Zapatero, de pronto, descubrió España

(PD).- El día 12 de octubre vamos a ver a un Zapatero envuelto hasta las cachas de la bandera de España y más patriota que nunca. Atrás quedó aquel presidente que proclamaba «mi patria es la libertad«, esquivando pronunciar siquiera la palabra España. ¿Y por qué este repentino fervor por «algo tan sencillo, tan íntimo, tan esencial y tan cotidiano como la españolidad de lo español y de los españoles«?

Con una ironía fina, el portavoz del PP en el Senado, Pío García Escudero, ponía en un aprieto al presidente y le preguntaba lo que desde fuera de nuestras fronteras podría parecer una perogrullada:

«Señor presidente del Gobierno, ¿qué reflexiones le han llevado a concluir que el Gobierno de España debe ser llamado «Gobierno de España». ¿Cómo se le ocurrió la idea?».

El presidente Zapatero le respondío: «¿Cómo quiere que le llame al Gobierno de España? Pues Gobierno de España«.

«Algo raro ha tenido que pasar en los últimos tiempos para que la principal novedad de la Fiesta Nacional vaya a consistir en el énfasis con que el Gobierno de España se dispone a demostrar lo mucho que le gusta España, la lealtad que profesa al Rey de España y el respeto que le merece la bandera de España. Cuando se solemniza algo tan obvio se diría que no estaba claro».

El columnista Ignacio Camacho acierta de nuevo en las claves. Y lo escribe así en ABC:

«Y no lo estaba, desde luego: no hace mucho que el presidente Zapatero, el mismo que está a punto de meterse un palo por la espalda para mantenerse erguido con la mayor marcialidad en el desfile del 12 de Octubre, proclamaba en el Senado su convicción que el concepto de la nación era un asunto «discutido y discutible».

«Uno siente sana envidia de Francia, esa nación tan denostada, que cuando llega su Fiesta Nacional la celebra sin someter a debate la idea de la nación misma ni ajustar cuentas con sus demonios históricos. Llega el 14 de julio, el presidente de turno recorre los Campos Elíseos rodeado de la Guardia Republicana a caballo, festejado como un rey sin corona, y la gente agita banderitas tricolores y canta «La Marsellesa»».

Y concluye Camacho en el diario de Vocento:

«Aquí, por contra, parece necesario aclarar que el Gobierno de España se siente, efectivamente, español, y lo proclama con insistencia sospechosa mientras los socios que lo mantienen en el poder se envuelven en sus pequeñas banderas territoriales para excluirse de una nación a cuyo Gobierno, sin embargo, apoyan y sostienen».

«Algo no cuadra cuando es menester reivindicar la evidencia. Una mala conciencia, un fallo de cohesión discursiva, un cierto complejo latente de culpa anida en esta repentina energía patriótica, en esta acentuada inflexión españolista con perfume de sobreactuación de circunstancias. Algún error habrá que expiar, alguna cuenta quedará pendiente de saldar cuando se considera conveniente proclamar con escenificado empaque algo tan sencillo, tan íntimo, tan esencial y tan cotidiano como la españolidad de lo español y de los españoles».

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