Crisis económica y maquillajes ZP

Crisis económica y maquillajes ZP

(PD).- No hay un acto que exprese el ejercicio de poder mejor que el de nombrar y destituir ministros. En esa facultad discrecional, en ese gesto potestativo, reside la manifestación incontestable y soberbia del mando supremo, y por eso los gobernantes la administran con una delectación mal disimulada.

Subraya Ignacio Camacho en ABC que, en realidad se trata, junto con la disolución de la legislatura, de la única prerrogativa realmente libre y personal que un presidente puede adoptar sin someterse a más reglas que las de su voluntad unívoca.

Puede elegir sin restricciones el momento, los nombres, la oportunidad y el modo de comunicarlo, que supone un acto culminante de expresión de la autoridad. En el fondo, el poder es sólo eso: quitar y poner, designar y despedir, admitir y expulsar. Todo lo demás tiene cortapisas, inconvenientes, limitaciones.

En ese momento crucial en que el verbo cesar se vuelve transitivo, el gobernante olvida el sinsabor de los proyectos atascados, la amargura de los reveses de la realidad y la solitaria zozobra de saber que el suyo es el último teléfono que suena.

En días como éstos, en que la palabra crisis recorre los ambientes políticos de la Corte con la intensidad cortante del viento de aguanieve, cabe imaginar la sonrisa arrogante de quien tiene la potestad de decidir el qué, el cuándo y el cómo.

Burlar al periodismo, desatar expectación, romper quinielas y desacreditar rumores forma parte de la liturgia de todo cambio de Gobierno.

Eso refuerza la sensación de supremacía del que manda; siembra el pánico entre los propios colaboradores, crea ansiedad en los aspirantes, agita incertidumbres y promueve el efecto inestable de desasosiego general que asienta por contraste la seguridad de quien posee la llave de los tiempos y las decisiones.

Habrá crisis, sí. Y quizá algún retoque en el diseño del organigrama. Hasta un tipo tan manifiestamente banal como Zapatero sabe que este gabinete está fundido, impracticable para la alta exigencia de las circunstancias socioeconómicas, y es probable que su intuición para convertir la política en imágenes le aconseje proceder a un cambio de decorado.

Pero quizás sea demasiado pronto; remodelar el equipo a los ocho meses de nombrarlo sería una confesión de impotencia, la proclamación de un error que dejaría expuesto a su responsable.

El presidente necesita una percha, un pretexto, un argumento del que colgar las explicaciones de unos relevos que, inevitablemente, conllevarán sorpresas, en parte para desautorizar la rumorología, en parte para agitar y distraer el debate y en parte porque el concepto de desgaste que tiene la opinión pública no siempre coincide con el criterio de apreciación presidencial.

Carece de sentido especular; cierta lógica del timing político dictaría la espera hasta las elecciones europeas, pero ni existe lógica en estos procesos de exclusiva índole personalista ni la velocidad de la otra crisis, la económica y la social, admite elementos convencionales de análisis.

Simplemente, ocurrirá. Por pura catarsis. Y porque el sistema de poder es como una instalación eléctrica: cuando hay una avería, salta el automático para evitar la propagación del colapso. Aunque a menudo el fallo se deba a la incompetencia del electricista.

VÍA ABC

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