Dicen con cierto tino que los políticos, dirigentes, altos cargos y similares de un país no son otra cosa que el reflejo de la sociedad en la que se desenvuelven. No estamos en una época para sacar pecho de nuestros representantes, y aunque asegurar que tenemos lo que nos merecemos es pasarse de la raya y mucho, sí que deberíamos plantearnos el porqué de aquello que nos indigna con un mínimo de autocrítica y prisma sociológico. También se dice que somos lo que comemos o que venimos de donde venimos. Pues bien, nuestro pasado nos legitima para asegurar que somos un pueblo donde abundan los truhanes, y que ya va siendo hora de que se deje de hablar del latrocinio en clave de «picaresca» con una sonrisa en la boca cuando es uno mismo el que lo practica. De aquellos polvos tenemos estos lodos, y Alberto Rodríguez firma la adaptación al cine del sonado caso de «picaresca en su máxima expresión» de Luís Roldán, el hombre más buscado en España durante un año, y todo lo que se movió a su alrededor, donde cuesta distinguir lo que es cine de lo que fue la increíble realidad. Ya ven que en el siglo XX la cosa pintaba muy parecida a como pinta en el XXI…

El autor de Grupo 7 y La Isla Mínima se consolida como el autor que debemos seguir en el panorama nacional y también internacional. Con el poco bagaje profesional que tiene ya ha reinventado el thriller, atreviéndose con buenos toques del cine estadounidense de ese género pero sin complejos al plantear situaciones, personajes y escenarios cien por cien de la marca España. Obtiene posiblemente Rodríguez con estos ingredientes la mezcla perfecta que interese a todo el mundo partiendo de la enorme cota de capacidad artística en la concepción y elaboración de sus trabajos.

El vertiginoso thriller, con quizá demasiados saltos de una localización del mundo a otra como escollo para el interés del espectador, no da tregua al mismo, y semejante historia parece haber salido en su totalidad de la más retorcida mente de un diestro guionista, pero la realidad, que supera a la ficción, pone en este caso la parte más laboriosa en adaptar más que en crear. Querida España, esta España nuestra…

El verdadero protagonista de esta versión de cómo Roldán (Carlos Santos, certero en un papel complicado) acaba liando la que lió es el personaje de un imperial (más que de costumbre si cabe) Eduard Fernández, que interpreta a Francisco Paesa, la clave de la trama y quien convierte en realidad la fuga del antiguo jefe de la Guardia Civil. Y es que cuando leemos en los libros de texto que el representante de la fauna ibérica es el lince, puede que pensemos demasiado a la ligera en el felino. José Coronado (el fiel compinche de Paesa) y Marta Etura (la esposa de Roldán) completan el plantelazo que apuntala los sólidos muros de esta estructura con pinta de estar entre las mejores del año, aspirando si no logrando cotas mayores.

La naturalidad que da el saber hacer y la falta de pretenciosidad que da el conocer con exactitud qué demanda la historia que quieres contar se unen a la ausencia de juicios de valor sobre los personajes para redondear una obra sobria, inteligente y con la dificultad añadida de que los verdaderos protagonistas están vivitos, coleando y viendo el resultado en alguna sala de cine. Necesaria lección de historia en lo amplio del concepto para nuevas generaciones.

Dirección: Alberto Rodríguez. País: España. Género: Thriller/ basado en hechos reales/ espionaje. Duración: 123 min. Intérpretes: Eduard Fernández, José Coronado, Marta Etura, Carlos Santos, Emilio Gutiérrez Caba, Luis Callejo, Tomás del Estal, Israel Elejalde, Pedro Casablanc. Guión: Alberto Rodríguez y Rafael Cobos; inspirado en la novela “El espía de las mil caras”, de Manuel Cerdán Paesa. Música: Julio de la Rosa. Fotografía: Alex Catalán. Estreno en España: 23 Septiembre 2016.