Cuando Zapatero sea viejecito…

Cuando Zapatero sea viejecito...

(PD).- Cuando Zapatero sea viejecito y decida resignar su responsabilidad de Gobierno quizá pueda ceder el liderazgo al hijo de Carmen Chacón, que nacerá este verano.

Acaso para entonces la derecha y el centro estén a punto de reunificarse después de alguna de sus eternas rupturas, no sin recelos ni puñaladas entre sus líderes, y las encuestas dirigidas por los nietos de Arriola pronostiquen un ligero pero insuficiente ascenso de sus expectativas.

Subraya Ignacio Camacho en ABC que por el camino que vamos, al PSOE le bastará con no dividirse para aguantar en el poder un par de generaciones, y hacer la Tercera Transición confederal después de haber consolidado la segunda con la ayuda de un nacionalismo repudiado por el PP para defender sus sagrados principios.

Quienes crean que esto es una exageración que permanezcan atentos a la actualidad y esperen a ver cuántos partidos se disputan los diez millones de votos populares en las próximas elecciones generales.

Es posible que muchos dirigentes del centroderecha no se estén dando cuenta, enfrascados en el fragor cainita de la lucha por un poder que no tienen, pero lo que la trifulca del PP está poniendo en juego es la propia supervivencia del partido como tal.

Y sobre todo, la existencia de una base social implicada que hasta ahora ha respaldado de forma unívoca un proyecto de alternativa reformista. Porque en un partido se pueden producir debates sobre la táctica, y son malos; disputas por el liderazgo, y son peores; agravios por los cargos, y son lamentables; pero cuando se llega a poner en cuestión el núcleo de las ideas y los principios, lo que está en juego es el concepto mismo del proyecto político. Y eso suele conducir a una diáspora en la que, o bien se divide la organización, o se fragmenta su electorado.

Ha llegado un momento en el que, a base de encarnizarse en su demencial querella interna, los líderes del centroderecha han empezado a olvidar que el pueblo no perdona.

Creen que tienen tiempo de curar heridas, pero en el caso de que lleguen a recomponer el partido, las impresiones de esta reyerta habrán calado en la opinión pública mucho más hondo de lo que ellos calculan.

Porque se ha pasado de discutir sobre la idoneidad de un candidato a cuestionar la propia ideología del colectivo y del programa. Y no habrá muchos ciudadanos dispuestos a respaldar un proyecto cuyos responsables litigan sobre sus propios principios.

La bronca del PP está a punto de pisar la línea de no retorno. Ésa en la que se rompe la unidad, saltan los fusibles y se produce el cortocircuito.

El punto peligrosísimo a partir del cual algunos pueden sentir la tentación de caminar en otra dirección.

Quizá muchos no lo sepan, pero es posible que otros sí sean perfectamente conscientes, e incluso que tengan ya definida la hoja de ruta.

Si la deriva de disenso sigue como hasta ahora, está cercana la temperatura de fusión en la que se derriten los materiales de la cohesión política.

Sería una broma macabra que el partido que anunció que España se iba a romper acabase fracturado antes de que se cumpla su pronóstico.

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