¡Cuánta alegría anida
producir un sarmiento
en descarados campos
de sol fortalecidos
sobresaliendo al fondo
tu sentimiento blanco;
el cerro fragmentado
con las aguas heladas
y estos senderos donde
focos están vestidos
de secano esmerado!
¡Qué alegría y que alegre
tu estela! Queda al sol
y es posible imposible
donde han puesto la calma
luego vino alegría
y una noche despierta
–afirmando el estilo–
proclamando el encuentro
en los propios manojos
al invertir instante;
A la brisa alterada
de los huecos profundos
y totalmente alerta
pero muy silencioso.
De una lenta oleada
que era la alternativa
queda como el sustento
del lebrillo zanjado
con esas sombras buenas
que se ajustan en tablas
y se apagan en mesas
de la bondad dorada
que distingue minúsculo
maldito uro cegado.
José Pómez