Retorno de Chad y propaganda ZP


(EFE/PD).- El retorno de los detenidos merece ser celebrado, pero lo que carece de motivo es el desmesurado despliegue propagandístico del Gobierno -culminado anoche por TVE con la retransmisión en directo de la llegada de los tripulantes- por apuntarse el tanto y, además, afearle la conducta al ex presidente Aznar.

El ministro de Asuntos Exteriores, y con él, el resto del Ejecutivo, debió haber contenido su reacción ante la repatriación de los tripulantes y haber actuado con mayor humildad.

Después del repaso diplomático y estratégico que le aplicó el presidente Sarkozy a Zapatero y del ridículo del propio Moratinos, de puente en Marruecos mientras el Rey alauí retiraba a su embajador en España, el Gobierno no tiene de qué enorgullecerse y, menos aún, para dar lecciones de influencia exterior a José María Aznar, cuyos mandatos podrán ser criticables por otros aspectos pero no precisamente por los resultados de su diplomacia, que puso a España en un protagonismo internacional inédito y desgraciadamente dilapidado en poco más de tres años.

Más que diplomacia «callada», lo que dirige el ministro Moratinos -a quien, al parecer, todo el mundo felicita por sus éxitos- es una diplomacia «ausente» y la movilización propagandística que ayer realizó el Gobierno no es más que la prueba de la mala conciencia que tienen por su ineptitud inicial en esta crisis.

Sin embargo, ahora tiene el Gobierno la ocasión de explicar qué ha hecho por liberar a los tripulantes -al margen de prometer dinero para financiar la educación de los menores afectados- y, sobre todo, qué no hizo desde el primer momento, qué movimientos diplomáticos llevó a cabo ante el Gobierno del Chad, a cuántos funcionarios y de qué nivel desplazó a la capital chadiana, o por qué tuvo que ser el presidente francés el que se trajera a España a las cuatro azafatas españolas.

De paso, podrá el Gobierno explicar cuál es su presencia diplomática real en Centroáfrica, a pesar de las diversas giras de los responsables de Exteriores por la zona, que el Gobierno vendió a bombo y platillo como parte de su política para prevenir la inmigración ilegal y que se denominó -todo un sarcasmo- «Plan África».

Tras ver a Sarkozy acompañando a las cuatro azafatas españolas, el sentimiento de humillación -incluso de envidia- fue mucho más general de lo que pretende hacer ver el Gobierno centrando sus ataques en Aznar. La buena noticia es que los tripulantes españoles están en casa.

La mala es que España se ha convertido en un peso pluma diplomático.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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