Por nuestra unión con Dios vamos a vivir cada vez más en olvido de nosotros mismos. Eso es lo que vale. Y así nos resultará más fácil entregarnos a nuestros semejantes.
Delante de Dios nos descubrimos débiles y miserables, y por eso nos apoyamos del todo en su Omnipotencia. ¿Qué importa ser débil, si tenemos un Padre fuerte?
Jesús no ha revelado otra manera de ir al Padre, sino a través de El mismo. Amar a Cristo, vivir en El, resucitar en El, después de la pasión y muerte.
Y vamos a tener en cuenta lo que tantas veces hemos leído: el
Espíritu Santo juega un papel muy importante. El ayuda a toda purificación interior y exterior para unirnos del todo a Jesús.
Que tus potencias y sentidos queden como sepultados en el Señor. Y que permanezcamos sordos, ciegos, mudos, para todo lo que sea ajeno a cumplir su voluntad.
Junto al Sagrario, al pie del Altar recibiremos estas gracias de Dios.
La perfección consiste en vivir en Cristo en el amor al Padre, que sustituyan mi amor egoísta.
La única manera de transformarnos es ponernos en contacto con Dios con el alma atenta y silenciosa. En ese trato íntimo nos vamos dando cuenta de que la gran prueba de amor a Dios es amar cada vez más al prójimo. En la oración, o después discurriremos el modo de amar a los demás. Poco a poco iremos limando asperezas y amando sin tener en cuenta para nada la maldad o imperfección de los semejantes. Amar a los que nos aman poco mérito tiene. También lo hacen los paganos. Vamos a encendernos en este amor transformante de Dios.
La oración nos ayuda a transformar nuestras inclinaciones a lo sensual y material. Porque nos damos cuenta de que las aficiones excesivas nos privan del amor total a Dios.
Ser del todo pobre, amigo, para vivir sólo para Dios. De esta
manera se precipitará sobre ti el torrente de amor Santo. Y así influirás de verdad en todo el ambiente.
Estamos metidos del todo en la vida activa: nuestra profesión, nuestro apostolado... Nos quejamos de que apenas disponemos de tiempo para la oración. Sin embargo vamos a procurar sacarlo por encima de todo. No podemos dedicarnos a ella con la misma intensidad y duración de los monjes de vida contemplativa. Este sacrificio se lo hemos de ofrecer al Señor. El lo ha dispuesto así al no darnos la vocación de los religiosos. Y si eres de si tu vida ya es contemplativa, gózate del todo. Te miro con santa envidia. Pero, vamos a vigilar todos. Muchos se escudan en el trabajo y no hacen nada de oración. Eso no puede ser. A esas personas les falta el aire espiritual. Pueden morir por asfixia.
Vamos a procurar tú y yo tener el corazón puesto en el Señor todo el día. Vamos a ayudarnos de estampas, frases, cuadros... algo que nos recuerde la presencia del Señor. Así haremos mayor bien a nuestros semejantes y cumpliremos mejor nuestros deberes.
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Miércoles, 25 de abril