Zapatero no es Sarkozy

Zapatero no es Sarkozy

(PD).- «Mientras Francia, bajo el poderoso liderazgo del presidente Sarkozy, ha aprobado una importante reforma de la Constitución que constituye un notable desarrollo de la vida democrática, con un mayor control del poder ejecutivo, más poder parlamentario y muy importantes mejoras de orden jurídico, económico y social, en España, bajo el liviano liderazgo de Zapatero, no sólo estrenamos un nuevo déficit de las cuentas del Estado sino que nos adentramos en un proceso de involución de la vida democrática».

Y todo ello sin que el presidente Zapatero, tal y como escribe Pablo Sebastián en La Estrella Digital, «sea capaz de, aunque sea por una vez, dar la cara con la firmeza y seriedad que requiere el caso. Para responder, a estos personajes del nacionalismo rico y aburguesado, como verdaderamente se merecen. Porque pretenden chantajear al conjunto de ciudadanos españoles, además de hacer alarde de un caciquismo burgués, donde no sólo falla la vida democrática sino también las libertades y los derechos de los españoles que habitan en Cataluña y el País Vasco«.

Sin olvidar que en Euskadi, además, está en juego la vida de los demócratas, cosa que el Gobierno de Ibarretxe considera parte del paisaje, mientras se enreda en imposibles viajes contra la presente legalidad, a la que también desafían los dirigentes catalanes con permanentes amenazas y advertencias sobre los trabajos del Tribunal Constitucional respecto a los recursos presentados contra el Estatuto de Cataluña.

El presidente Sarkozy llegó al poder tras un espectacular victoria y lo primero que ha hecho y conseguido —aunque sea por la mínima de un voto, pero con el apoyo de las tres quintas partes del Parlamento— ha sido lograr, en tan sólo unos meses, una reforma constitucional para mejorar la vida democrática, la separación de poderes y el control del Ejecutivo. Mientras que en España Zapatero lleva cuatro años y medio en la Moncloa y sólo nos ha llevado a una involución democrática con recortes de la soberanía nacional —como los que incluye el Estatuto catalán—, y también, ahora, a una involución económica y social, por causa de una crisis galopante que se niega a reconocer y que pretende ocultar con su pretendido discurso de la socialdemocracia y la defensa de los pobres, cuando el mayor castigo de la crisis es el paro y la ruina familiar que afecta a los más desfavorecidos, entre otras cosas porque el presidente y sus ministros se negaron a actuar, desde hace más de dos años, cuando la tormenta económica y financiera que se cernía sobre España era una imparable realidad.

Pero no, el presidente, incapaz de hacer frente a la crisis y a los nacionalistas, y de hablar con firmeza y autoridad —empezando por reconocer sus errores—, se refugia en las letanías del diálogo, el talante, la sonrisa, las reuniones en la Moncloa, la búsqueda de consensos tardíos y el permanente discurso del progresismo, que ya no engaña a nadie.

Lo del déficit de las cuentas del Estado, del que tanto presumía Zapatero, se acaba de esfumar y se veía venir, e incluso se debió adelantar para hacer frente al huracán financiero y económico que ya azota la Península. Pero ése no es el único ni el más grave de los déficits españoles, porque están otros de mayor calado, como son el déficit de liderazgo en la presidencia de la nación y el déficit democrático que permite a unos dirigentes, más bien provincianos, insolidarios y ajenos a la realidad española, poner en jaque al Gobierno y crear inquietud y desconfianza sobre la cohesión nacional. Y si a ello sumamos la grotesca rebelión del PSC —partido por cuya dirección se pasea la ministra de “diseño”— de las cuotas femenina, juvenil y catalana —y de Defensa, Carmen Chacón— en contra el Gobierno del PSOE, pues ya está completo el frontispicio de los cien primeros días del Gobierno, y de los que le esperan por delante desde la flagrante debilidad económica y quebradiza estabilidad parlamentaria. La que ya veremos si le permitirá a Zapatero concluir la legislatura que acaba bajo una doble tormenta y sin decir la verdad.

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