Zapatero: Simpleza presidencial

(PD).- Entre las notas que mejor definen al impreciso José Luis Rodríguez Zapatero figura, sin duda, la de su desparpajo. Su facilidad para no decir nada, y salir con ello de cualquier atolladero, resulta pasmosa.

Afirma Manuel Martín Ferrand en ABC que es un gran especialista en afirmaciones rotundas que no admiten respuesta porque son tan obvias que resultan inimaginables sus contrarias.

Ahora, cuando se ha convertido en debate político lo que debiera ser un mero dictamen jurídico -la disolución de los ayuntamientos gobernados por ANV-, el presidente ha dicho, en Bruselas para mayor solemnidad, que «el Gobierno hará las cosas bien y a su tiempo».

Cuando un líder habla de esa manera, sin una concesión al error o la adversidad, solo caben dos hipótesis: a) se supone perteneciente a una casta superior y dotado de una inteligencia preclara e incontestable o b) nos toma a todos por pardillos y lo que quiere es engañarnos y llevarnos al huerto. En el caso de Zapatero cabe temer que esas dos posibilidades se fundan en una sola y, creyéndose superior, nos considere inferiores y mentecatos.

¿En qué cabeza cabe que un jefe de Gobierno anuncie su propósito de hacer las cosas mal y a destiempo? Enseña Baura que la expresión mostrenca que no admite el supuesto de su contraria -como es la que nos ocupa- denota, por principio, la mala voluntad de quien la emite. Solo cuando alguien se dispone a obrar con maldad y extemporaneidad tiene sentido que, para disimularlo, afirme lo contrario. Si el Gobierno, según Zapatero, tiene una «estrategia integral» para enfrentarse al problema que supone el separatismo vasco debiera hacérnoslo saber, siempre con la prudencia debida, para que, como ciudadanos, tengamos la tranquilidad de entender que, como en su tratamiento policial, la acción política va por el buen camino y no cabe el supuesto de volver a buscar atajos y negociaciones como los que tan malos resultados dieron en otros tiempos.

Ahora que -¡setenta años después!- han aparecido en Valencia, de modo rocambolesco, viejos papeles de quien fue presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, es oportuno recordar algo que escribió, como fruto de su dolorosa experiencia, durante su exilio en Buenos Aires: «Cada cual suele llamar desgracia a las culpas propias y culpa a las desgracias ajenas». Si reflexionamos, a la vista de la actualidad, ese es hoy el diagnóstico divisorio entre las conductas del PSOE y el PP.

Hablaban los teóricos del franquismo -que aquí nunca han faltado pensadores de ocasión- de una «España irredenta». Habría que hacerlo hoy de una España irredimible. Cuando el electoralismo, la degeneración partitocrática, ocupa todo el espacio la razón se da a la fuga y el Gobierno puede decir, como quien descubre la verdad absoluta, que «hará las cosas bien y a su tiempo». ¿A partir de cuándo?

VÍA ABC

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