Una mala educación causa estragos. Y los menores necesitan ser atendidos para formarse íntegros en el cuerpo y en el alma. No podemos abandonar ningún aspecto de la educación de nuestros niños.
Mientras escribo estas líneas, en una casa alejada de la ciudad, están plantando una serie de árboles tiernos; me he distraído un rato y he contemplado lo que hacen varios operarios; después, se me ha ocurrido escribir el artículo. ¿Qué hacían? Con una máquina, un agujero en el suelo; colocaban en él un árbol tierno de poco más de dos metros; hincada en el mismo cepellón, una estaca vertical y bien adherida al suelo; del pivote, al arbusto, una correa resistente para sujetarlos. Así el vegetal crecerá derecho, se defenderá de vientos y huracanes; será mañana un bello árbol que dé frutos y sombra.
Hace algún tiempo leía dos noticias muy duras de adolescentes. Siete menores violaron a una niña de 12 años en unas fiestas. Otra adolescente de 13 había consentido con unos muchachos relaciones íntimas, obligada bajo el chantaje de mostrar unas fotos de ella misma anteriormente obtenidas con violencia. Y parecidos sucesos están ocurriendo muy a menudo entre nosotros. Algo está fallando. Los mayores no nos empeñamos en ayudar a nuestros seres más queridos en una formación en virtudes, en austeridad, en valores humanos y cristianos. Parte de nuestra juventud está creciendo sin normas, a la deriva, como árbol sin rodrigón. Y así se desarrollan débiles de espíritu, aunque fuertes en el cuerpo.
Hemos de ayudar a fortalecer la debilidad del psiquismo infantil. ¿Y qué hacer con los menores cuando cometen verdaderos delitos? Se está extendiendo en nuestra sociedad una idea: el tratamiento penal por conductas delictivas de estos sujetos es demasiado benigno; por eso cada vez son más irresponsables. “Habría que escarmentarlos” – dicen algunos. Pero el método idóneo no es la severidad, sino la prevención. Desde muy niños es necesario convencerles de que abusar de los semejantes es infame, degrada a quien comete la falta. Es necesario crear convicciones profundas de bondad, cariño, tolerancia, respeto, altruismo, sinceridad, religiosidad, amor.
Lo del rodrigón junto al árbol es una imagen sabia: el niño junto sus padres y educadores; seguro de su fortaleza; vigilado, querido ayudado. Cuando poco a poco vaya aprendiendo a volar ya lo hará. La misma naturaleza lo irá aconsejando. Pero habrá asimilado una serie de virtudes muy olvidadas por un sector numeroso de jóvenes delincuentes.
“Atajar al principio el mal procura: si llega a echar raíz, tarde se cura”.
José María Lorenzo Amelibia
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Cada vez son más vulnerables los menores, desde que la mujer trabaja fuera del hogar. No tiene ya vuelta atrás el hecho de que la mujer trabaje fuera. Son ellas de gran categoría intelectual y laboral; están igual de prparadas que el hombre y por otra parte la familia carece de la estabilidad de antaño. Los niños son quienes pagan las consecuencias. En muchas ocasiones los abuelos suplen en parte la presencia de la madre. Pero solo en parte.
Me impresionan los niños cuyos padres se han separado, sobre todo y se han casado con otra persona. Se les nota. Por muhco que quiera paliarse la situación los que más sufren en su formación son los niños.
Si desde pequeños infundimos en los niños el amor a a la Eucaristía, su educación está garantizada. De ahí sacarán fuerza para toda la vida.
El niño necesita ser cuidado; en su infancia ni se da cuenta de ello; pero a los cuatro o cinco años es muy consciente de esta necesidad y busca la ayuda del mayor. Los padres y los abuelos son los princpales educadores de la primera infancia; después se ayuda en las guarderías y colegios; pero la principal responsabilidad está en los padres.
El niño es muy débil en cuestión de fuereza de voluntad; es necesario ayudarle a vencerse, porque él mismo dice con sinceridad: quiero ser bueno, pero no puedo. Hemos de estimularle, ayudarle con consejos, premios y algún castigo cuando su comportamiento es malo de verdad.
Tengo dos hijos, de 11 y 9 años. Me preocupan mucho y procuro estar siempre cerca de ellos; pero su padre, sí, los quiere, pero los trata poco. Ese es mi problema y el de casi todas las amigas. Y el niño necesita de la educación de los dos.
El menor necesita la presencia del mayor: si el mayor le ofrece además de amor y simpatía, una buena formación y educación, está todo superado. Pero si el mayor le ofrece el lbiertinaje y la soberbia de la vida como objetivo, todo se estropea. Por la indolencia de los buenos, fracasan los niños.
“Atajar al principio el mal procura: si llega a echar raíz, tarde se cura”.
Domingo, 17 de febrero