La red de Correa intentó chantajear a Mariano Rajoy con un vídeo

La red de Correa intentó chantajear a Mariano Rajoy con un vídeo

(PD).- A Mariano Rajoy no le tembló el pulso. No dudo un instante. Cuando el engominado Francisco Correa, que en aquellos días de consideraba la «última Coca-Cola del desierto», se le acercó para decirle que sabía de la existencia de la cinta y que podía «solucionar el problema», lo puso de patitas en la calle.

Corría el año 2003. Eran días duras. Acababa de ocurrir los del Prestige y Aznar seguía en La Moncloa y mandándolo todo en el PP. Cuenta Carlos E. Cué en El País que el vídeo en cuestión era una grabación, en la que aparecían Rajoy y Xesús Palmou, entonces vicepresidente del Gobierno y secretario general del PP gallego, respectivamente, charlando en los pasillos de un pabellón del Ifema, en Madrid.

El congreso del PP había homenajeado a Manuel Fraga, que cumplía 80 años y en su discurso, deslavazado y a propósito del Prestige, había puesto el futuro del PP en manos del apóstol Santiago:

«Tengo la esperanza de que el patrón de todas las Españas nos ayudará. También él tuvo un momento de desaliento en tiempos difíciles, que recuperó a los pies de la Virgen del Pilar».

Una cámara habría logrado grabar accidentalmente las palabras de Rajoy y se apreciaba claramente cómo le decía a Palmou:

«el viejo está gagá».

Rajoy sabía de la existencia de la cinta, pero lo que le encorajinó fue que Correa se acercará a él, para explicarle que sabía de la existencia de la grabación -a pesar de que era un asunto secreto dentro del partido- y alardease de que él podía «solucionarlo».

Carmen Martínez Castro, portavoz oficial de Rajoy, confirmó este sábado a El País que el líder del PP supo del intento de chantaje, pero que «no recuerda» haber hablado con Correa de este ni de ningún otro asunto.

Rajoy asegura que conoció todo a través de Palmou y después supo que era el jefe de la supuesta trama corrupta quien podía estar detrás, y en todo momento ordenó no hacer ni caso a la extorsión.

Rajoy ordenó cortar todo lazo con Correa a finales de 2003, poco después de que, en septiembre, Aznar lo nombrara secretario general del PP y sucesor.

Según el líder, el PP nacional decidió dejar de trabajar con él al descubrir que utilizaba su influencia para tratar de lograr contratos y adjudicaciones en los municipios de la sierra madrileña.

Desde finales de 2003, poco a poco, Correa fue perdiendo contratos del PP, que fueron a caer a manos de la empresa de la esposa de Juan Costa, Elena Sánchez, sin que desde entonces haya habido más quejas por sobreprecios o extrañas maniobras.

El enfrentamiento entre Palmou y la trama montada por lo que se conoce como el «clan de la boda de Agag» venía de lejos.

Comenzó cuando mandó a hacer gárgaras a Pablo Crespo, ex secretario de organización del PP gallego y mano derecha de Correa, quien con la venia del ya fallecido Xosé Cuiña, montaba actos para el PP gallego.

Crespo, que dejó el partido y pasó a trabajar para Special Events, figura entre principales implicados de la trama que investiga el juez Baltasar Garzón.

Cuando Palmou era secretario general del PP gallego se produjo una anécdota que el líder del PP y su entorno repiten una y otra vez para demostrar que él siempre ha estado alejado de la trama de los engominados.

Fue en 1997, en plena guerra entre el sector de la boina, cuyo líder era Cuiña, con Crespo como su principal ayudante, y el del birrete, con Rajoy al frente. El líder del PP acudió al congreso regional del partido en A Estrada.

Cuiña y Crespo quisieron mostrar su poder, e idearon un extraño protocolo, basado en el orden alfabético, que tenía un solo objetivo: mandar a Rajoy y a otro ministro destacado, miembro de grupo del birrete, José Manuel Romay, a la última fila. Los colocaron en un anfiteatro, al fondo, mientras Cuiña estaba en primera fila.

Rajoy utilizó su ironía para quejarse. Dijo que nunca hasta entonces lo habían mandado a «o poleiro» (el gallinero) y que desde allí se veían las cosas de otra manera. La maniobra no gustó en La Moncloa, y muchos en el PP creen que marcó el inicio de la caída de Cuiña. Sólo dos años después llegaría Palmou a la secretaría general gallega y echaría a Crespo.

Pero Crespo y Correa no olvidaron y aparentemente buscaron venganza, años después, con la cinta comprometedora.

Al final, según fuentes de la dirección, la operación no tuvo éxito, pero dejó un claro rastro de cómo funcionaban las cosas en un partido que, entonces con el poder absoluto en Galicia, Madrid, la Comunidad Valenciana y La Moncloa, tenía a su alrededor un complejo entramado de empresas, amigos, adjudicaciones millonarias, recalificaciones, regalos y favores donde lo público y lo privado se entremezclaban.

PEDRO CRESPO: FONTANERO EN BUSCA DE DINERO FÁCIL

No hubo acto político entre 1996 y 1999 en el PP gallego que no organizase Special Events, la empresa implicada en la presunta trama de corrupción que investiga la Audiencia Nacional. Su monopolio era tal que el resto de agencias ni peleaban por las campañas de los populares gallegos.

Corrían buenos tiempos para el sector de la boina, el ala rural del partido, que proporcionaba a Manuel Fraga las romerías multitudinarias que tanto le gustaban. Su máximo exponente, Xosé Cuiña, el sempiterno delfín -ya fallecido-, ocupaba la secretaría general del PP y presidía la consejería más inversora del Gobierno: Obras Públicas.

Y, para los asuntos corrientes, Cuiña había aupado a número tres del PP (secretario de organización) a Pablo Crespo, un dirigente de perfil bajo con experiencia en los números como director de banco en Vilagarcía de Arousa (Pontevedra).

Si Cuiña programaba un baño de masas para don Manuel, Pablo Crespo se encargaba de cerrar el trato. Siempre a través de Special Events. Si el alcalde de un pequeño ayuntamiento se tambaleaba en las encuestas, el secretario de organización asfaltaba carreteras para ganarse a los vecinos. Aunque luego olvidase pagar la factura, como recordaban ayer dos constructores pontevedreses.

A Crespo apenas se le conocieron declaraciones públicas. Los enemigos de Cuiña, el sector urbano del PP, no olvidan sin embargo una afrenta a finales de 1997 que refleja la incruenta batalla interna.

El secretario de organización, ya con escaño autonómico, aprovechó la celebración de un congreso para relegar a los últimos bancos a dos ministros de Aznar: Mariano Rajoy y José Manuel Romay, enfrentados al sector galleguista. En primera fila posaban sonrientes Cuiña y su equipo.

El episodio molestó mucho a La Moncloa y sirvió a la prensa para explicar la caída de Crespo un año más tarde. Pero su eclipse, a principios de 1999, tuvo más que ver con la gestión y contratos a empresas (singularmente Special Events) que firmó en nombre del PP, según fuentes del partido.

Tras la caída de Cuiña, el nuevo secretario general, Xesús Palmou, exigió a Fraga la destitución del secretario de organización. Y Crespo buscó acomodo en la sociedad con la que tanto había tratado. Special Events le ofreció un cargo directivo en Madrid y el eterno fontanero siguió organizando actos y campañas del PP en todo el país, a excepción de Galicia, donde se le había cortado el grifo.

Fue tal el ninguneo que ni siquiera la presión desde la sede nacional del PP surtió efecto: y entre 1999 y 2004 la sociedad no facturó un euro al PP gallego (aunque sí firmó una campaña por 1,5 millones con la Consejería de Agricultura).

Las informaciones sobre el accionariado de Special Events y su ubicación en un paraíso fiscal obligaron a Fraga a comprometerse en 2005 a no tratar más con la empresa. Pero Pablo Crespo hacía un lustro que volaba por libre lejos de Santiago. A través de ocho sociedades distintas ha negociado contratos con Administraciones publicas gobernadas por el PP, como la Generalitat valenciana o la Comunidad de Madrid.

En octubre no perdió ocasión de saldar viejas cuentas en el juzgado. Acudió como testigo a una vista por una deuda que el PP de Pontevedra contrajo con una pequeña agencia de publicidad cuando él era gerente provincial. Crespo testificó a favor de la empresa y el PP fue condenado.

Nada más conocerse su detención, los populares gallegos -es visperas de ganar por goleada las elecciones autonómicas y de convertir a Alberto Núñez Feijóo en presidente de la Xunta- anunciaron que el ex secretario de organización ni siquiera es ya afiliado. El fin de su carrera empresarial no pilló por sorpresa a quienes lo conocieron en Pontevedra. Algunos ex compañeros recordaban ayer su propensión a elegir socios comprometidos en busca de dinero fácil.

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