Abucheos y silbidos a ZP, en el desfile de la Fiesta Nacional

(PD).- El abucheo y los silbidos sonaron justo en el momento en el que el presidente Zapatero, junto al Rey Juan Carlos, accedía a una tribuna para hacer una ofrenda a los soldados caídos por España.

Fue muy breve, pero la protesta -trufada con gritos de «¡Zapatero fuera!»- atronó por unos momentos el centro neurálgico de la celebración, justo en el instante más solemne, cuando se guarda silencio por los militares fallecidos.

A su llegada al acto, Zapatero prefirió acceder por detrás de la tribuna, prácticamente de incógnito, en vez de entrar por el Paseo de la Castellana, como el Rey.

Se trataba, evidentemente, de una sutil maniobra para evitar que ocurriera lo del pasado año, cuando muchos de los que estaban en las tribunas le increparon a voces. En esta ocasión e intentando eviatr el desaire, el Ministerio de Defensa y La Monclo «filtraron» con detalle las invitaciones. El porpio ministro Alonso hizo personalmente una solicitud, instando a los asistentes a ser comedidos. Nada le ha funcionado al Gobierno.

Lo único que ha logrado Zapatero, accediendo por detrás, ha sido postergar la afrenta a un momento de protagonismo compartido con el Rey, a quien siempre se aplaude lo que «amortigua» los silbidos.

Previamente, habían sido los familiares de los últimos soldados fallecidos en las misiones en el extranjero -en medio de un silencio sepulcral- los que rindieron homenaje a los suyos ante la bandera de España. Después, fue el turno de don Juan Carlos y el presidente.

NOSOTROS IZAMOS LA BANDERA

Este 12 de Octubre es, sin ninguna duda, el Día de la Hispanidad más convulso de cuantos se han celebrado desde el inicio de la Democracia, porque nunca con la intensidad de ahora se había cuestionado de forma tan directa y con tanta virulencia la unidad de España y sus principales símbolos.

Llegamos a la Fiesta Nacional en 2007 con una propuesta formal de referéndum sobre la mesa para independizar el País Vasco de España y con amenazas de algún dirigente deportivo de crear la «República Catalana» en 2020 si para entonces no se han satisfecho determinadas reivindicaciones nacionalistas.

Y todo ello con un telón de fondo de ataques a la lengua común y oficial como si fuera un idioma no ya extranjero, sino enemigo; entre el absoluto desprecio a la bandera nacional incluso a cuenta de incumplir la ley; y con la quema reiterada de retratos de la Familia Real, con la clara intención de erosionar la Corona, uno de los principales símbolos de unidad del país.

Y esto, al final de la legislatura en la que, según el presidente Zapatero, había de atemperarse la tensión de los nacionalismos, exacerbados si acaso por la insensibilidad hacia el hecho autonómico mostrada por los gobiernos del PP que le precedieron.

Da la impresión de que que aqúi no cabe un tonto más o como subraya Carlos Herrera en «Los necios y la libertad«, titulo de su columna en ABC, «demasiados necios para tan poco territorio».

Dice Herrera, con tanta sorna como sentido común: «Si España fuese Rusia, cuya dimensión se nos escapa a los peninsulares, acostumbrados a viajar, como mucho, de Gerona a Huelva, podría diluir en el café el azúcar amargo de la necedad».

Pero España mide lo que mide y en ella cabe lo que cabe. Hoy, día de la Fiesta Nacional, día de la bandera izada con reservas, día para salir del armario con una enseña liada al cuello, día de la afirmación de las muchas cosas que nos unen, día del reconcomio de unos cuantos estúpidos patrios, la sandez permanente se hace cuerpo en unos cuantos sujetos que no pueden perder la oportunidad de hacer saber que están ahí.

Confiesa Herrera algo que compartimos muchos y que no es otra cosa que envidia que nos producen países como Francia o Estados Unidos, especialemnte en fechas como esta.

Allí a nadie se le ocurre en aquellos lugares hacer de la fiesta nacional una cuestión de enfrentamiento y bronca.

Claro que en Francia o en Estados Unidos no hay prácticamente franceses o estadounidenses que quieran dejar de serlo y, en cambio, aquí hay unos cuantos papafritas permanentemente enfadados que sí, para los cuales el día de hoy es el paradigma del mal, el retrato de lucifer, el día de la bestia.

Escribe Ignacio Camacho en ABC:

los jóvenes de mi generación, que ahora frisamos el medio siglo, nunca nos conmovieron demasiado el patriotismo ni las banderas. Nos había vacunado el franquismo con su retórica de nostalgias imperiales, con su matraca de la España grande y libre, que nosotros veíamos pequeña y cautiva, encerrada en un oscurantismo mediocre y rancio que nos tapiaba las puertas de una Europa luminosa y abierta acostumbrada a mirarnos por encima del hombro.

Pero todo eso cambió con la democracia y con el desarrollo, que no casualmente vinieron el uno después de la otra, y nos empezamos a sentir cómodos en un país capaz de concederse a sí mismo la oportunidad tantas veces negada por los demonios de la Historia, en cuyo pesimismo moral habíamos mamado una educación anclada en hondas decepciones intelectuales.

Y entonces se nos ha despertado en la conciencia una vaga cosquilla de orgullo, más cabal que fervoroso, más reactivo que nacionalista. Yo jamás me he planteado guardar en mi casa una bandera, ni colgarla en un balcón, ni pasearla por la calle, ni menos pelearme contra nadie a palos con su mástil. Pero me cabreo si vienen unos fanáticos tribales agitando sus excluyentes banderas, a las que yo no he ofendido, a pasármelas por la cara y a esconder o quemar de paso la mía y la de mis conciudadanos.

Y siento la obligación de proclamar, sin alharaca ni tremendismo, que esa enseña impugnada, escondida y ultrajada, no sólo simboliza un complejo acervo histórico y un incuestionable hecho nacional, sino que representa la Constitución en torno a la que desde hace tres décadas convivimos con relativa justicia y notable libertad, y merece un respeto y un homenaje en nombre de quienes se sacrifican por los valores que encarna y de los que en ella encuentran el amparo contra la exclusión en su propia tierra. Que se llama España.

No haga demasiado caso: si el cuerpo le pide sacar una bandera de España al balcón, hágalo sin importarle que un vecino le diga que se siente agredido. Que se contente con lo que tiene.

El símbolo de esta vieja nación europea no puede quedar para los estadios de fútbol -en los que puede jugar la churretosa selección nacional- con la excusa de que su uso es agresivo y partidario. La bandera es de todos, pero es sabido que si alguno la reclama y tira de ella, entonces es que se la está apropiando.

¿Cuál es la razón por la que el PSOE se resiste tozudamente a exhibir con normalidad la bandera constitucional española?: probablemente la de que no es la suya. A los socialistas de aluvión, a los de vieja hornada, y a los de reciente factura les ocupa su corazón cualquier otra.

Para los miembros del partido en Cataluña y en el País Vasco sus banderas son la Senyera y la Ikurriña, sin discusión: la sacan, la mueven, la agitan y la besan con toda naturalidad y dedicación.

Para muchos de los restantes socialistas españoles la bandera de su preferencia es la republicana -la de la Segunda República, concretamente-, o la de su comunidad. Para otros, la bandera constitucional supone una bandera, sí, pero no una enseña particularmente emocionante.

Es la que hay y ya está. No sienten una necesidad especial de hacer que se cumpla la ley ni siquiera en aquellos lugares en los que izar la bandera es síntoma inequívoco de libertad.

Prefieren obligar por ley a que se retiren viejos símbolos del pasado que garantizar la presencia en todas las instituciones de un símbolo del presente.

La Ley de Memoria Histórica que está a punto de salir del horno, sin ir más lejos, contempla castigar a los propietarios particulares de edificios que exhiban símbolos del franquismo con la retirada de cualquier tipo de subvención, que por lo visto es el peor castigo que puede recibir un español -«subvención», como saben, es el conjuro mágico de nuestro tiempo-.

Todavía no hablan de entrar en las casas a fisgonear si hay una foto del abuelo siendo recibido en audiencia por el gobernador civil de la época, pero todo se andará.

Y hacemos nuestro el mensaje final de Carlos Herrera:

En cualquier caso, hoy es el día de España, bendita nación que de larga vida goce, y ningún agorero, ningún quemafotos, ningún majadero tiene por qué aguarle a usted la fiesta en el caso de que entienda que el día de hoy merece ser celebrado. Ya sé que son muchos y que parecen no caber en el país, pero no deje que le atenacen los complejos innecesarios: luzca su bandera de España si le apetece y hágalo con toda naturalidad. Puede que el territorio sea pequeño para tanto necio, pero, ahora que lo pienso, más grande es el aire que agita el símbolo de la libertad.

OFERTAS PLATA

¡¡¡ DESCUENTOS ENTRE EL 21 Y EL 40% !!!

Te ofrecemos un amplio catálogo de ofertas, actualizadas diariamente

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído