Editorial semanario Desde la fe / Sin propuestas viables, vacíos, sentimentalistas, con cantaletas fofas y huecas, así son los mensajes de los distintos partidos políticos que compiten en las llamadas precampañas, curiosa ficción legal en la que todos los ciudadanos nos vemos bombardeados por el uso de los medios de comunicación masiva, pero que son “exclusivamente” dirigidos a la militancia de los partidos, a fin de elegir entre una supuesta variedad de precandidatos que, al final, no son conocidos por su plataforma o propuestas, sino por relumbrones y dotes particulares, hambre, sueños y visiones, pretendidas virtudes personales o pedigrí político por linajes dinásticos y familiares.
Las precampañas fueron determinadas para que los partidos políticos hicieran una elección ponderada de entre los múltiples candidatos, bajo propósitos de equidad. Como tales, pretendían la apertura del ejercicio democrático al interno de esos institutos para que la militancia eligiera en condiciones reales de competitividad para lanzar a hombres y mujeres más idóneos a la campaña. Uno de los beneficios era la austeridad en este período del proceso electoral para abonar en francas condiciones de ventaja entre precandidatos, y consolidar los principios electorales señalados en la Constitución.
Jueves, 21 de febrero