Coincido plenamente con las sensaciones de Sam Mendes sobre la evolución de James Bond. En recientes declaraciones promocionales revela que creció disfrutando con las aventuras de 007 hasta que se le empezó a hacer grotesco y arcaico el personaje (en parte cosas de la edad, en parte evolución del cine y de los tiempos) y dejó de gustarle… hasta Casino Royale, que actualizó con osadía al icono y le devolvió ese toque cool con el rostro y la nueva actitud de Daniel Craig.
Es ahora el prestigioso realizador de American Beauty o Camino a la perdición, cosas de la vida, el escogido para retratar la enésima vicisitud del espía más famoso del mundo, con el plus de la conmemorativa fecha del cincuenta cumpleaños del inicio de la saga. Con semejante onomástica, el director que encabezara el proyecto tenía que ser de primerísima fila, y Mendes cumple con el requisito hasta tal punto que los productores no son los únicos en llamar a Skyfall “cine de autor”. Tampoco nos volvamos locos; el autor pone su sello en la obra, sí, y la estética preciosista con escenarios cuidados y personajes con un inédito plus de trasfondo (especialmente interesantes los detalles sobre el propio Bond y su pasado que se nos desvelan) son de agradecer, pero el trabajo guarda la imprescindible coherencia palomitera de la saga, lo cual es justo, necesario, y no se ha de tomar como un demérito: no deben esperar el sacrilegio de un agente 007 moñas, que Sam Mendes supera con nota el reto de hacer una peli de acción, algo que faltaba en su exquisita filmografía. Este hecho de atreverse con lo que antes se tomaba como desprestigio ha sido combatido con energía por autores ahora en la cúspide como Christopher Nolan. En el equilibrio entre acción de calidad y guión con sentido está el éxito de la obra. Porque la última película de la saga que tenemos ahora en cartel, sobra decirlo a estas alturas, ha salido francamente divertida y satisfactoria, y ha sido dignamente elegida para celebrar el feliz cumpleaños del carismático personaje que seguirá por este camino bastante tiempo al servicio de Su Majestad.
La cinta posa su mirada en multitud de guiños hacia momentazos de sus predecesoras, que pueden apreciarse tanto en lo visual como entremezclados en los diálogos: una gozada para los nostálgicos. Sin embargo el realizador se mofa y renuncia abiertamente a lo que a él le parece ya trasnochado como el tema de los cacharritos imposibles o el exceso de fantasmadas, que van claramente en contra del aire realista del proyecto (con coreografías que desfilan por el límite de lo razonable, como debe ser).
Agotamientos sin mezclas, supercoches, superchicas, esmoquin, casinos, pistolas, caras ilustres como las de Ralph Fiennes (Gareth Mallory) o Judi Dench (M), ambos muy entrelazados y responsables del ancla con la era Connery, o preciosos momentos en Estambul y Escocia deleitarán al personal. Por supuesto, no faltará a la cita un malo malísimo que se antoja muesca en el currículum de Javier Bardem, pero por la apariencia estrafalaria y la puesta en escena excesivamente histriónica podría considerarse, sin llegar a lo deleznable, lo peor de la cita. El espectáculo, rubio de bote de Bardem incluido, está servido…
Dirección: Sam Mendes. Países: Reino Unido y EE. UU. Duración: 143 min. Intérpretes: Daniel Craig (James Bond), Judi Dench (M), Bérénice Marlohe (Sévérine), Javier Bardem (Silva), Ralph Fiennes (Gareth Mallory), Ben Whishaw (Q), Naomie Harris (Eve), Helen McCrory (Clair), Albert Finney (Kincade), Ola Rapace (Patrice). Guión: John Logan, Neal Purvis y Robert Wade; a partir de los personajes creados por Ian Fleming. Producción: Barbara Broccoli y Michael G. Wilson. Música: Thomas Newman. Fotografía: Roger Deakins. Montaje: Stuart Baird. Diseño de producción: Dennis Gassner. Vestuario: Jay Temime.
