Cuando comenzaba el siglo XXI visité la ciudad imperial, Toledo. Permanecí allí varios días con unos sacerdotes amigos y por todos los rincones encontraba sorpresas muy agradables. Pero hubo sobre todo una que me llenó de alegría y emoción. Aquí va:
Entramos en una iglesia bella, la iglesia de la Magdalena, uno de los templos más característicos del Casco Histórico toledano. En la parte trasera del templo, muy cerca del confesonario, había un sacerdote muy recogido, como haciendo oración. A su lado, en el banco, varios libros. Se veía de allí muy bien el Sagrario. Y no apreciamos en el recinto sagrado más personas. Durante tres o cuatro minutos me arrodillé para decir algo a Jesús Sacramentado. Me levanté y fui directo al sacerdote; a hablar con él:
1) Padre – le dije – me ha dado muy buena impresión al entrar aquí y ver un sacerdote. No es fácil encontrar hoy a un cura, junto al confesonario, haciendo oración. Me alegro mucho y doy gracias a Dios por ello.
Mire usted, – respondió – desde hace varios años mi lugar de permanencia está aquí. En este sitio me pueden encontrar todos cuantos lo deseen. Por supuesto salgo cuando hay una necesidad: visitar enfermos, acudir a alguna demanda... o cuando, ya de noche he de marchar a casa a descansar. Y.… poco más.
¿Y aquí también recibe a la gente? También. Muchos se confiesan; otros me consultan. Pero este es mi lugar de preferencia.
Seguimos hablando un rato más, siempre de temas espirituales. Al final nos entregó a cada uno de los tres compañeros un libro lleno pensamientos para orar y meditar. Se titula "Vosotros sois mis amigos". Lo empleo con frecuencia para hablar con el Señor. Es muy bueno y sencillo. Y cuando lo abro, me acuerdo con cariño de aquel sacerdote ya mayor, que no sé si seguirá allí, o lo habrá llamado el Padre a la visión eterna.
Algo más puedo añadir
Pocos años después la parroquia de la Magdalena fue clausurada; unos meses antes de la llegado de Cañizares, como arzobispo. La razón de este repentino cierre no fue otra que la jubilación del sacerdote titular de este templo, Daniel Luquero. Han sido muchos los vecinos y fieles de la ciudad que han lamentado no poder acudir a rezar a este lugar, ya que muchos de ellos lo han hecho así casi toda su vida. Y siempre veían allí a su celoso párroco. Estamos en el año 2003.
También, el movimiento de apostolado «Adoración Nocturna», que tenía su sede en esta iglesia, ya no puede programar las vigilias que reunían a tantos fieles. Todos aquellos que tenían por costumbre orar a San Antonio y depositar allí sus limosnas tampoco pueden hacerlo.
La Magdalena ha sido uno de los templos más visitados del Casco Histórico. Allí estaba siempre al servicio de todos dones Daniel, muy querido y admirado por todos sus feligreses.
Todos lo recuerdan hoy. Estuvo a su servicio durante los últimos cuarenta años. Y fue objeto de un cordial homenaje de despedida que le rindieron los fieles, los seminaristas y la Adoración Nocturna.
Y no sabemos mucho más de Don Daniel. Si vive, no creo que se entere de estas flores que le dedico, y si llegan a sus oídos, le ruego las reciba con humildad y gozo, porque el Señor se sirve de él para que nosotros nos estimulamos en nuestra fe y esperanza. Hermoso encontrar personas así en este mundo tan disipado.
José María Lorenzo Amelibia
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Sábado, 23 de febrero