A veces oímos a los seglares criticar las vanidades de nuestros jerarcas. No es infrecuente en el obispo la tendencia muy humana de seguir subiendo en el "escalafón".
Por cierto, dentro del Derecho Canónico no está contemplado el ascenso a cargos o “dignidades” por medio de escalafón, antigüedad o edad, como ocurre, por ejemplo, entre los militares. Pero entre aquellos que han entrado ya en la órbita del poder (obispos, arzobispos, cardenales) al parecer existe un escalafón virtual que no aparece en ninguna normativa escrita.
Me decía una persona que los obispos si sienten aspiraciones no piensan demasiado en la muerte, sino en ascender un grado o dos más. No lo sé, pero me parece que por ahí van los tiros.
Pero el siervo de Dios no puede aspirar a eso. Es propio de los mundanos, y escandaliza a los fieles e incluso a los no creyentes. El verdadero obispo, "indigno siervo de Dios", procura gloriarse en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, como San Pablo, en la pobreza de Jesús, en el servicio sencillo a los sacerdotes y seglares. Esa es la verdadera categoría del obispo. De vez en cuando encontramos casos de éstos. Hemos de darnos cuenta de que nuestras miserias en este terreno trascienden al exterior y tarde o temprano salen a la luz pública.
Y es un escándalo que quienes han de dar ejemplo, como lo dieron los Apóstoles, de sencillez e indiferencia ante el subir o quedarse donde están. Yo me digo, cuando en alguna ocasión constato este morbo por el poder: ¿Para eso te han hecho obispo, compañero? ¿El poder va a ser la compensación de tu celibato y demás sacrificios que te impone la vida eclesiástica? Piénsalo bien, querido obispo: mientras el mundo se aparta de la fe ¿vamos a preocuparnos de ejercer un cargo importante en la comedia del mundo?
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Jueves, 21 de febrero