenses que el Congreso o los grupos de intereses especiales nunca van a sentir tan directamente.

Al margen de debates anteriores, gran parte del marco legal de la guerra contra el terror ya ha sido aclarado por la intervención judicial o del Congreso.

La Ley de Inteligencia Exterior ha sido en gran medida enmendada, y pocos dentro de la administración entrante parecen impacientes por revisarla.

A propósito de los interrogatorios, la elección de Obama está clara. El Departamento de Defensa ha adoptado ya estándares restrictivos en el trato a todos los detenidos, más restrictivos de lo que prevé la ley. ¿Pero se deben aplicar las normas del Departamento de Defensa destinadas a 1,4 millones de soldados, pilotos, marineros y Marines, al trato que dispense la CIA a un terrorista recién capturado con información vital? ¿O debe permitirse a la CIA el empleo de técnicas «mejoradas» y aun clasificadas próximas a la tortura? Durante su campaña, Obama prometió, pero prometer esto es más fácil para un candidato que para un presidente.

Los temas más espinosos conciernen a los terroristas detenidos. Guantánamo será y debería ser cerrado como pesadilla de la diplomacia de cara a la opinión pública. Quizá la mitad de los detenidos sean enviados a casa, dejando alrededor de un centenar de hombres excepcionalmente peligrosos. La administración Obama tendrá que decidir un formato para los juicios, una comisión militar sustancialmente mejorada pero políticamente desacreditada, tribunales civiles ordinarios, o algún tipo de tribunales de seguridad nacional constituidos a través del Congreso y supervisados por la judicatura federal.

Pero la administración no va a ser capaz de juzgar a todos. Algunos detenidos van a ser demasiado peligrosos para liberarse pero demasiado difíciles de procesar en un escenario judicial normal utilizando las pruebas no clasificadas. Y cualquier presidente necesitará de la capacidad de retener e interrogar a terroristas recién capturados al margen del procedimiento diseñado para los delincuentes estadounidenses. A menos que Obama se dedique a la simple ejecución de la autoridad ejecutiva, necesitará la autorización del Congreso para detener a la gente. Y esto evidenciará una importante tensión entre las responsabilidades militares del nuevo presidente y las opiniones de los partidarios que piensan que los detenidos solamente deberían retenerse durante los preparativos para el juicio.

Según todo el mundo, el presidente electo se está tomando su tiempo para examinar estos asuntos, y encargando su examen a pensadores rigurosos. Bombay es el puntual recordatorio de que los riesgos no pueden ser mayores.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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