Los efectos del vídeo de Rajoy

Los efectos del vídeo de Rajoy


(PD).- Una de las cosas más chocantes es la insistencia con que en la Cadena SER y en RNE se repetía este viernes que apenas había banderas españolas en los balcones. Juan José Millás, pretendiendo aparecer ingenioso, subrayaba que lo que el veía eran muchos carteles de «se vende piso». En cualquier caso, el vídeo de Rajoy ha sido devastador para la estrategia mediática urdida por la Factoría Pepiño.

El vídeo era muy malo, rancio de escenografía, acartonado de formas y algo envarado en la semántica, pero ha hecho estragos en la estrategia socialista con la eficacia de un torpedo.

Con su rígido discurso «institucional» sobre la nación y la bandera, Rajoy le madrugó a Zapatero el liderazgo de la Fiesta Nacional y suplantó ante los españoles la posición que le correspondía al presidente, al que no le quedó ayer otro recurso que parapetarse de la bronca bajo los faldones del uniforme del Rey.

El plan gubernamental para investirse de españolismo constitucional aprovechando el 12 de Octubre se ha venido abajo, desacreditado y puesto en evidencia por el llamamiento aventajado del PP, que ha capitalizado la sacudida patriótica y ha colocado al Gobierno socialista bajo la sospecha de una incómoda impostura.

Obligado a moverse a la contra, fuera de posición y de foco, Zapatero se ha quedado a la intemperie de su propia táctica.

Escribe, brillante y acertado como siempre, Ignacio Camacho en ABC, que es el discurso de Lakoff, que hace furor en la precampaña electoral:

El librito de moda, «No pienses en un elefante», se compra por 10 pavos en las librerías y está al alcance de cualquier gurú de Primaria. Ya saben: la clave del éxito político consiste en anticiparse a crear «marcos» mentales que obliguen al adversario a actuar a la defensiva.

Si pides que no se piense en un elefante, nadie se puede quitar el elefante de la cabeza. Si Nixon decía «no soy un chorizo», todo el mundo pensaba que estaba pringado hasta las cejas.

Si sugieres que los del PP son pijos, cada vez que un pepero lo niegue la gente verá a un pijo tapándose el cocodrilo de Lacoste. Y si te adelantas enarbolando una bandera, el que pretenda emularte tendrá que arrostrar la suspicacia sobre su falta de convicción en el simbolismo de la enseña.

Para desenmascarar el españolismo sobrevenido de Zapatero no era menester un gran alarde, porque en la opinión pública ha cuajado hace tiempo el «marco» que lo encuadra como un gobernante desestructurado.

Sus pactos con los soberanistas, sus discursos relativistas y su política de revisión constitucional camuflada lo vuelven extremadamente vulnerable por el flanco de la unidad nacional. Para envolverse ahora en la bandera le falta seguridad y compromiso, y su enfático intento de revestirse de convencida españolidad se percibe a la legua como un disfraz de oportunismo y conveniencia.

Cuando viene a decir «soy tan patriota como el que más», está mentando el elefante, y los ciudadanos piensan en el Estatuto de Cataluña, en los tejemanejes con ETA y en la nación «discutida y discutible».

Se le ve el cartón, y además el vídeo del PP se lo dejó al aire.

Y al aire se quedó ayer en el desfile, estigmatizado como responsable de la deriva rupturista cuando pretendía erigirse en paradigma de un patriotismo sereno. Las encuestas revelan que tampoco ha colado su estrategia de subvenciones y dádivas asistenciales.

Falta por ver si, empeñado como está en afrontar por su cuenta el desafío terrorista tras el fracaso del diálogo, los ciudadanos le aceptan ahora como el epítome de la firmeza. El profesor Lakoff quizá tuviese dudas. El elefante, también.

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