ALFONSO ROJO EN LA NORIA; Y LAS PENAS DE SOPENA

Por NAPOLEÓN FALCO PALABRALLANA

(Personaje creado José Luis Heras Celemín)

Aunque me tienen por buena gente y me sé de corazón tierno, a veces veo LA NORIA, lo confieso; por la noche, en la cama y al lado de María de la Flor del Bello Talle, que es mi santa y mi legítima. Entrambos dos, cuando no hay sueño ni actividad mejor, nos hemos aficionado a las grescas que manipula un tal Jordi, que, ya dije, es sujeto de faz aviesa y pellejo desapacible; y, digo ahora, manosea la realidad con modos suaves, maneras de sicario de ideas austero y en interés de quien paga su salario, que paga bien, según cuentan.

Al programa a veces acude Alfonso Rojo, un periodista de raza, hecho en Diario 16, en El Mundo y algunos sitios más, a veces hasta en la guerra. Al lado de Pedro Jota, liberto de él e incluso a la greña, Rojo siempre tuvo opinión propia y criterio independiente; ahora, en LA NORIA, además, tiende a una suerte de beneficencia divertida, que le encanta a mi consorte: imparte clases y da instrucciones a alguno de sus contertulios.

Uno de los que disfruta de sus enseñanzas es el sexagenario, casi septuagenario, Enric Sopena: el hombre que fue muchas cosas (hombre del Opus, franquista de pro y algo más); y que ahora hace de amo, dueño y hasta duelo de un periódico digital. De pelo blanco y ademanes pausados, el encantador vejete, a pesar de su edad y con ánimo de mejor causa, se ha convertido en el privilegiado párvulo, que recibe las educaciones e instrucciones del periodista de raza, además del magisterio: Enric, no te excites; tranquilo, hombre, que te va a dar algo; Sopena, escucha y no te calientes.

Humildemente, yo me arrepiento de ser un espectador divertido de algunas de estas clases porque Sopena es y está so pena: Bajo una pena, que no por llevarla en el apellido le debe resultar menor. Y es que, puede que por la edad, al discípulo se le ve torpe, excitado, díscolo y propenso al disparate.

En la contienda verbal, que no es tal porque Sopena da la parte final de su apellido, Alfonso Rojo lo convierte en una especie de enredador sin sentido, lerdo y cascarrias, que, por caridad social, merecería la ayuda del manipulador del caso. Pero éste, sicario de ideas, a veces, no le ayuda. Y el espectáculo es penoso, triste y desagradable. Y algunos, como nosotros, lo confieso y aunque no me arrepienta, nos divertimos con estas miserias a la voz de:

– ¡Que te duermes! Y ya están Alfonso Rojo y las penas de Sopena.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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