Zapatero…te tenemos rodeado

En septiembre los debates parlamentarios son como berreas; los machos de la manada política lanzan bramidos y cruzan las astas para marcar el territorio del curso que empieza. Ayer quedó claro en el toma y daca que el macho alfa está solo: se le subieron a las barbas hasta los cervatillos del Grupo Mixto, y no hubo nadie que le concediese una pizca de comprensión.

Como escribe Ignacio Camacho en ABC, le dieron fuerte, flojo y regular, por la derecha y por la izquierda; le acusaron de despilfarrador y de cicatero, de demagogo populista y de liberal timorato.

No hubo palabras gruesas ni sobreactuaciones retóricas, pero se llevó un repaso importante. El frente opositor se ha ampliado con los nacionalistas burgueses, y los posibles socios de la izquierda radical exageran discrepancias para venderle bien caro el rescate presupuestario.

En honor a la verdad hay que decir que el presidente ni se inmuta. Parece poseído por una determinación iluminada. Se rectifica a sí mismo con tanto desparpajo que empieza a provocar el desconcierto de los rivales.

A Rajoy ya se le nota incómodo; su ordenada mentalidad de registrador chirría ante lo que considera un chocante desafío de la lógica.

Cuando esgrime la evidencia de un rosario de improvisaciones contradictorias sólo encuentra delante una sonrisa impávida. En su discurso se percibe la desazón de un hombre desesperado por creer tener razón sin que se la reconozcan.

En cambio a Zapatero le da igual. Vive en estado de autoconfianza. Cree que antes de 2012 escampará de una manera u otra y lo único que le importa es llegar a ese momento sin afrontar los costes políticos de ajustes o reformas.

Su designio consiste en acolchar el tejido social con subsidios y subvenciones que le protejan la clientela y dejarse remolcar mal que bien por la recuperación europea. Fiado de su intuición para la política indolora piensa que entonces podrá pasar el platillo de los votos y mandar a Rajoy al registro de Santa Pola.

Por eso en vez de medidas fabrica mantras, consignas, argumentarios. Ayer todos los líderes de las minorías le suplicaron que hiciese algo; a algunos sólo les faltó agarrarlo de las solapas.

No movió ni un músculo; ni siquiera se molestó en aclarar qué impuestos piensa subir y cómo. Sus asesores demoscópicos le calientan la oreja con el discurso robinhoodiano de repartir entre los pobres el dinero de los ricos: le han dicho que ese argumento funciona en tiempos de zozobra y miedo.

Acostumbrado a moverse en la confrontación, de la que saca réditos probados, está ensayando una nueva estrategia divisionista: las clases medias y las populares, el tejido productivo y el pasivo.

Con la subida quiere recaudar quince mil millones de euros: a cuatrocientos por cabeza. Pero como la mayoría no va a pagar ya puede ir el resto echando cuentas. El presidente ha hecho las suyas, pero no son fiscales, sino electoralistas.

VÍA ABC

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