El trabuco socialista

El trabuco socialista

Parecía impensable que, en el primer tercio del siglo XXI, un paisano de Palas de Rey se convirtiera en émulo de otro que, tras nacer en Lucena, fuera uno de los más sugerentes protagonistas románticos del primer tercio del XIX.

Con dos siglos de distancia, el lucense José Blanco, ministro de Fomento, cabalga junto a José María Hinojosa, «el Tempranillo», bandolero cordobés que, en Sierra Morena, desvalijaba a los caciques latifundistas para repartir su parné con los más necesitados del lugar.

Afirma Manuel Martín Ferrand en ABC que a José Blanco debe reconocérsele su dedicación. No hay otro miembro, ni miembra, en el Gobierno Zapatero tan dispuesto a enfrentarse a cualquier problema, sea o no de su específica competencia.

Ahora tocaba el desagradable menester de ir haciéndonos a la idea de una próxima subida de impuestos y el gallego supo dejar en el paragüero de su despacho el bastón de mariscal socialista para tomar los trastos de un peón de brega y darnos a los contribuyentes un par de muletazos de castigo que nos dispongan para un inevitable estoconazo.

Blanco, además, hace lo que debe con garbo socialista.

Pedro Solbes, que lo era, o Elena Salgado, que no lo es, hubieran recurrido al lenguaje justificador de los tecnócratas y al manoseo del bien común; pero quien es también vicesecretario general del PSOE no se anda por las ramas y, tal que «el Tempranillo», piensa y dice que es «partidario de ayudar a los que más lo necesitan y si para ello los que tienen más recursos tienen que apretarse el cinturón, habrá que decirlo con claridad a la sociedad». Socialismo demagógico en estado puro, el que funciona, el que -«todo para el pueblo»- mantiene en el poder a un líder escaso subido en un pedestal ideológico anacrónico.

El Gobierno abunda en su irresponsabilidad y no sabe cómo ajustar en los próximos Presupuestos los 420 euros con los que Zapatero improvisó su último gesto populista.

Sin entrar, como sería más prudente y eficaz, en el análisis de los gastos susceptibles de ser reducidos, sin tocar un euro de los capítulos de asistencia social, se lanza al monte y, como espatarrado sobre una jaca torda, coge el trabuco recaudador y se dispone a quitárselo a los ricos para dárselo a los pobres.

«El Tempranillo» lo haría sin tres millones de funcionarios, y Blanco, que también es madrugador, nos previene que el Gobierno no da para más.

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