Sesión Golfa

Juan Carrasco de las Heras

Cumpleaños

Por León Ocaña

La apatía se había convertido en la tónica de su existencia. Al principio todo fue divertido y excitante, pero ya ni siquiera el codiciado que había reunido con el tiempo la saciaba. Resultaba inaudito, pero podría decirse que incluso echaba de menos la época en la que era humana y tenía esas vanas y estúpidas preocupaciones mortales. Quién le iba a decir que lo que no había logrado la luz del sol, el fuego o sus enemigos, lo estaba consiguiendo la monotonía.

Y cavilando esas cuestiones, lamentándose de su decadencia, pasó por su mente –quizá su subconsciente se encontraba más activo aún que de costumbre- que precisamente hoy hacía justo 126 años había nacido una persona con su aspecto exterior y había dejado de existir hacía aproximadamente un siglo, cuando decidió aceptar la atractiva propuesta de aquel tipo extraño y fascinante de convertirse en la criatura que era ahora.

En honor a sus primeros tiempos, cuando no sólo cazaba para alimentarse y disfrutaba de cada momento, decidió “celebrar su cumpleaños” al viejo estilo, por qué no; huir de este aquel triste bucle por un día no iba a hacerle mal, y así refrescaría recuerdos enterrados hace años por una enorme montaña de sensaciones y compañeros que quedaron en el camino.

Se maquilló disimulando aquella inhumana palidez, disfrazó con el perfume más caro su cuerpo carente de olor y recogió sus largos bucles rojos en una trenza que le caía por la espalda, sobre ese abrigo de cuero negro que le llegaba a los tobillos y que llevaba colgado en uno de sus armarios desde hacía años. El resto de su atuendo era igualmente oscuro, “en señal de respeto a todas sus víctimas pasadas y futuras”, pensó con ironía, y salió de su caserón camino a la aventura…

Luego, estuvo toda la noche observando y buscando la presa perfecta en aquella discoteca. Cuando topó con aquel fornido y jovencísimo muchacho moreno de ojos verdes, supo que era el adecuado: los ojos de ella, que se sentía más hermosa y poderosa que nunca, jugaron a la seducción hasta que se convirtió para el joven en lo único que existía en aquel enorme recinto atestado de sudorosos cuerpos bebiendo, bailando bajo los focos y embriagados por la ensordecedora música. Cuando estuvo segura de tenerlo hechizado, cogió su abrigo y salió de allí para esperarle en la calle, junto a la puerta de entrada al local; y como la lógica mandaba, él no tardó ni un minuto en salir acelerado esperando interceptar a su musa, ya de supuesta retirada.

La cazadora se dejó localizar haciéndose pasar por cazada, y cuando el chico llegó hasta ella y la tomó de la mano, ella lo condujo a un callejón cercano sin decir nada, sin siquiera mirarlo. Allí, por fin, clavó sus ojos en el pobre incauto y le mostró con toda la intensidad de su mirada su monstruosa naturaleza sin ninguna piedad. El pánico invadió al muchacho, y ella lo dejó inconsciente de un simple manotazo antes de que por su garganta pasara el más mínimo sonido pidiendo auxilio.

Entonces alzó el peso de la víctima sin consciencia y le clavó, justo como le gustaba, sus ancianos y afilados colmillos en la carótida, otorgándole el beso de la muerte. Era una zona muy poco espectacular, sí, pero la más deliciosa, ya que allí llegaba recién bombeada la sangre por el corazón, aún sin ninguna impureza: solamente impregnada del dulce sabor de la adrenalina y el miedo.

La orgásmica calidez de la sangre del muchacho dejó en ella una sensación indescriptible de emoción que la estremeció, haciendo que sintiera partes de su cuerpo que llevaban mucho tiempo muertas, y cuya existencia incluso había olvidado.
Aquella excursión le había dado ánimos renovados para pasear altanera su poder por el mundo de los vivos al menos otros cien años más.

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Juan Carrasco

Éste homínido ceutí es crítico de cine desde hace años en el diario El Faro de Ceuta, así como responsable del espacio cinematográfico y de opinión "Fila 7" en la web www.ceuta.com y colaborador en la emisora de radio Onda 0 con su sección semanal "El Cine en la Onda".

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