He estado tres días con Bernardo. En alguna otra ocasión hemos comentado el cambio espiritual de este hombre. Pero una cosa es comentarlo y otra convivir. A partir del año 80 fue evolucionando en el sentido de los hermanos de Foucauld. Comenzó a gustar de la soledad y del amor de Dios en el servicio sencillo del prójimo. Había yo concertado con él tres días de convivencia en su casa: un pueblecito con 10 habitantes contándole a él. Está perdido entre montañas.
Pasa el día en oración. Su horario "oficial" es éste. Se levanta las cinco de la mañana. De 5,30 a 9 oración. La última media hora reza laudes con los que estén en casa. 9 desayuno y limpieza de la casa. Si le queda algún rato, lo aprovecha para hacer oración. A las 2, comida y descanso.
De cuatro a cinco de la tarde adoración eucarística en silencio con los que están en la casa. Después, libre: lectura espiritual o formativa. A las ocho Misa y laúdes. (Entre todo hora y cuarto). Cena, algún comentario preferentemente espiritual con los que están con él. Descanso.
Yo creía que iba a estar solo con él. Pero va cundiendo la noticia de su virtud. Tiene 10 camas y cada vez son más los que quieren compartir su vida algunos días. Por la tarde, a la hora de lectura, suelen visitarle. El no busca nunca la publicidad, pero la gente se entera. Todo el mundo desea tratar con un hombre de Dios. Ahora había un joven franciscano practicando 15 días de retiro para su profesión religiosa. Son bastantes los que a lo largo del año practican los ejercicios allí con su ayuda. Es un hombre carismático. Y está haciendo mucho bien.
José María Lorenzo Amelibia
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Miércoles, 20 de febrero