Comunicarse, hechizo de nuestro siglo. Puedo relacionarme por imágenes, por el gesto, por la diversidad de idiomas. Últimamente conocemos auténticos lenguajes de programación informática, para la acción interactiva del hombre con el ordenador.
Y... ¿ya conocemos el lenguaje de Dios? Ojalá lo conocieras a la perfección, amigo, ojalá también lo comprendiera yo. ¡Seríamos santos! Al menos, espero que logremos balbucirlo.
"Hace tiempo, me decía un conocido, luchaba por verme libre de un apego: el vicio de fumar. Y nunca lo conseguía. Una enfermedad bloqueó mis ansias de inhalar humos. Aquella dolencia rompió las ligaduras que ataban mi alma para volar".
Pero ¿quién te desprenderá del mundo, de ti mismo? Resulta arduo el trabajo del asceta; y en apariencia infructuoso. Dios envía el sufrimiento, verdadero lenguaje para comunicarnos con Él. Idioma duro, incomprensible para los iniciados; absurdo para los enemigos de la cruz. Y a través del dolor, ¡cuántos se han comunicado con el autor de la vida... cuántos han profundizado en la oración, lenguaje perfecto con la divinidad!
Yo llamaría al dolor maestro, breviario espiritual. Junto con la oración son el medio único de conversar con Dios. Difícil asimilarlo por completo. Necesario del todo. Tarde o temprano, hemos de dominarlo para acercarnos limpios y purificados al encuentro definitivo con Dios. Hemos de iniciarnos cuanto antes.
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Miércoles, 20 de febrero