Zapatero sin ideas pero con hormonas

Zapatero sin ideas pero con hormonas

(PD).- En estado de degradación. Así es como se encuentra, no la nación -que acaso también-, sino la política, que Zapatero quiere convertir en una tormenta de hormonas como la que provoca la píldora del día después, utilizada sin reparo como señuelo del día antes, como sorprendente inocentada de la víspera del debate.

Acorralado por el paro, por las encuestas, por el desplome industrial, por la oposición, por las minorías, por la terca realidad de un país en quiebra, el presidente ha decidido abandonar cualquier atisbo de fineza, cualquier prejuicio ético y hasta cualquier tapujo estético para abrazarse a una demagogia primaria con la que embarrar el campo de juego.

Subraya Ignacio Camacho en ABC que, para calentar una campaña en la que se ve perdedor ha recurrido a la agitación y el trazo de brocha gorda, desde toscas consignas sin pulir -«menos ladrillo y más ordenadores»- a elementales argumentarios de ideología barata.

Pero el populismo del «pildorazo» rebasa todos los límites porque compromete por razones de desaprensivo cálculo electoral la salud de la población adolescente, a la que el Gobierno envía el insólito mensaje de que puede lanzarse al sexo sin el paracaídas del preservativo.

Esta vez la estrategia de la provocación ha ido demasiado lejos, provocando el estupor de la clase sanitaria, de los educadores, de los padres de familia y hasta de los enfermos leves que no pueden comprar sin receta un simple antibiótico para las infecciones de garganta o un tamiflú para la gripe.

El de hoy es el único debate de los candidatos reales que no figuran en las papeletas del 7-J. Por eso Zapatero adelantó la fecha, embargado de la confianza que se tiene a sí mismo cuando la política se vuelve un duelo áspero, descontrolado e inflamable. El país se le ha ido de las manos pero sabe crecerse en el cuerpo a cuerpo y transformar la esgrima parlamentaria en un bronco desafío de garrotes y navajas.

Es incapaz de gobernar con criterio pero posee un instinto superdotado para moverse en la retórica cortoplacista, en el desorden y la confusión. Hoy quiere hacer del Parlamento una traca; a sabiendas de que su gestión de la crisis no resiste el más mínimo análisis y de que va a recibir un vapuleo general, pretende montar una desabrida pelea a cara de perro en la que sus carencias se diluyan entre un primitivo intercambio de golpes bajos.

Cuando ya ni siquiera le funciona el diseño posmoderno se enfrasca en la política hormonal, en el revuelo de vísceras, en el menudillo de bofes torpemente camuflado de confrontación ideológica.

Y puede salirle bien. Si algo tiene demostrado este hombre no es su competencia como gobernante ni su responsabilidad de estadista, sino un probado conocimiento, pragmático hasta el cinismo, de los mecanismos de psicología colectiva de sus conciudadanos.

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