Carta de Rosa Díez a María San Gil

Carta de Rosa Díez a María San Gil

(PD).- «No hablo a la María con la que durante toda mi vida he competido electoralmente; hablo a la María que ha sido mi compañera en las únicas batallas que siempre merecerá la pena haber dado, esas que hemos librado -y seguimos librando- para que no lo tengan que hacer nuestros hijos«.

Así comienza la larga carta que, con el ítulo «Agur, María«, dedica Rosa Díez -diputada en el Congreso por Unión, Progreso y Democracia (UPyD)- a María San Gil -presidente hasta ahora del PP en el País Vasco- y que esta mañana aparece en las páginas de el diario El Mundo.

Querida María, son tantas las cosas que me gustaría decirte en estas líneas que probablemente no acertaré a hacerlo de forma ordenada.

Hablo a la María con la que tantas veces he salido a la calle a defender la libertad, a la María que se ponía junto a mí el brazalete de servicio de seguridad en las manifestaciones de Basta Ya. Hablo a la María junto a la que yo estaba en aquel Pleno de la indignidad del Ayuntamiento de Andoaín, ese en el que exigimos la dimisión al alcalde de Batasuna, José Antonio Barandiarán -que el pasado martes fue detenido y acusado de pertenecer a ETA-, mientras el PNV se negaba a suscribir la moción de censura presentada por el PSE. ¿Te acuerdas, María, que nos llamaban «crispadoras» por señalarle como el responsable del asesinato de nuestro amigo Joseba Pagaza, policía municipal de ese mismo Ayuntamiento? Ahora resulta que teníamos razón cuando advertíamos que allí, sentados en el Ayuntamiento, estaban nuestros verdugos…

Yo, que sé cómo y por qué llegaste tú a la política, puedo comprender el dolor que estarás sufriendo, la ruptura interior que habrá supuesto para ti la decisión que has tomado. Y el sufrimiento que te estarán produciendo algunas de las cosas que, inevitablemente, estarás escuchando sobre tu persona. Me indigno ante la frivolidad con la que se analiza en tertulias varias tu decisión, me indigna la superficialidad con la que propios y extraños se atreven a calificar tu decisión.

«Se ha equivocado», escucho decir, incluso a personas que sé que tienen sobre ti la mejor de las consideraciones. «¿Equivocado? ¿Desde qué perspectiva?», les pregunto. Dicen que no tenías que «haberlo hecho así». «¿Y cómo lo iba a hacer?», insisto. «Hay que explicarlo mejor», me dicen. Claro, desde la perspectiva de un político clásico tienen razón, si tú quisieras algo, si fueras a organizar una alternativa -dentro o fuera del PP- tendría todo el sentido que te exigieran que te explicaras para poder darte -o no- la razón. Y para que la gente que estuviera más de acuerdo contigo que con la dirección del PP te siguiera. Olvidan que tú no quieres nada, que sólo quieres seguir estando tranquila con tu conciencia, que sólo puedes haberte equivocado si tu percepción de la realidad es equivocada. Pero que eso nadie lo puede saber, ni siquiera tú lo sabrás con certeza hasta que no pase el tiempo. Olvidan que nunca te equivocarás si haces lo que crees que debes hacer y lo que quieres hacer, que es la única manera de poderte mirar tranquila al espejo. Y de eso sólo puedes responder ante ti misma.

Me dicen que debías haber dado la batalla, haber explicado dónde y cuáles son tus discrepancias. Me dicen que tu crisis de confianza en la dirección del partido debe de ser explicada con datos para que todos la entiendan y, seguramente, desde la perspectiva de un político común, eso hubiera sido lo normal. Pero olvidan que tú no buscas que otros te entiendan, sino poderte explicar a ti misma. Olvidan que tú no eres una política al uso, olvidan que tú nunca te hubieras dedicado a la política si las circunstancias dramáticas del asesinato -en tu presencia- de Gregorio Ordóñez no te hubieran forzado, olvidan que todo lo que has hecho en política ha estado ausente de cálculo de oportunidad, que nunca has buscado tu comodidad sino hacer lo que creías que era tu obligación.

Les recuerdo que te ofrecieron ir de número dos al Congreso de los Diputados en la lista por Madrid y dijiste que no, que tu sitio era Euskadi, donde se sufre haciendo y diciendo lo que en otras partes de España provoca aplausos y parabienes. Nadie te pidió entonces las explicaciones que hoy te exigen.

A quienes siempre han hecho política -o crónica política- desde fuera de aquí les cuesta entender que a veces la única manera de explicar las cosas importantes es cerrando la puerta. Seguro que has pensado mucho en cómo hacer lo que habías llegado a la conclusión de que tenías que hacer. Quien crea que no te duele que muchos compañeros tuyos, de buena fe, puedan sentir que estás haciendo daño a tu partido -a sus expectativas electorales- es que no te conoce bien.

Estoy segura de que te gustaría poder explicarles a todos ellos, a todos y cada uno de esos compañeros a los que has abrazado por toda España, que les sigues queriendo, que no quisieras tener que haber dado ese paso pero que no puedes evitarlo. No sabes cómo te entiendo.

También he escuchado que algunos te acusan de falta de lealtad. Qué perversión en la utilización de las palabras… ¿Lealtad a quién, a qué? ¿Qué es para ellos la lealtad? No hace falta que te diga que, a mi modo de ver, no se puede ser leal a ninguna idea si no se es leal con uno mismo. Nadie puede exigirte hoy que expliques por qué has llegado a esa conclusión que te obliga a abandonar tus responsabilidades en el PP del País Vasco. Sobre todo porque ninguno de los que hoy te increpan con ese manido argumento te exigió nunca que explicaras por qué dabas la cara cada día, por qué te enfrentaste a descalificaciones e insultos por defender las siglas y la política de tu partido en un lugar de España en el que te pueden matar por ello.

Entiendo que hay muchos amigos tuyos, de fuera de tu partido, a los que les hubiera gustado un relato para justificar tu abandono, y puedo entenderlo. Pero no hemos de olvidar que tampoco hiciste nunca un relato para justificar tu entrega. Te pusiste al frente de un partido perseguido y en la oposición en el País Vasco, sustituiste a los que se iban marchando, te quedaste para dar la cara. Y punto. Hemos de aceptar que eres así, y hemos de exigir que te respeten como eres; y respetarte como eres es no empeñarse en que te comportes como lo hacen los políticos al uso, respetarte como eres es darte un margen de confianza -otra vez la palabra- y aceptar que, bien o mal explicado, en silencio o con portazo, la única lealtad que has respetado toda tu vida es la que ahora marca tu actuación: tu conciencia.

María, los ortodoxos de la política sostienen que no es serio decir que te vas por falta de confianza. No comparto el fondo de la apreciación. Claro que te sería posible explicar con datos en qué está basada tu desconfianza política y/o personal. Pero tú tienes derecho a que respeten tu deseo de no dar más explicaciones que las que ya has dado. Y podrán decir que no lo comprenden, pero no puedo aceptar que digan que no es serio lo que haces. Es tan serio, tan respetable, como todo lo que has hecho durante toda tu vida. Llegaste a la política de forma poco habitual y así, de esa misma manera, te estás marchando. ¿Tan difícil es de entender?

Siento mucho todo esto que ha pasado, María. Y me gustaría poder consolarte, poderte ayudar a pasar el trago. Pero no puedo hacer otra cosa que decirte que sigo pensando que eres una persona admirable de la que me honro en considerar amiga.

No sé si te acuerdas que un día te conté que me encontré con un señor que me dijo que su hijo había venido desde Madrid a una manifestación de las que organizamos desde Basta Ya después de vernos juntas en un programa de debate de TVE. Yo entonces militaba en el Partido Socialista y tú eras ya la dirigente del PP en el País Vasco. A su hijo le encantó que, desde distintas posiciones ideológicas, defendiéramos lo que nos une, lo que es de todos: la igualdad y la libertad. Dijo que fue feliz al vernos desfilar juntas por las calles de San Sebastián.

A quienes crean que te han perdido para lo fundamental hemos de decirles, María, que ambas sabemos que esos principios siguen necesitando de alguien que los defienda. Y yo sé que juntas los seguiremos defendiendo.

Juntas, mañana, pasado, siempre que haga falta, estaremos en la calle o donde haga falta para hacer ese trabajo que no queremos que tengan que seguir haciendo nuestros hijos. Porque ni tú ni yo hemos necesitado nunca militar en el mismo partido para hacerlo. Tú no abandonas nada ni a nadie de lo que has considerado tu deber desde aquel aciago día en el que una pistola en la sien de tu amigo te hizo madurar de golpe. Tú siempre estarás donde está la buena gente que lucha por la libertad de todos. Incluso de esos que hoy te niegan el derecho a actuar en libertad.

María, quiero volver a ver pronto tu sonrisa serena. Querida amiga, agur. Agur, maitia.

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