Pablo Iglesias es un señor al que quizá le moleste que le llamen el coletas, pero que se pasa la vida tratando de molestar a todo el mundo, a pesar de que su salario procede de los impuestos de los españoles y su partido recibe subvenciones del mismo origen.
La condición de asalariado de los ciudadanos debería hacerle comprender que tiene la obligación moral – y acaso esta afirmación le dé risa- de que sus intervenciones en el Parlamento tengan objetivos constructivos y no la intención de incordiar.
Por ejemplo: ha recriminado a Rajoy que “un descerebrado fascista” se haya subido a un tanque, y las palabras ‘fascista’ y ‘descerebrado’ en su boca tienen un relieve especial, porque lo mismo llama fascista a ciudadanos normales de derechas que a quien se subió al tanque y lo de descerebrado vamos a dejarlo estar, porque … Pero habría que ver lo que dice de Rodrigo Lanza, por ejemplo. O de Andrés Bódalo.
No sé lo que habrá contestado Rajoy, pero tenía la respuesta fácil: La ley es igual para todos, lo mismo da que sea de extrema derecha, que de extrema izquierda, que de cualquier otra tendencia política. El respeto a la ley es lo primero que cabe exigirle a un demócrata y lo que tiene que justificar Iglesias es su amistad con Otegui y su desprecio por las víctimas del terrorismo.
Por qué llama presos políticos a quienes han sido enviados a prisión por un juez español, de forma absolutamente coherente con la ley, y delincuentes a quienes han sido encarcelados arbitrariamente por Maduro, por sus ideas políticas.
Todo en él hace pensar que la justicia le importa poco a Pablo Iglesias, alias el coletas, sino que su afición consiste en coger por las hojas todos los rábanos a su alcance con tal de molestar a quienes ha señalado como enemigos, pero sin renunciar a la parte de su sueldo que procede de ellos.
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