Me refiero a la manifestación a favor de la imposición del catalán, porque los convocantes y quienes se manifestaron saben perfectamente que si se pudiera elegir libremente la lengua la mayoría de los padres catalanes optaría por el español.
No se atreven a permitir la libertad de elección y se parapetan tras la palabra democracia para imponer a las bravas su capricho.
Lo necesitan para seguir alentando su sueño imperialista, esa fantasmagoría que tan felices les hace, todo ese castillo de naipes mentirosos, además, que gira en torno a esa lengua que Miguel Batllori catalogaba como un dialecto infame e infecto, que hasta el siglo XIX no tuvo ninguna obra literaria en su haber, y que hasta el siglo XX no tomó su forma actual.
Quieren equipararla a la española, para lo cual se valen, con todo el desparpajo del que son capaces, de la rapiña, la tergiversación y la burda trampa.
Hacen trampas en cada cosa que acometen, quieren imponer y lo hacen, en la nombre de la democracia y hurtan derechos a los ciudadanos para otorgárselos a las lenguas, pero sólo teóricamente, porque las lenguas, al igual que los automóviles o los sombreros, no pueden tener ningún derecho; sencillamente, les quitan derechos a los ciudadanos, para obligarles a hacer lo que ellos quieren.
De todo lo anterior se deduce, a poco que uno se pare a pensarlo, que lo único que les interesa y realmente pretenden es tener dominado al personal en beneficio propio.
Afortunadamente, muchos catalanes empiezan a despertar y en el mismo día se llevó a cabo otra manifestación en Barcelona, ésta en favor del cumplimiento de la ley y en contra de los secesionistas, a favor de la verdad y en contra de la mentira, a favor de la auténtica democracia y en contra del abuso y del odio.
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