(Michael Gerson/PD).-El apoyo del Senador Robert P. Casey Jr. a Barack Obama la semana pasada — “Creo en este tipo como no he creído nunca en un candidato en mi vida” — evocó otro momento dramático en política Demócrata. En el verano de 1992, mientras Bill Clinton consolidaba su control sobre el Partido Demócrata, Robert P. Casey Sr., el padre del senador, tenía prohibido dirigirse a la convención Demócrata por la herejía de ser antiabortista.
El anciano Casey (ya fallecido) era entonces gobernador en funciones de Pennsylvania — uno de los estados Demócratas más prominentes del país. Era un progresista económico en la tradición de Roosevelt. Pero su conciencia católica irlandesa le condujo a oponerse al aborto. De manera que los Clinton eligieron humillarle. Fue una señal y una advertencia de la enorme petulancia de mentalidad mezquina que se avecinaba.
El joven Casey, sin duda, es un partidario sincero de Obama. También debe haber encontrado satisfactorio colaborar durante el ciclo de justicia social.
Pero en función del estándar de justicia social para el nonato de su padre, Obama está pésimamente dotado.
Obama no ha convertido el derecho al aborto en el eslogan coreado de su campaña, como han hecho otros Demócratas. Parece darse cuenta de que el entusiasmo proabortista es inconsistente con la reputación de ser post-partidista.
Pero el historial de Obama en materia del aborto es extremo. Se opuso a la prohibición del aborto de prematuros — una práctica que un correligionario Demócrata, el difunto Daniel Patrick Moynihan, llamó una vez «demasiado cercana al infanticidio». Obama criticó con contundencia el veredicto del Tribunal Supremo que mantuvo la prohibición del aborto de prematuros. En el Senado del estado de Illinois, se opuso a una propuesta de ley parecida a la Ley de Protección del Infante Vivo, la cual evita la muerte de los infantes abandonados vivos erróneamente por el aborto. Y ahora Obama ha afirmado erróneamente que no querría que sus hijas fueran «castigadas con un bebé” debido a un embarazo de crisis — en absoluto una postura receptiva de cara a una vida nueva.
Durante décadas, la mayor parte de los Demócratas y muchos Republicanos esperaron que el debate político sobre el aborto simplemente se esfumara. Pero el asunto no desaparece. Las encuestas recientes han demostrado que los jóvenes son más dados a apoyar las restricciones al aborto que sus parientes mayores. Pocos americanos se oponen al aborto en toda circunstancia, pero la mayoría se opone a la mayor parte de los abortos que realmente tienen lugar — apoyando en general el procedimiento exclusivamente en los casos de violación, incesto o para salvar la vida de la madre.
Quizá esto sea una revuelta contra la cultura de la desechabilidad. Quizá refleje la continua revolución de la tecnología de ultrasonidos — lo que podría llamarse el efecto “Juno”. En la deliciosa película de ese nombre, la protagonista, una adolescente embarazada en busca de un aborto, es confrontada por una compañera de clase que le informa de que el hijo no nato ya tiene uñas — lo cual hace que se lo piense mejor. Una parte sin valor del cuerpo de su madre — un puñado de desperdicios protoplasmáticos — no tiene uñas.
El aborto es un asunto moral inevitable. También tiene importancia política general. Los Demócratas de la generación previa — la generación de Hubert Humphrey y Martin Luther King — hablaban de construir una comunidad de amor que cuidase en especial de los ancianos, los débiles, los discapacitados y los jóvenes. El avance de las políticas pro-abortistas importó al Partido Demócrata una ideología diferente — el triunfo absoluto del individualismo. Los derechos y las opciones de los adultos han pasado a ser supinas, incluso a expensas de los restantes miembros sin voz de la comunidad.
Estas tendencias alcanzaron su culminación lógica durante un debate del Congreso sobre el aborto de prematuros en 1999. Cuando la Senadora Demócrata Barbara Boxer fue presionada para afirmar en público que se oponía a la muerte médica de niños tras el nacimiento, rehusó comprometerse diciendo que los hijos solamente merecen protección legal «cuando te llevas a tu bebé a casa». No está claro si esto abarca el viaje en coche o no.
Habiendo respaldado el aborto de prematuros, a Obama le queda poco espacio de maniobra en el asunto general, pero tiene algo. Podría seguir el sabio consejo de los Demócratas evangélicos como Amy Sullivan y expresarse con claridad y contundencia a favor de políticas que reduzcan la cifra de abortos — apoyo a las embarazadas, educación sobre abstinencia, la promoción responsable del control de la natalidad. Una organización llamada Democrats for Life ha propuesto la creación de una «Iniciativa 95-10» en la que los estados y el gobierno federal trabajarían de cara a la reducción de las cifras de abortos en un 95% en cuestión de 10 años. Ese sería un objetivo nacional unificador.
Tales esfuerzos no serán del agrado de muchos antiabortistas, que esperan que Obama apoye algún tipo de protección legal para el nonato. Pero un esfuerzo real por reducir la cifra de abortos indicaría que el Partido Demócrata de Obama está pasando página de su humillación al gobernador Casey.
Y tal vez el Senador Robert P. Casey Jr., con su recién descubierto peso, podría insistir en ello.
© 2008, The Washington Post Writers Group