El Gobierno ZP no sabe gobernar

(PD).- El Gobierno ZP no sabe gobernar. Es experto en trucos de prestidigitación política, tácticas de desviación, pirotecnia ideológica, pero carece de respuestas para los problemas reales mientras se da una maña especial para crear otros ficticios.

Su gestión responde con precisión a una doctrina marxista, pero de Groucho: domina el arte de buscar dificultades, encontrarlas, formular un diagnóstico falso y aplicar remedios equivocados. Es un desastre sin paliativos, un fracaso absoluto frente a la crisis social más grave de la democracia.

La del viernes 24 de abril de 2009 será una fecha para recordar en la Historia de España. Por primera vez, la tasa de paro superó la cifra de los 4 millones, reduciendo la dura experiencia de la segunda mitad del 92 y el año 93 a casi una anécdota.

Si en aquellos 18 meses perdieron su trabajo un millón de españoles, esta vez han sido 1,8 millones los que lo han perdido en apenas 12 meses. Pero esto no queda así; esto se hincha.

Las peores previsiones se están haciendo realidad: con un mercado laboral rígido, con una estructura salarial indiciada y con la economía en caída libre, la destrucción de empleo está alcanzando niveles de extrema virulencia. Esto no es una recesión. Esta es la Gran Depresión española.

Subraya Ignacio Camacho en ABC que España está a merced de la recesión, que la golpea con una violencia salvaje en su estructura productiva y laboral sin que el Gobierno haga otra cosa que agazaparse.

En los próximos 24 meses más de dos millones de trabajadores pasarán a engrosar las filas del paro. ¿Puede un país como España resistir una cifra cercana a los 6 millones de desempleados?

Hay quien piensa que no. Hay quien piensa que a la vuelta del verano podemos estar con la gente en la calle golpeando las cacerolas, con la mafia sindical -la que medra con las subvenciones del Estado, la preocupada por el mantenimiento del empleo de los suyos, con desprecio de los que lo han perdido- atrincherada en sus sedes e insultando a los manifestantes al grito de fascistas.

Y mientras el país se empobrece y camina hacia esa argentinización a marchas forzadas, el Gobierno sale por la televisión para seguir enmascarando la realidad y pedir calma. No seamos «apocalípticos» es todo lo que se le ocurre decir a la vicepresidenta De la Vega y no es la peor.

Frente a una tormenta económica de proporciones catastróficas, Zapatero sólo tiene un paraguas averiado: el de los subsidios, que carga al déficit con una frivolidad irresponsable.

A la velocidad que está creciendo el desempleo por falta de medidas que le hagan frente, el Estado puede quedar bien pronto comprometido en su propia capacidad financiera.

Pero al presidente sólo le preocupan las consecuencias políticas de la crisis, el impacto que pueda tener en su respaldo electoral, y ha descartado cualquier decisión que comprometa a corto plazo esas expectativas de poder.

Considera que el problema responde a factores externos que quedan fuera de su alcance y se ha empeñado en resistir a base de asistencias paliativas, temeroso del coste político de una agenda de reformas por la que claman todos los sectores sociales.

Simplemente, ha dimitido de su responsabilidad esencial, que es la de hacer frente a la destructiva espiral de empobrecimiento del país. Rechaza pactos, consejos y manos tendidas.

Y su único empeño consiste en repartir dinero a los virreinatos autonómicos para asegurarse costaleros parlamentarios que le ayuden a mantener el equilibrio de una precaria mayoría.
Estamos ante una emergencia nacional.

La magnitud de las cifras del paro exige una determinación política firme y clara, un liderazgo capaz de echarse el país a la espalda para encabezar el combate contra una epidemia social.

La situación es de tal gravedad que ya no importan tanto los aciertos como la voluntad de sobreponerse a las adversidades. La nación está al borde del colapso y necesita una inyección de audacia.

Pero el Gobierno está catatónico, bloqueado, exánime. No tiene ideas ni fuerza ni coraje. Proclama un optimismo patético en medio de la calamidad, y busca en la propaganda el modo de diluir responsabilidades.

Carece de credibilidad y se halla ensimismado en una burbuja de indolencia. Paralizado, inerte, desbordado como un náufrago sacudido por el oleaje, Zapatero no tiene ya más que dos salidas: olvidar sus recelos y convocar un pacto nacional para emprender reformas de consenso o admitir su fracaso y disolver la legislatura. Solo no puede con esto, y lo que es peor, no sabe.

TIENDAS

TODO DE TU TIENDA FAVORITA

Encuentra las mejores ofertas de tu tienda online favorita

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído