«Cañones o mantequilla»

Izado de la bandera
Izado de la bandera

Tieso por los tijeretazos presupuestarios, el Ejército estudia también la implantación de la jornada intensiva para ahorrar luz, dando por sentado que, como en la guerra de Gila, el enemigo no va a atacar de noche.

Escribe Ignacio Camacho en ABC, que mientras las autonomías se desentienden de la crisis y contemplan presupuestos expansivos con más gasto corriente, más personal, más coches oficiales y más avionetas privadas como las que Chaves y sus consejeros usan para llegar a tiempo a las votaciones parlamentarias, el asfixiado Ministerio de Defensa se dispone a recortar inversiones alquilando los misiles de la Armada en el muy pacifista supuesto de que no habrá que dispararlos.

Si todo eso no basta para apretarse el cinturón se cambiarán los ejercicios navales de altamar a puerto, se reducirán las horas de vuelo de los pilotos -que el combustible de los aviones es muy caro y hay que dejarlo para los aerotaxis de los altos cargos-, y se restringirá la munición de entrenamiento terrestre, que sale por un pico y al fin y al cabo las misiones de paz de nuestras Fuerzas Armadas no han sido concebidas para disparar contra nadie. Todo esto no es una broma ni una parodia fácil: figura en los informes internos de Estado Mayor y en las explicaciones ofrecidas al Congreso por la ministra Chacón, entre otras medidas para afrontar el ajuste del tres por ciento a la baja impuesto para el ejercicio de 2009 en los gastos militares.

Cuando el keynesiano Paul Samuelson formuló su célebre dilema de «cañones o mantequilla» quizá no estuviese pensando exactamente en medidas de este tenor. Se refería a la orientación de las prioridades políticas en un mundo que compaginaba la desenfrenada carrera de rearme con altísimas tasas de infradesarrollo, pero es dudoso que admitiese llevar su propuesta de prioridades civiles al extremo de apagar la luz en los cuarteles. El zapaterismo ha decidido aplicar al pie de la letra la doctrina del Nobel de Economía, pero sustituyendo la mantequilla por los subsidios y la propaganda: los prescindibles ministerios de Vivienda o Igualdad, niñas bonitas de la estrategia gestual del presidente, no sufren en la misma medida la amputación financiera de sus constantes vitales. Y las comunidades autónomas, alegres y felices en el gasto clientelar, se consideran a sí mismas al margen de la obligada contención que impone la angustiosa coyuntura.

La reducción del gasto militar ha sido siempre un clásico del imaginario político de la izquierda europea, normalmente amortiguado por la exigencia del pragmatismo del poder, pero en todo caso su aplicación se justifica cuando sirve para equilibrar otras dotaciones estructurales básicas, la «mantequilla» de educación, sanidad, obras públicas o servicios sociales. Lo que no se entiende es que también estas partidas desaceleren su crecimiento o mermen sus inversiones mientras se mantienen o amplían las caprichosas prioridades artificiales que hilan el posmoderno diseño del republicanismo cívico. Y menos aún, mientras las autoridades despilfarran con desahogo en gastos suntuarios y modernizan sin reparo sus lujosas flotillas automovilísticas y hasta aeronáuticas. A menos que en la próxima misión en Afganistán nuestro mirífico y solidario Gobierno esté dispuesto a enviar los coches blindados de ciertos próceres autonómicos y municipales.

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